Bimini-Andros, el vuelo más loco de las Bahamas
Un territorio formado por 700 islas tiene a la fuerza que ser singular. Como singulares son los medios de transporte para moverse entre una y otra. Para viajar entre las islas que compone el archipiélago de las Bahamas puedes elegir entre un barco-correo (lentos pero baratos), ferrys rápidos (rápidos pero más caros), compañías aéreas dignas de llamarse tal y cuyos aviones pasarían la ITV y compañías minúsculas cuyo staff cabría en un taxi y que unen islas pequeñas y contiguas con avionetas de juguete.
Pero para salir de Bimini y trasladarme a la siguiente isla prevista en mi programa, Andros, no utilicé ninguno de ellos. Simplemente me dijeron que esperara en una esquina de la pista sdel aeropuerto de Bimini: el dueño del Small Hope Hotel de Andros mandaría a recogerme a mi y a mi compañero de fatigas viajeras, Antonio Alpañez… ¡a su avioneta privada! Eso si que es un servicio personalizado, ¡pardiez!
Yo espera ver llegar un avioneta de lujo pilotada por un subalterno con uniforme de un rico y atildado dueño de complejo hotelero. Pero no. Quien apareció con una hora y media de retraso fue un tipo destartalado y de cara simpática, guayabera azul y pinta de haberse puesto el Trópico por montera . Un tío feliz, a todas luces. Se presentó como Jeff Birch, dueño del Small Hope Hotel, de Andros. Y la avioneta, en vez de un jet a reacción, era un nostálgico trasto que no pasaría cualquier inspección y en el que no parecía funcionar ninguna aguja, ningún marcador, ningún indicador de niveles (luego vi que funcionaban las que tenían que funcionar, por supuesto). La buena noticia es que al menos tenía alas.
Jeff llegaba tarde porque venía de hacer la compra semanal y el escaso espacio disponible en la carlinga estaba lleno de bolsas del Super con melones, lechugas, pizzas semicongeladas, berenjenas, papel de impresora, comida para el perro y no se cuantos ítems más.
“Vaya”, exclamo al ver nuestros sietebultos y 70 kilos de peso, “se me olvidó que erais un equipo de TV“. Creedme: ni un maestro del Tetris hubiera sido capaz de encajar semejante cantidad de bultos en tan exiguo espacio.
Pero Jeff no era un tipo que se desanimara con facilidad. Ni que perdiera su sonrisa contagiosa. Dejamos media compra en Bimini (“Luego vengo a por ella”, le dijo al perplejo guarda del aeropuerto) y enlatados como sardinas emprendimos un memorable viaje de 45 minutos sobrevolando el Gran Banco de las Bahamas desde Bimini, la isla de Hemimgway, hasta Andros, la isla más grande y más deshabitada de las Bahamas. Un pezado de atolón donde solo hay arena, manglares, palmeras y pinos y “blue holes”. Tres cuartos de hora de divertido vuelo sobre un paisaje de ensueño, encogidos para dejar espacio a las bolsas del Super, con un tipo medio loco que irradiaba felicidad por los cuatro costados. Y en la avioneta más destartalada que he visto en mi vida.
Este es el documento que acredita que lo digo, es verdad (ánimo, solo dura dos minutos):
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