"La fama es una competición que administran los medios"
La periodista y escritora barcelona acaba de publicar 'La Fama. Iconos de la religión mediática'
Margarita Rivière (Barcelona, 1944) es todo un referente del periodismo español. Ha trabajado en los periódicos más importantes, incluido éste en el que actualmente colabora y ha escrito más de una decena de libros. Ahora ha vuelto su mirada sobre lo que podríamos llamar "el sector", es decir, la industria de la comunicación, en la que se inserta este oficio. Acaba de publicar La Fama. Iconos de la religión mediática (Crítica). Para ello decidió doctorarse en Sociología, "porque estaba harta de leer a periodistas haciendo de artistas de circo, y los periodistas son muy ingeniosos, pero cuando hacen de artistas de circo no hacen periodismo".
Ella misma estuvo muchos años haciendo de artista de circo. "Más de diez", reconoce, desde 1979 cuando Antonio Asensio me colocó como entrevistadora en El Periodico porque quería una mujer. Ahora sería obligado. No dejé de escribir ni un solo día. Hizo más de 2.000 entrevistas, cuyo análisis le ha servido para destilar una de las tesis del libro: "Un personaje cualquiera, cuando sale en un medio se convierte en relevante y ejemplar por el solo hecho de aparecer".
Analizó siete días de telediarios de dos cadenas -Antena 3 y TVE- partiendo de la hipótesis de que el continuum de la televisión es la publicidad, mientras que los programas son meras interrupciones de la publicidad, incluido el telediario. "El telediario explica que la realidad que equivale al infierno. La realidad es odiosa y el paraíso consumista es altamente estimulante".
Por si esto no fuera suficiente se coló en el casting de Operación Triunfo para observar como se fabrica la fama. "Se presentaron hasta 80.000 personas. Los escogidos entran en una academia de formación continuada, un internado, con el único objetivo de hacerse famosos a través de la música. Por lo menos hacen algo porque Gran Hermano carece de sustento moral.
Finalmente analizó los resúmenes del año de dos diarios, El País y La Vanguardia y comparó a quienes entronizaban: "un premio que los diarios se dan a ellos mismos, porque los que sabemos como se hacen estos resúmenes sabemos que se hacen mirando lo que se ha publicado aquel año. "Había una gran coincidencia; pero sobre todo se trataba de gente que se habían destacado por competir. La fama es una competición que los medios administran".
La fama tiene muchas acepciones, empezando por la construcción que cada uno se hace de sí mismo, pero la fama a la que se refiere Rivière es la que se exhibe en la pasarela pública, que no tiene porque ser positiva ni negativa. "Lo que importa es ser o no ser referencia, existir o no existir. Un famoso no tiene porque ser un referente positivo, puede serlo negativo. Lo importante es constatar que existe".
Esta fama, explica, "está intermediada por los medios. Los medios visibilizan a los individuos. El mundo que dividiría entre los que actúan y los que miran. Los que existen y los que no existen, los famosos y los anónimos. En esta ceremonia se juntan la información y el espectáculo; todo son celebridades, es equiparable Belén Esteban a Barack Obama, todo es lo mismo".
La conclusión a la que llega Rivière es que la comunicación es una religión y el periodismo es parte de esta religión. Los periodistas, explica "formamos parte de un sistema de ideas que explica el mundo, nuestra misión es elaborar unos rituales que confirman esas ideas. Los famosos son los santos de esta religión de la comunicación. Se trata de algo similar a la comunión de los santos de la fe católica. Estamos en comunión con estos santos-famosos a través de los medios; los periodistas somos sacerdotes, los medios son las Iglesias y las audiencias son los fieles que asisten y participan de esta comunicación".
No es muy benévola con su profesión. El prototipo actual de periodista, cree Rivière, "es alguien sentado en un despacho, frente al ordenador, esperando los comunicados de los gabinetes de comunicación, revisando constantemente sus correos electrónicos y, eventualmente, hablando por teléfono con un intermediario, un jefe de prensa, lo que le convierte en un mediador de mediadores". El periodismo actual se ha convertido en un "instrumento de poder para crear realidades a medida".
El consejo que da a las nuevas generaciones es que tengan cuidado con los privilegios porque son regalos envenenados que sirven únicamente para halagar su vanidad". La única arma que tienen los periodistas es la cultura y el criterio, el instrumento que permite seleccionar aquello que realmente vale la pena.
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