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La lingüística de Sarkozy desvela a un hombre sentimental con poca empatía hacia las víctimas de su política

"¡La Rupture!" Ruptura, esa fue la palabra empleada. La gritó acompañando la expresión con toda la mímica de su dislocado cuerpo de contorsionista. ¡Ruptura! ¡Ya está! ¡Dicho y hecho! ¿Y ruptura con quién? ¿Con qué? Por supuesto, con una idea: con el pasado. ¡Con los padres! ¡Chirac y Giscard! ¡Practicaremos el paternalismo de un modo diferente! Dejemos que la derecha sea la derecha, sin complejos. Sin maquillaje, descaradamente. Y sin demora. Para dar ejemplo, él mismo, el del lenguaje halagador, "se despojaría en primer lugar de sus complejos con la lengua francesa". Librémonos de ese peso, de esos modales. ¿El estilo? ¿La gramática? ¡Eso es el pasado, se lo digo yo! ¿Y la lengua francesa? ¿Y esos siglos de una literatura que sigue viva, de esos tesoros de la humanidad? ¿Qué utilidad tienen? ¿Acaso es necesaria una retórica brillante para llegar a Presidente de la República? ¿Para influir en la gente? Una buena patada en el culo, eso sí que es rápido y barato. Pero el lenguaje, sus inagotables recursos y sus singularidades, dijimos nosotros, capacitan el discurso, conllevan pensamiento. Como dije, los franceses ya no necesitan pensar más, dice el del lenguaje halagador. Estoy haciendo sus vidas más sencillas, mire: "Trabaje más para ganar más." ¿No es bonito? Cada fragmento es tan bueno como Racine, La Fontaine o Victor Hugo."En lo sucesivo" (esta es una expresión que eliminaremos) tendremos menos palabras, pero más pasta. Pueblo de Francia, no os preocupéis; yo soy la Ley, tomadla de mí.

Nadie ha visto nunca semejante golpe de efecto: de un brinco, nuestro contorsionista salta por encima de la lengua francesa. De repente, Francia es propiedad de un poseso, de alguien fuera de la ley; es como si Chicago se hubiera desplazado a Neuilly. Ya no tienen lugar diálogos o discusiones, uno ilustra la conversación con disparos, puñetazos y patadas. El soberano arremete. Ahora se ha separado de la lengua francesa, con un divorcio atronador. Ya habéis visto lo que hace con el lenguaje. Lo maltrata, lo golpea, le da puñetazos, lo desmiembra. Llevando el arrebato al límite, se traga la mitad de las sílabas y escupe la otra mitad a la cara de su oponente. Impone su idiolecto al mundo. Sólo él "habla" ese idioma, tan masacrado como masacrante. Solamente los humoristas son capaces de imitarlo. Pues nadie, ni siquiera entre su entorno más próximo, se siente capaz de reproducir ese sangrante batiburrillo. El lenguaje es víctima de su martilleo. Y sobre sus ruinas proclama el descrédito de la cultura y el reino de la ignorancia.

Para inaugurar su imperio de brutal regresión y dejar grabado un claro ejemplo en las mentes de la gente, el soberano decidió poner fin a La Princesa de Clèves.

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Al sentir lástima por los altos funcionarios, el buen rey les libera por decreto del deber de leer. Ese tipo de calculada barbaridad debería pasar a los anales de la historia francesa. Imaginemos a un poderoso hombre inglés dándole a la gente esta buena nueva: prohibido leer ese aburridísimo Robinson Crusoe con el que os atiborran la cabeza. Y Shakespeare, ¡vaya pesadez! ¡Fuera con él! Es un vejestorio. Ahora tenemos la Tele. Pero la peculiaridad del Soberano francés consiste en su elección del chivo expiatorio. Con ciega y vengativa furia se ha vuelto contra la más prudente y más distinguida figura de la lengua y la literatura francesas. La Princesa de Clèves es la primera novela histórica de su literatura. Peor, está escrita por una mujer (Madame De Lafayette). Peor, inmortaliza a una mujer. Y ahora, todos sus complejos personajes, política e intelectualmente refinados, caen en el siglo XXI bajo los golpes de un chico malo llevado por un impulso que le supera. No sabe lo que está haciendo.

