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3.500 Millones
Coordinado por Gonzalo Fanjul y Patricia Páez

Para acabar con todas las guerras

Gonzalo Fanjul

Les he hablado en alguna ocasión de Adam Hochschild, el autor de una espléndida narración del Congo bajo la zarpa del rey Leopoldo o de la historia del movimiento que acabó con el comercio de esclavos en Inglaterra a principios del XIX. Pues bien, el bueno de Adam acaba de publicar un nuevo libro que relata la Primera Guerra Mundial desde una perspectiva muy poco común: la de quienes se opusieron a ella.

Pero también podrán conocer a los héroes improbables de esta guerra, como Charlotte Despard (hermana e íntima de French, paradójicamente), las hermanas Wheeldon o el filósofo Bertrand Russell. Juntos, y en ocasiones de manera dramática, lideraron un movimiento ciudadano de oposición a un conflicto sin precedentes. El compromiso con su conciencia les condenó, en el mejor de los casos, al ostracismo social y profesional. Pero más de una cuarta parte de los 20.000 hombres británicos que se opusieron al alistamiento forzoso acabaron en la cárcel, muchos de ellos sujetos a trabajos forzados, aislamiento prolongado o alimentación forzosa durante las huelgas de hambre. Buena parte del movimiento se basó en la solidaridad entra las clases obreras de ambos bandos, conscientes desde el principio de que en esta guerra no eran otra cosa que carne de cañón.

To End All Wars nos recuerda que los movimientos pacifistas de masa empezaron mucho antes de la Guerra de Vietnam (e incluso antes de la Primera Gran Guerra, si consideramos la oposición al conflicto con los Boers). Pero también es un testimonio intenso de cómo el sentido común de una parte de la sociedad puede prevalecer incluso en las circunstancias más adversas. En aquel momento era difícil distanciarse y juzgar las razones del conflicto con la dureza que lo hacemos ahora, pero este grupo de visionarios lo hizo y pagó caro por ello. Es difícil no encontrar situaciones contemporáneas similares.

Mientras leía el libro no podía dejar de pensar que la fascinación por lo militar sigue presente en nuestras sociedades, de un modo u otro. De acuerdo con los datos publicados recientemente por SIPRI, el gasto militar global en 2010 fue de 1,6 billones de dólares, prácticamente la mitad a cargo de los EEUU. En un planeta con más de 1.000 millones de hambrientos, esto es una obscenidad equiparable a la carnicería que relata Hochschild. Entiéndanme bien: tengo un gran respeto por quienes se juegan el tipo en defensa de sus conciudadanos, pero hay algo profundamente equivocado en una sociedad que celebra su día nacional exhibiendo costosísimos aparatos concebidos para descuartizar oponentes a distancia. Incluso cuando en ocasiones son necesarios, es una especie de exhibicionismo de nuestro fracaso como seres humanos.

Si tienen oportunidad, no dejen de leer este libro espléndido (creo que no ha sido publicada todavía en castellano, pero tal vez alguien pueda corregirme y existe una editorial valerosa en estos tiempos que corren; por si acaso, vean las apetitosas críticas de The Guardian y The Washington Post). Mientras tanto, les dejo con uno de los himnos al pacifismo, esta vez sí, contra Vietnam.

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