3-Los parques no son pulmones
FOTO: J.Nevado
Jacobs arremete contra “la tontería propia de la ciencia ficción” de que los parques son los pulmones de una ciudad. “Para absorber el dióxido de carbono que cuatro personas exudan al respirar, cocinar y calentarse se requiere más de una hectárea de monte o bosque. Los océanos de aire que circulan a nuestro alrededor, y no los parques, impiden que las capitales se ahoguen”. Para la activista norteamericana, los parques más valiosos no sirven de barrera ni interrumpen la ciudad y es la gente, con horarios distintos, la que les da la “bendición de la vida”.
“Gracias a las ciudades fue posible popularizar la idea de contemplar la naturaleza como algo benigno, ennoblecedor y puro. Y, por extensión, considerar al hombre natural igualmente benigno y puro. Pero es peligroso sentimentalizar la naturaleza. “La mayoría de las ideas sentimentales implican en el fondo una falta de respeto profunda aunque inconsciente”, sostiene.
El sol, y la sombra en verano, son los requisitos para que funcionen los parques. Un edificio alto interpuesto entre los rayos del sol y el parque puede hacerle perder todas sus virtudes. Sin embargo, los edificios que rodean los parques pueden también protegerlos ayudando a definir el lugar.
Es importante entender que la autodestrucción de la diversidad la produce el éxito, no el fracaso. Asegura Jacobs que la idea de la ciudad-jardín (la de los ciudadanos que abandonan el centro y se instalan en los adosados) genera “unas ciudades muy agradables si uno es dócil y no tiene planes propios ni le importa pasar la vida entre gente sin planes propios”. Y compara la vida en la urbanización con la vida de los tres cerditos: sus casas están cerradas, preparadas para cuando llegue el lobo. La activista recuerda que en áreas urbanas densas y diversificadas la gente camina. Algo impensable en las zonas suburbanas.
“A todo el mundo que valora las ciudades le molestan hoy los automóviles. Para albergarlos, las calles se han desgarrado y hecho jirones incoherentes y sin sentido para quien vaya a pie”. Jacobs habló del Nolugar antes que el antropólogo Marc Augé se convirtiera en el dueño del término: “La personalidad de la ciudad se diluye hasta que todos los lugares se parecen y se integran en Nolugar”. Escribió también que echamos demasiado culpa a los automóviles: en Amsterdam o en Nueva Delhi aseguran que las bicicletas en grandes cantidades se combinan horriblemente con los peatones. Por eso, la actual relación entre ciudades y automóviles representa una de esas jugarretas que la historia hace a veces al progreso. El sentido de una ciudad es la multiplicidad de opciones. Pero es imposible aprovechar esa multiplicidad sin poder moverse con facilidad. “Sin variedad urbana, los habitantes de las grandes aglomeraciones están, probablemente, mejor en coches que a pie”.
Con todo, a Jacobs le resultaba perturbador pensar que hombres y mujeres jóvenes, deban aceptar, solo con el argumento de que deben pensar de forma moderna, concepciones sobre ciudades y tráfico no solo inviables, sino estancas: nada significativo les ha sido añadido desde que sus padres eran niños”.
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