Cómo no darse cuenta luego de que el principal impulso de toda su acción en la política doméstica es el de conocer, por el Boletín de Noticias, la historia cuyo personaje principal es una mujer joven acosada o asesinada.

Toda la pasión política de este hombre poseso se proyecta sobre las víctimas de los canallas. ¡Un soberano paradójico! No, no es a la nación a quien quiere ayudar; él sólo quiere explotar las heridas que no pueden curarse. Ultrajada su decencia, actúa como una parodia del Antonio de Shakespeare (no porque lo conozca); muestra a la gente un cadáver que ha descubierto en el noticiario y es como una imagen viva de la compasión. Toda la sencilla gente de Roma llora y le reelige. Pero la lástima de nuestro personaje se despierta sólo en contacto con la noticia hecha carne. Cuando se trata del sufrimiento en el lugar de trabajo, de la agonía de los franceses maltratados por sus directivos, de la angustia por el desempleo, de la muerte en la lucha de clases, del sometimiento de los enseñantes, de la miseria de los investigadores, de la generalizada injusticia en el sector sanitario...a todo eso no le presta atención. Se atreve a decir: "Lo escucho y no hago ningún caso" en su lenguaje "sin complejos", con un discurso crispado y maníaco.

En el desayuno, como saben los lectores de Proust, el hombre devora el Boletín de Noticias en su periódico mientras degusta su café. Pero nuestro lector Soberano-con-periódico ha desterrado la sabiduría literaria; no le han dicho que, como tantos otros estadistas, es un caníbal. Se atiborra de sangre de víctimas, especialmente de la de mujeres, y no lo sabe.

Pero ¿acaso no ama a las mujeres? ¿No es el afamado autor de la inolvidable sentencia: "Entre Carla y yo la cosa va en serio"? No. Lo que quiere de la mujer, nos dice la Literatura, es la muda y elegante forma de top model con la que Ricardo III adorna su muy explícita apariencia.

Él no sabe eso, pero sí sabe que en la Literatura hay otra manera de saber. Entonces ¿por qué esa furia contra la lengua y la literatura francesas, ese resentimiento, ese frenesí? Porque ahí hay un mundo con el que no puede practicar el viejo truco de la ley del más fuerte. No sabe cómo seducir al pensamiento, cómo reducirlo, dominarlo, hacer que se arrastre. Siente una rabia impotente. Ahora está dispuesto a darle una paliza. ¡Cuidado! ¡El Boletín de Noticias podría pillarle! Tal vez se imagine que él mismo es un personaje de la gran novela política de La Comedia Humana. Pero él no es un personaje principal, no es un De Gaulle o un Mitterrand: nunca pronunciará un discurso al estilo de Jaurès, ni abolirá la pena de muerte. Sólo le da golpecitos en el hombro a Angela Merkel y cada año hace un nuevo alarde a propósito del cuerpo mutilado de una mujer en un plató ante "sus interlocutores", los "nueve franceses auténticamente modestos", personalmente seleccionados para su número circense televisado al país de manera que no puedan interrumpirle. Les pregunta lo que van a preguntarle y les da todas las respuestas.

Le ha cortado la lengua a la nación y se la ha guardado en el bolsillo.

Hélène Cixous es profesora y escritora feminista francesa, poeta, dramaturga, filósofa, crítica literaria y especialista en retórica. | Traducción de Juan Ramón Azaola

El presidente francés, durante su intervención ante el pleno conjunto de las dos Cámaras
El presidente francés, durante su intervención ante el pleno conjunto de las dos CámarasAFP

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