Para columpiarse
He de reconocer que la primera vez que lo vi me dieron ganas de subirme. Es una atracción infantil que está instalada en un parque público en Alcobendas (Madrid). Entre dos grandes celosías metálicas, separadas apenas por un metro, hay todo un mundo de pasadizos, trampillas, vías de escape, un tobogán… Es como esos terrarios para niños con túneles para hormigas o ratones entre dos paneles de cristal. De hecho se llama El Hormiguero. La atracción está instalada en un entorno en el que el césped artificial, los caminos de colores y una especie de lacasitos gigantes de hormigón en los que te puedes sentar le dan un aspecto de juguetería. Hay también unas estructuras para trepar con formas caprichosas, a primera vista incluso parecen imposibles o peligrosas, pero os aseguro que muy divertidas para los niños. Además, cuenta con un megacolumpio en el que los enanos hasta se pueden tumbar. El parque ha sido creado por la empresa finlandesaLappset. Podéis haceros una idea en esta foto, distribuida por el Ayuntamiento de Alcobendas.
Del subsuelo, al espacio. No muy lejos del Hormiguero, otro parque infantil recrea un paisaje lunar o marciano: abundan los pequeños cráteres con lava ardiente, estrellas, cometas, montículos. Sobre ese terreno, han alunizado dos grandes naves espaciales, por las que se puede trepar y de las que salen toboganes. Los pequeños pueden experimentar los vaivenes de la orografía subiendo a un rover espacial y pueden trasladarse de un lado a otro del planeta colgándose de una tirolina. También pueden experimentar algo parecido a la ingravidez en un moderno balancín giratorio. Los más pequeños pueden hacerlo en columpios diseñados para su pequeñez. Aquí lo tenéis.
En este caso el fabricante es la empresa sueca Hags, que tiene bastantes instalaciones en España (Aquí podéis ver unas cuantas).
Echando un vistazo a las páginas web de estas empresas podemos ver cómo hemos evolucionado, al menos en lo que a mobiliario infantil público se refiere. Además de tener una pinta la mar de atractiva, las atracciones son cada vez más ingeniosas. Algunas dan un poco de miedo, la verdad. Solo con imaginar un pequeño desliz, tu cerebro viaja rápidamente hacia una sucesión de rebotes en piezas que de repente se vuelven puntiagudas y que termina con tu niño retorciéndose en el suelo con varias fracturas. Pero luego no es así. Los ves trepar, deslizarse, saltar, hacer equilibrios sobre estas máquinas y rara vez tienen accidentes. Y cuando los tienen, no suelen requerir ingresos hospitalarios. Será el famoso ángel de la guardia o esos suelos de caucho granulado que impiden resbalones y están algo más mullidos que el cemento.
Echando la vista atrás, recuerdo los columpios en los que nos divertíamos los treintañeros de hoy cuando éramos pequeños. Estructuras simplísimas, a menudo oxidadas, a veces con soldaduras despegadas y, sobre todo, mucho menos ingeniosas. Alguna queda por ahí, con un aire triste con sus desconchones frente a sus primas ricas. Con sus barras de hierro lacado frente al brillante aluminio que no se oxida. Con sus neumáticos colgados de cadenas frente a los modernos asientos de los que no se puede caer. Con sus charcos frente a las absorbentes moquetas de goma. En algo hemos avanzado.
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