¿Qué hacemos con los estadios?


Un estadio de fútbol es, tal vez, el más lugar de los no-lugares contemporáneos. Pocos sitios habrá tan fríos y, a la vez, tan cargados de electricidad emocional (risas, llantos, violencia, autoestima, derrotismo y, por supuesto, algo tan infantil como el juego; las finanzas son otro capítulo). En el tumultuoso barrio del balompié, a la tozuda realidad del Campeonato del Mundo que ha sembrado Sudáfrica de estadios mastodónticos se le ha sumado estas semanas la victoria en las elecciones a la presidencia del F. C. Barcelona de Sandro Rosell, una victoria que, de momento, manda al limbo el proyecto de ampliación del Camp Nou a cargo de Norman Foster. Falta por saber, además, el futuro del paralizado nuevo estadio del Valencia o, en Madrid, el futuro del Vicente Calderón y de rebote de la recuperación definitiva de la orilla del río Manzanares. Fútbol es fútbol, crisis es crisis.
En cuanto echen el cierre en Johanesburgo, el mercado de fichajes dirá si la recesión ha llegado también al rey de los deportes, porque los clubes parecen vivir en un mundo aparte. Es su gran baza y su oferta es ésa: suspender la vida real cada domingo durante dos horas. Como los objetos metálicos, las bengalas y los recipientes de vidrio, los problemas se quedan en la puerta. El fútbol vive en un mundo aparte y los campos de fútbol, también. La mayoría son islas de hormigón (aparcamientos incluidos) plantadas en medio de una ciudad para ser usados menos de 30 días al año. De hecho, museos, tiendas de merchandising, restaurantes y centros comerciales se han instalado en el vientre de muchos estadios para llenar la espera, y de paso hacer caja, vendiendo camisetas (Peter Eisenman, aficionado al fútbol, lo es también a ganarse a los auditorios en los que interviene poniéndose la elástica de equipo local: ahora el Barça, ahora el Rayo Vallecano).
Dado su carácter de catedrales laicas (los museos no pueden competir con sus cualidades de escenario para el rito dominical masivo), la arquitectura se ha esmerado con los estadios tratando de que si no hay respuesta posible a la total integración urbana del mastodonte, que al menos la pregunta sea lo más interesante posible. Arquitectos como Frei Otto, Renzo Piano, Herzog & De Meuron, Souto de Moura, Eduardo Arroyo, Patxi Mangado o Rubiño-García Márquez hicieron su trabajo en Munich, Bari, Braga, Baracaldo, Palencia y Jaén. La máquina del fútbol tendría que hacer el resto. Quizás dos grandes campos sean demasiados para cualquier ciudad, pero está lejos el día en que compartan un mismo estadio los equipos de Madrid, Barcelona o Sevilla. No está, sin embargo, escrito en ningún sitio que no pueda ser así. San Siro (oficialmente Giuseppe Meazza) sirve tanto al Milan como al Inter. Y la rivalidad no es menor por eso, futbolística y socialmente. Pese a que el dinero de Berlusconi pudiera hacer pensar lo contrario, el primero siempre fue el equipo de los proletarios emigrados del sur. El segundo, el favorito de la burguesía. En España, por ahora, cada dios necesita un templo exclusivo. Lástima, el mero acto de cuidar como propio el asiento que la semana siguiente ocupará el rival tendría algo de cívico. Lección de urbanidad, lección de urbanismo.
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