De monstruo a museo. Con AV62 en Cerdanyola
FOTOS: LOURDES JANSANA
“Se trataba de salvar la cara, de operar sin romper hueso. De hincar, en el hueco de una antigua cantera, un museo para un poblado íbero descubierto, precisamente, por la explotación de esa cantera en la cima”. Lo explica la arquitecta Victoria Garriga. El futuro Museo Arqueológico de Cerdanyola del Vallès (Barcelona) corona la cima de un cerro colonizado por multitud de viviendas, muchas con pinta de ilegales. Insertado, más que integrado en la colina, este es un proyecto que ni busca mimetismos ni quiere camuflarse. “Establece una lucha física entre edificio y montaña al tratar de robar un espacio para hacerlo habitable”. La arquitectura resultante es esforzada, pero no forzada.
Su socio, Toño Foraster, ha dirigido la obra. Cuenta que el edificio se explica gráficamente pensando en los dos planos verticales metálicos que penetran la montaña por una grieta existente –la antigua cantera-. Una vez dentro, los muros se deforman hasta hacer sitio a los talleres del museo y a las salas de exposiciones. El museo, en torno a dos patios verticales que actúan como lucernarios profundos de esta montaña ocupada, es así un espacio indisociable del lugar. El programa ocupa dos plantas y la cubierta del edificio, la cota máxima de la montaña convertida en mirador, donde los visitantes pisan un suelo de lamas de pino vacsolizado.
“Este será el último museo monográfico que se construya en mucho tiempo”, advierte el arqueólogo que nos ha abierto el edificio. Tiene razón. Cuando se inaugure, en septiembre, culminará el territorio y terminará también una época.
La imagen exterior del edificio, forrado de zinc, insiste en la idea de un agresivo plano metálico que ha sido capaz de cortar la montaña y de deformarse después para ser ocupado por la gente. Esa imagen exterior dura protege un interior luminoso y amable.
Al entrar, la escalera de peldaños de roble agarrada a los muros perimetrales del edificio trepa hasta la recepción y las salas de exposiciones remitiendo al ascenso por la montaña. En la planta baja, las zonas de trabajo tienen un acceso más indirecto.
Museo encajado y mirador aplanado. Las espectaculares vistas sobre el Vallès permiten elegir por fragmentos en un paisaje ecléctico donde, sin embargo, no hay mezcla. De un lado, especulación y guerra del ladrillo en bloques de viviendas. De otro, colonización de libre albedrío. En medio, vistas a un valle que parece ileso y por eso resulta ausente, alejado. Sobre ese vecindario, el museo ofrece un panorama a vista de pájaro y se cierra al entorno recogiendo la luz en sus dos grandes patios.
Los recursos marca de la casa de AV62: la cálida funcionalidad nórdica, la falta de miedo ante un gesto y la naturalidad a la hora de organizar el espacio sustentados en más de 200 proyectos de interiorismo y más de 100 montajes expositivos, llevan tacto, luz y racionalidad –que para serlo aquí debe romper las formas cartesianas- a este museo que es, en realidad, un lugar. Y es en esa manera de redibujar un sitio donde este proyecto se convierte, también, en un peldaño más en la trayectoria de estos arquitectos que al control de presupuestos (menos de 1000€/m2 en este caso) y ejecución y a la brillante resolución de los espacios interiores añaden, aquí, espacio para lo inesperado. En Getaria (Guipuzcoa), a AV62 de Garriga y Foraster les espera otro reto. En la primavera de 2011 inaugurarán el Museo Balenciaga.
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