Holl en Biarritz: surfeando el cemento blanco
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FOTOS: ÍÑIGO BUJEDO AGUIRRE
Por su relación con la disciplina y la perseverancia, el océano y el clima, la naturaleza y el deporte, el esfuerzo y la belleza, el surf podría ser un modelo educativo. Algo así debieron de pensar en Biarritz cuando en el año 2005 decidieron organizar un concurso internacional para elegir el proyecto que mejor reflejase esa idea en la Citè de l’ Océan et du Surf, un edificio con nombre de lema ciudadano.
Steven Holl y su colaboradora Solange Fabiao ganaron el concurso convirtiendo el museo en plaza y la arquitectura en ola. Y este verano, el proyecto se ha abierto en forma de mirador curvo frente al océano Atlántico para regocijo de los skaters y los vecinos, o algunos de los vecinos, que utilizan la cubierta ajardinada como plaza. El museo como plaza pública es una de las claves para este siglo. No se trata ya de atraer al espectador con espectáculo hacia el mundo elitista de la cultura. La idea es la de conducir al usuario con naturalidad para que el museo deje de ser mausoleo y se convierta en espacio útil, cercano. El espectáculo tiene un problema importante, una vez conocido cansa. La utilidad de un lugar de encuentro o un mirador consigue permanecer serenamente en el tiempo.
Sobre un zócalo de hormigón blanco, que se recoge como una ola marina en parte de su perímetro, Holl hizo brotar dos volúmenes de vidrio transparente y translúcido que recuerdan, y evocan, las dos grandes rocas varadas junto al Atlántico. Holl, uno de los arquitectos de la complejidad, se resiste a abandonar los bucles y las fragmentaciones, pero levanta un perímetro que es a la vez límite claro y recogimiento, casi cubierta, de parte del edificio. El lema con el que el norteamericano ganó el concurso “bajo el cielo y bajo el mar” se transforma así en un edificio cuya transparencia quiere acercar el mar al edificio. Y cuya materialidad busca capturar el movimiento de las olas. Más allá de las galerías, el museo cuenta con un auditorio y un restaurante diseñados junto a Leibar&Seigneurin, los arquitectos locales co-autores del proyecto. Si el mar se convierte en pista abierta de surf, un museo puede ser plaza pública y mirador para contemplar ese espectáculo.
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