¿Dónde están las toreras?

“Las mujeres, para querer a los toreros”

Juncal, una serie protagonizada por Paco Rabal que enganchó a la audiencia en la primavera del 89. Era un compendio de estereotipos, lugares comunes y personajes que todavía se encuentran, como un calco, en el mundo de toro. Este diálogo calca la visión de la realidad que tiene el torero, en activo o retirado. No es nada personal, solo es una forma de vida. Saber que un día se tiene todo y al siguiente se puede perder crea una personalidad en ocasiones caprichosa, extremista, con altos y bajos. Una suma de vanidad y síndrome del feriante perpetuo. El torero, sobre todo si está en la cima, llega a pensar que el universo gira en torno a sí mismo. Llegar a esa elite, a mandar en el ruedo, el campo y los despachos es lo que anhela cualquiera que se enfunde el traje de luces. Se dice que el toro pone a cada cual en su sitio. También que el toro no pide el carné de identidad a nadie. Entonces, ¿dónde quedaría el machismo? En el acceso. En la oportunidad. El márketing marca, muchísimo, las posibilidades de tener contratos. Si se tiene un apoderado avezado, capaz de crear un valor diferencial de la torera en cuestión, podrá torear más.El bautismo de sangre, como pasa con sus compañeros, es la primera criba. Ahí no hay distinción. Tras la primera cornada ellos y ellas pueden colgar el chispeante en la percha. Lo lógico es que si son menos mujeres las que deciden probar suerte entre los pitones, sean menos las que llegan a la cima.

Si alguien ha llegado a la cima, esa fue Cristina, sin apellido. Como Juan, era decir Juan Belmonte. O José era decir, Gallito. Cristina es ella. Cruzó el umbral de la Puerta Grande como novillera, confirmó la alternativa y, tras varias temporadas alternando con las figuras, se llevó una brillante hoja de servicios con triunfos en casi todas las plazas de primera categoría.

En la actualidad queda una matadora malagueña, Mari Paz Vega, excelente capoteadora, que apenas torea, ni siquiera en su tierra. A cambio, goza de reconocimiento en América Latina. En mi opinión supera en arte, técnica y ejecución de las suertes a Cristina Sánchez. Vino después, sin campaña en los medios. Poco dada a las declaraciones sostiene que habla con el estoque y la muleta. Así tendría que ser si hubiera justicia. En México destaca la novillera Hilda Tenorio, alegre en el primer tercio y con arrojado valor para irse detrás de la espada.

Conchita Cintrón fue un mito en los años 40 y 50 del siglo XX, rejoneadora y torera de a pie, nunca quiso ir más allá que torear por el placer de hacerlo, con fines benéficos. Al mismo tiempo esquivaba así problemas legales.Su forma de interpretar el toreo y moverse por el ruedo sirvió, eso sí, para romper el tópico de la “marimacho”, pero no para que alguna que otra voz disonante la mandase a fregar desde el tendido.

En una entrevista pocos años antes de morir con José Ignacio de la Serna le confesaba cómo su osadía no era más que falta de prejuicios, nacida en Chile, de padre puertorriqueño y madre norteamericana: “Llegué al toreo sin prejuicios ni complejos de ninguna clase”.

Si “El Cordobés” y Palomo Linares fueron los guerrilleros en los 60 y 70 por hacer circuitos paralelos y enfrentarse a los empresarios, en el sector femenino estuvieron las guerrilleras, las que rompieron la ley heredera de la del 2 de julio de 1908 que prohibió la actuación de las mujeres en los ruedos. El preámbulo decía: “La opinión pública ha protestado en varias ocasiones contra la práctica que se va introduciendo en las plazas de toros de que algunas mujeres tomen parte en la lidia de reses bravas, y si bien se alega que la ley no lo prohíbe expresamente, el hecho en sí constituye un espectáculo impropio y tan opuesto a la cultura y a todo sentimiento delicado que en ningún caso deben las autoridades gubernativas permitir su celebración como acto que ofende a la moral y a las buenas costumbres”.

