Garzón hacia el banquillo
Por más que se esperase no deja de sorprender: la Sala Segunda del Tribunal Supremo ha confirmado el Auto de 3 de febrero de 2010 por el que Varela denegaba el sobreseimiento que el juez Garzón pretendía y anticipaba improcedentemente -pues no era el momento procesal para ello- un fallo condenatorio.
Todo parecía indicar entonces que Garzón sería considerado prevaricador por las investigaciones que había iniciado en relación a los muchos delitos cometidos durante la guerra civil y en la posguerra. Y esto sería así, salvo que la Sala lo evitase no confirmando el Auto de Varela; pero habiéndose producido el respaldo, la crónica de la condena anunciada se va materializando a plazos y el siguiente será sentar al Juez en el banquillo, lo que podrá provocar que el Consejo General del Poder Judicial le suspenda de sus funciones.
Y todo está pasando contra el reiterado criterio de la Fiscalía, que nunca vio razones para proceder contra el juez Garzón -en ninguna de las tres causas por las que se le investiga-; con la sola acusación de unos grupos movidos por no se sabe qué motivaciones, a los que el Supremo no ha puesto ningún freno; en medio de un clamor nacional e internacional sin precedentes que, aglutinando a juristas y no juristas, a partidarios, indiferentes y no simpatizantes, reclama que se vuelva a la cordura y que se aborte esta persecución, dirigida contra una persona, pero que tendrá demoledores efectos colaterales en la independencia judicial y en el prestigio que algunas togas nunca debieron perder.
Escribo en términos de inevitable fatalidad porque no puedo entender que, habiendo tenido la Sala del Supremo la oportunidad de parar -casi- a tiempo esta locura, no lo haya hecho: ¿irracional huída hacia adelante o meditada condena más que previsible?
Araceli Manjón-Cabeza Olmeda es profesora titular de Derecho Penal de la Universidad Complutense de Madrid.
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