Edificio embarcadero en Cáceres
FOTOS: ROLAND HALBE
Una cáscara de hormigón de 17 metros de altura era el sencillo y contundente icono del barrio de Aldea Moret, en Cáceres. Ese edificio-cubierta no solo podía reconocerse a lo lejos, además, retrataba la historia de un vecindario, surgido en torno a una mina de fosfato, que vivía de almacenar minerales bajo esa cubierta de hormigón. Las minas están hoy cerradas, pero el viejo embarcadero, con su cascaron recuperado, es otro. Y continua representando a un barrio que también quiere ser nuevo. El Ayuntamiento cacereño quiso que ese inmueble se embarcara en un nuevo proyecto social y cultural. Fuensanta Nieto y Enrique Sobejano ganaron el concurso con la propuesta de un nuevo inmueble metálico bajo la antigua cubierta de hormigón.
Hay paneles fotovoltaicos sujetos a una torre metálica exterior que informa de la transformación del edificio, actúa de reclamo y marca el acceso al inmueble. Los paneles anuncian la voluntad sostenible de la remodelación. Una única cubierta recuperada cobija diversas oficinas (se instalarán 40 empresas nuevas), espacios expositivos y servicios resueltos arquitectónicamente con grandes decisiones y pocos medios. Entre las decisiones, erigir cuatro edificios ligeros y metálicos bajo la antigua nave-cubierta. Entre los medios: mucho hormigón, paneles de policarbonato, celosías metálicas e instalaciones vistas se relacionan con el aspecto fabril del edificio original.
Cada nuevo edificio tiene una forma y un color distinto. Otra decisión: agujerear el forjado de la primera planta sirve para llevar luz al sótano y añade juegos de altura a todos los pisos. El agujero circular del forjado tiene además un eco en el auditorio encerrado en una circunferencia naranja que, dada la escala del centro (6.000 metros cuadrados y 17 de altura) parece un juego de niños, casi una escultura coloreada.
Reconstruir la antigua cubierta con paneles de vidrio, en el centro, y policarbonato traslúcido, en los laterales, para proteger el interior de sol y dotarla de lamas de ventilación lleva luz y aire al nuevo centro. Así, aunque los cuatro niños que participan en un taller el día de esta visita (un sábado) delataban un arranque débil para una gran apuesta, el programa del centro -que incluye talleres para encontrar minerales o aprender a cuidar un huerto, oficinas para la memoria de la etnia gitana, exposiciones de fotografías antiguas del barrio, cursos de flamenco y talleres artísticos que relacionan memoria e identidad- invita a pensar en un futuro prometedor. También el edificio apunta en esa dirección. Hoy, todavía vacío, pero muy dispuesto, el inmueble combina instalaciones sostenibles, una arquitectura eficaz y carismática y un gran atractivo espacial. La crudeza del hormigón, la frescura de las celosías metálicas, los colores vivos y los circuitos de instalaciones vistos y la magnífica escala de la antigua nave pueden hacer del Embarcadero un muelle para la transformación de un barrio que tiene mucho -espacio, silencio, vegetación, minerales e historia- para convertirse, otra vez, en un vecindario desde el que arrancar.
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