Esta ley puso punto final a las cuadrillas de señoritas toreras. Hasta hubo una de jóvenes catalanas que toreó en Filipinas en 1895. La nota bizarra la puso María Salomé Rodríguez Tripiana apodada, inicialmente, “La Reverte”, hasta que se descubrió que no, que no era mujer, sino un guarda jurado jienense de nombre Agustín Rodríguez.

En 1974, después de una gran lucha en los medios y algún que otro desencuentro con las autoridades de entonces, María de los Ángeles Hernández, Ángela en los carteles, pudo torear de luces. Con ella se puso fin a la ley que prohibía torear a las mujeres. Hizo más de 300 paseíllos. Se modificaba así el artículo 49 de los espectáculos taurinos, heredero de la ley de 1908 que, solo se rompió en algún caso para poder ver torear a Juanita Cruz, que siempre toreó con un traje de luces con falda en lugar de taleguilla que ella misma diseñaba. En 1934 cortó dos orejas y un rabo a un novillo en la Real Maestranza de Sevilla. El relevo de Ángela lo tomaron Mary Fortes y Maribel Atiénzar.

Aunque la presencia de chicas en las escuelas taurinas es bastante común, pocas son las que dan el paso al debut de luces, pocas con caballos, y menos aún, llegan a tomar la alternativa.

En todo caso, la verdadera normalización vendría cuando más allá de llevar la voz cantante hubiera mujeres picador, banderillero o, incluso, mozo de espadas. Hubo una que osó cruzar la línea de los despachos. Soraya Chicharro, empresaria alicantina, es la apoderada (denominación que recibe el manager en el argot) de Alejandro Morilla. El compromiso se cerró a la antigua usanza, con un apretón de manos. El eco fue diferente. Pronto comezó el runrún. ¿A dónde van estos? ¿Cómo lo van a contratar? ¿Así es como va a defender sus intereses? Se daba por hecho una supuesta debilidad sin conocer la capacidad negociadora de la recién llegada.

En donde, desde hace muchísimo tiempo, las mujeres dejaron de desentonar en es el campo bravo. En un caso como regalo familiar, esa costumbre de poner “la ganadería a nombre de la niña”, en otros por verdadera afición, por jugar con la alquimia de la bravura y afinar el comportamiento del animal tanto como la genética y el estudio del libro ganadero permite.

Roto el topico de la ganadera “con divisa verde y oro” de la copla, otro cruel estereotipo, destacan el caso de Dolores Aguirre, llamada en el argot “Doña Eduarda”, por la fiereza de sus toros, por similitud a los de don Eduardo Miura. Carolina Fraile intenta recuperar los ‘gracilianos’, toros con chispa que supo criar su padre, Juan Luis Fraile. La esperanza de futuro cae en María del Pilar Martín Canto, con 25 años recién cumplido y la licenciatura de Veterinaria, dedica todo su tiempo a la ganadería más laureada del siglo XX, la de su abuelo, Victorino Martín Andrés.

Lo deseable es que el cambio fuese, solo, una cuestión de tiempo, que poco a poco, la mujer, si le interesa, se haga un hueco en un mundo desigual, exigente, elitista y cruel, como es del toreo. La realidad lleva a otra encrucijada, ¿goza este espectátulo de salud suficiente como para perdurar en el tiempo?

Recomendación: Hasta el 20 de mayo, en la Real Casa de Correos (Puerta del Sol) de Madrid, se expone una historia de la mujer en el mundo del toro. Bajo el nombre “Una mirada femenina del toreo” se repasa el papel de ganaderas, toreras, pintoras, periodistas, fotógrafas y aficionadas a través de fotos, objetos y trajes.

Una reflexión final: La cobertura mediática de los festejos también tiene su cara desigual. ¿O es que nadie se ha dado cuenta de que, salvo excepciones, y el caso especial de Mariví Romero en los años 70, casi siempre están para hacer ‘la columna social’ o contrastar impresiones en el tendido?