Postales desde Vukovar (la ciudad mártir de Croacia)
Fotos Paco Nadal
He venido hasta Eslavonia, la región más oriental de Croacia, para saldar una deuda conmigo mismo. No la contraje yo solo, la contrajimos todos los europeos. Yo he venido a pagar mi pedacito de culpa.
Dentro de tres días se cumple el 20 aniversario de la declaración de independencia de Croacia y Eslovenia, un hecho que como todo el mundo sabe provocó la ruptura de la antigua Yugoslavia y desencadenó la última Guerra de los Balcanes. Fue el 25 de junio de 1991.
La minoría serbia en Croacia se rebeló contra esa declaración y con ayuda del antiguo Ejercito Popular Yugoslavo (JNA) y los paramilitares chetniks serbios lanzaron un ataque contra las poblaciones más orientales de Eslavonia, situadas junto a la frontera que aquí forma el río Danubio, expulsando a punta de pistola a la mayoría croata. Pero cuando el 27 de agosto llegaron a las puertas de Vukovar, una ciudad de 42.000 habitantes, ésta resistió el ataque. Durante los tres siguientes meses el mundo asistió estupefacto (y sin mover un dedo) al asedio cruel y casi medieval de Vukovar, una ciudad en el corazón de Europa.
Sé que la mayoría de la gente no sabe ni que existe un lugar llamado Vukovar, pero a mi aquel asedio me marcó y desde entonces Vukovar se convirtió en un topónimo que asocio con vergüenza colectiva.
Así que acabo de llegar a Vukovar, la ciudad mártir de Croacia, a saldar mi deuda emocional con ella. He entrado por la carretera de Osijek, conocida como el Cementerio de los Tanques, porque el 18 de septiembre los defensores croatas tendieron en ella una emboscada a una columna de carros blindados del JNA destruyendo casi un centenar.
Lo segundo que sorprende es que no es una ciudad gris y triste (razones no le faltaría). Todo lo contrario. No he visto gente más amable, dicharachera y simpática que los vukovarci. La calle Mayor, que de grande tiene poco, cuenta con animadas terrazas y varios maceteros con flores que parecen alegrarse de la llegada de la primavera. La gente te sonríe como si te conociera de siempre.
En Vukovar hoy vuelven a vivir juntos croatas y serbios, hay un par de buenos hoteles, una isla con playa fluvial donde la gente va a comer y acampar los fines de semana, restaurantes y alguna discoteca. Y una oficina de Turismo, que representa algo así como la vuelta a la normalidad. El aforismo de que una ciudad es la gente que la habita se hace realidad en Vukovar. Hay poco que hacer si vienes de turista convencional, pero sus gentes son aún testigos directos de una de las mayores ignominias cometidas en Europa desde la Segunda Guerra Mundial. Y están dispuestas a contarlo.
A través de la oficina de Turismo logré multitud de contactos en la ciudad. Todos estaban encantados de recibirme en sus casas. Y me dispuse a escucharlos. Estos son sus relatos:
Como todos los croatas de la ciudad, Branco tuvo que huir aquel otoño de 1991. Se instaló en la vecina Vinkovci pensado que jamás volvería a su pueblo y a su casa. Dos años después cayó en sus manos de forma casual una postal antigua de Vukovar. Y decidió buscar más. Se dio cuenta de que aquellas viejas postales en blanco y negro podrían devolverle el recuerdo de una ciudad que ya no existía. Qué podía ser una terapia personal e incluso colectiva para vencer la pesadilla del olvido. Y se decidió a preservar con ellas la memoria de su ciudad arrasada. Desde entonces ha logrado reunir 1.100 de los 1.300 tipos diferentes de postales de Vukovar que se editaron desde 1897. La más antigua que conserva es de ese año; las más recientes las imprimieron los propios serbios en 1991, al tomar la ciudad, y muestran Vukovar en ruinas. Branco vive en una casa de planta baja con jardín no lejos del centro. Cuando pudo regresar en 1998 la vivienda no era más que cuatro muros quemados. Tuvieron que empezar de cero. Me ofrece albaricoques y un vaso de licor mientras despliega ante mi docenas de álbumes llenos de postales, muchas de ellas centenarias. Se le ve orgulloso de su colección y me dice que esas fotos han sido utilizadas por diversos arquitectos para reconstruir los edificios dañados. Y mientras la saca con primor de sus fundas de plástico me doy cuenta de que lo que me muestra no son postales. Es la propia memoria de Branco, la que le devolvió su ciudad arrasada.
(continua mañana….)
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