No ofenderás a tu hija
Como un mandamiento me lo tomo: no ofenderás a tu hijo en vano. Los niños tienen sus propias opiniones y si no que se lo pregunten a ella. La situación fue la siguiente: primer día de circo en el pueblo. Largas colas para entrar. Mucha emoción. Actúa Spiderman y ya se sabe. Tras pelear por un buen sitio (es lo que tienen las entradas de 10 euros, que no te dejan elegir sitio y te tienes que pelear con otra familia a partir de la fila seis -una buena entrada vale 25 euros-), logramos sentarnos y sacar los bocatas de pan de chicle (la madre no da para más). Medio mordisco después, los niños devuelven el bocata: no gracias, dicen ambos, se me ha pasado el hambre suelta la mayor, de cinco años.
Total, en la cuarta actuación aparece una mujer vestida de rosa cantando, lo más parecido a la bella de La bella y la bestia. ¡¡¡¡Y cómo cantaba!!!! Mal, muy mal. La niña, en la sexta fila, ni pestañear podía de la emoción... Fue su momento. Superadas una decena de actuaciones más (lo mejor, para el niño, las piruetas de Spiderman) y tras comprar las espadas láser que jamás debí adquirir, volvemos a casa. En el camino recalco lo mal que cantaba la señora de rosa. Lo digo con tono de cachondeo. Una broma a la que se suma su padre. "Sí la chica cantaba horribleeee". Y reímos.
Y es entonces cuando la niña se pone hecha una fiera como nunca antes la había visto: "¡Cómo podéis decir esto!". Y se pone a llorar, aprieta los dientes, hace una mueca de cabreo, que dura más de media hora. Un drama. Una semana después sigue defendiendo su tesis: "La mujer de rosa cantaba muy bien".
Esta es solo una anécdota. La pregunta es si hay que decir a los niños siempre la verdad, o lo que uno piensa que es verdad. Responde el psicólogo clínico Josep Maria Panés: "Tratándose de un tema que concierne a la subjetividad y a la infancia, esta pregunta no puede -como tantas otras- tener una única respuesta. ¿Cuáles serían, a mi juicio, los extremos a evitar? Por un lado, mentir a un niño sobre una cuestión de la que, más tarde o más temprano, tendrá que saber la verdad; aunque sea con el pretexto de protegerlo de lo doloroso o lo incómodo de esa verdad. Solemos juzgar la capacidad de un niño para entender las explicaciones de un adulto en función de su capacidad de expresión; craso error: un niño de tres años es capaz de entender cosas mucho más complejas y sutiles de las que es capaz de expresar, sobre todo si se refieren a lo más próximo e importante para él: la madre, el padre, las cosas que les suceden, las emociones que expresan, o las que dejan traslucir en lo que dicen o en lo que callan".
"En una situación como la descrita, probablemente lo más conveniente será darle al niño una explicación lo más cercana posible a la verdad, poniendo el acento en la capacidad de los padres para decidir lo más adecuado, y en el afecto de ambos hacia él", opina Panés. "Se trata, con eso, de no caer en el otro extremo: imponerse e imponerle al niño la tiranía de la verdad, haciendo de esta un ideal que hay que cumplir a rajatabla, y al que hay que sacrificar el sentido común y el respeto al otro. ¿Quién puede pretender que sabe toda la verdad, la verdad verdadera de algo tan complejo y lleno de matices como un problema emocional?"
"El niño tiene derecho a la verdad, pero seguramente también tiene derecho a que los adultos que le quieren y que se ocupan de él, velen algunas de las cosas que forman parte de la verdad, protegiéndole de todo aquello que ni necesita ni desea saber", continúa el experto. "Por ejemplo, el caso de una niña que, después de decir cuánto le gusta una cantante a la que acaba de escuchar, recibe de su madre un comentario crítico demoledor. Quizás esa madre tiene conocimientos para evaluar tanto las cualidades vocales de la cantante como su dominio de la técnica, y pretende, con su comentario, transmitirle a su hija que conviene tener una perspectiva crítica, ser riguroso en los juicios y las opiniones... Pero, ¿es ese el efecto que produce? No es seguro. Más allá de las buenas intenciones con las que se pretenda justificar una actitud así, probablemente esa niña recibirá ese comentario de su madre como la descalificación de algo valioso para ella; y, por tanto, es muy probable que ella misma se sienta descalificada por esa crítica, que resta todo valor a algo que para ella sí lo tiene. Más aún: es muy probable que sea la propia madre la que resulte, a su vez, descalificada por su gesto: porque no ha podido escuchar en las palabras de su hija la expresión de su capacidad para gozar y emocionarse escuchando una canción, más allá de la perfección técnica que, quizás, algún día apreciará".
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