_
_
_
_
DAGUERROTIPOS | RUPERT MURDOCH

El gran sabueso

Un famoso colega, cuyo nombre no viene al caso, me invitó a tomar una copa en su casa. Al abrir la puerta fui recibido por un perro bastante insidioso. En lugar de ladrar al desconocido, como era su obligación, aquel perro con ínfulas de mastín comenzó a olisquearme el culo y los genitales sin que yo pudiera hacer nada para evitarlo. Existen perros con esta especialidad. Para quitármelo de encima, el dueño le gritó: "¡Quieto, Murdoch, deja a mi amigo en paz!". Pero Murdoch insistía. Al parecer había olfateado un botín muy atractivo y lo estaba proclamando. Le dije al colega que si no encerraba al perro me largaba de su casa. Murdoch fue llevado a la perrera y nosotros pudimos tomarnos una copa tranquilamente.

El colega había bautizado a su perro con el nombre del rey de los sabuesos, Rupert Murdoch, magnate de la prensa mundial, no sé si por admiración o por desprecio. De hecho, el rostro de Rupert Murdoch, australiano de 80 años, casado en terceras náuseas con una china treintañera, la turbadora Wendi Deng, tiene un aire de perro de presa al que solo le falta llevar cercenadas las orejas y lucir un collar de púas. Se llama sabueso al perro con el olfato muy desarrollado para seguir el rastro que dejan los maleantes, un apelativo que, por extensión comparten los policías corruptos, los detectives sin escrúpulos y los periodistas macarras y chantajistas. En tipos de esta calaña apoyaba el gran magnate de la prensa sus pies de barro.

La alucinante fortuna que Rupert Murdoch ha conseguido amasar con el negocio de la comunicación se debe a su instinto para apostar por lo más innoble del alma humana y sacar grandes réditos de su lado más vulnerable, ese que el alma comparte con los intestinos. Su imperio mediático lo componen 176 periódicos, una red de televisiones de pago, productoras de cine, portales de Internet, grupos editoriales, sin más ideología que la que produce el dinero, una materia viscosa que siempre se pega al poder político dondequiera que este se halle. Esa descarga de información planetaria Murdoch la ha dirigido a distintas partes del cuerpo humano. Para el córtex cerebral de los lectores exigentes tiene The Wall Street Journal y The Times, elaborados por periodistas de élite, cabezas de huevo; para abastecer el fanatismo de la extrema derecha norteamericana usa la cadena Fox News, donde incluso proclama que Jesucristo hoy bajaría los impuestos; para ilustrar al obrero británico irredento despliega unos titulares detonantes, directos a los bajos instintos en el tabloide The Sun, que se pueden leer a cien metros de distancia a la entrada y salida de las fábricas. Por otra parte, hasta que llegó el reciente escándalo, había usado News of the Wold para que discurriera por sus páginas la cloaca máxima arrastrando hígados, sexos, vísceras procedentes de adulterios de famosos, crímenes, llevados a la superficie a través de chantajes y teléfonos pinchados.

Murdoch tiene un libro de estilo propio que impone a sus medios, más allá de la ideología: no busques prestigio sino exclusivas; escribe corto y asume riesgos. Todo lo que le ha sucedido estos últimos días al gran sabueso ha sido que esa cloaca de la información ha reventado. Ha bastado saber que se había manipulado el móvil de la niña asesinada Milly Dowler cuando ya estaba muerta para que saltara la tapa de la fosa séptica. El imperio mediático de Murdoch, cuyos cimientos se apoyan en la ciénaga de los bajos fondos, se ha conmovido y los estilosos ejecutivos que le rodeaban, como esa pelirroja rutilante llamada Rebekah Brooks, de News International, han mostrado al público su faz de ratas de alcantarilla. El mismo magnate Murdoch penado, pidiendo perdón, humillado, con una tarta de pasta dentífrica en la cara será ya en el futuro el icono del apestado, aunque siga navegando.

EDUARDO ARROYO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_