Un presidente de mecha corta
El presidente Felipe Calderón ha engañado a muchos con la verdad. Entrenado en la escuela doctrinaria del PAN, es poco refractario a las críticas y con niveles bajos de tolerancia. En su ascenso político, no ha mejorado. Tras su apretado triunfo en la elección presidencial y su asunción al poder, tuvo un compás donde pareció haber superado ese déficit político y madurado democráticamente. Pero no fue así. En la medida en que va perdiendo el consenso en su gobierno, vuelve a aflorar el espíritu guerrero que lleva adentro.
La semana pasada dio una muestra no sólo de lo que es, sino de lo que deben esperar sus gobernados durante los siguientes tres años, cuando en un foro organizado por el Senado para que los actores políticos y los agentes económicos presentaran sus ideas sobre cómo afrontar la crisis, el diagnóstico mundial que hizo el empresario Carlos Slim no le gustó, y menos sus referencias a lo que está sucediendo en México. No se habían terminado de digerir sus pronósticos, poco novedosos y convencionales, cuando varios miembros del Gabinete de Calderón le declararon la guerra mediática.
El más incendiario fue el secretario de Trabajo, Javier Lozano, quizás porque la gran promesa de Calderón durante la campaña presidencial, convertirse en "el presidente del empleo", ha sido un fracaso, y debió haber resentido con mayor dureza sobre su irascible piel los malos augurios sobre un empeoramiento en la generación de empleos. En lugar de cuestionar el fondo de los argumentos, Lozano se lanzó sobre la forma. Implícitamente lo volvió a acusar de tener el monopolio telefónico y de ser un mal agradecido por no ser generoso con un país que le dio su fortuna. A su vez, el secretario de Agricultura, Alberto Cárdenas, elaboró una argumentación a la altura de su sofisticación. "Es de mala leche", caracterizó la exposición de Slim.
El propio presidente, que días antes había calificado a todos los críticos que piensan que el país no va por buen camino de "catastrofistas", volvió a referirse al empresario en tono crítico, aunque sin mencionarlo por nombre. Su declaración posterior a la de los secretarios, confirmó que si bien sus colaboradores pudieron no haber recibido instrucciones de la casa presidencial para defender al gobierno y fustigar a los críticos, sí tuvieron el aval pleno de Calderón. Con el presidente a la cabeza, el látigo de la retórica se ha convertido en un recurso rápido para tratar de inhibir a quien disienta y para castigar.
En lenguaje coloquial mexicano, la reacción molesta, iracunda en algunos casos de una persona ante un dicho o un hecho, se le llama "de mecha corta", en alegoría a un cartucho de dinamita donde la mecha para prenderla es reducida. Calderón, en este sentido, es considerado un presidente de "mecha corta", porque suele reaccionar con prontitud negativa cuando las cosas no se acomodan a su parecer. Y su ejemplo ha cundido en el Gabinete.
Lozano es la expresión más refinada de un golpeador sirviendo al presidente. Los puñetazos a Slim lo fueron antes para el jefe de Gobierno del Distrito Federal, Marcelo Ebrard, con quien se enfrascó en un pleito que estaba completamente fuera de su ámbito de responsabilidad. Ebrard, un político más fino, simplemente lo ignoró. Otro alto funcionario que sin la grandilocuencia de Lozano suele ser más efectivo para acallar voces críticas, es el procurador general, Eduardo Medina Mora, que ha sugerido a ejecutivos de periódicos que la mejor manera de enfrentar colectivamente al narcotráfico es el modelo colombiano, donde la mayoría de los medios apoyan sin mucho cuestionamiento la política de lucha contra el crimen organizado. Uno más torpe es el secretario de Economía, Gerardo Ruiz Mateos, quien ha expresado en público que están revisando los estados financieros de los principales empresarios, sugiriendo terrorismo fiscal para quienes sigan osando criticar al Presidente y disentir de sus políticas.
El breve mosaico expuesto sobre la beligerancia de Calderón y su equipo, apenas si toca en su entorno las tensiones que se están incrementando entre su gobierno y diversos actores, como la propia prensa. Por ejemplo, la Presidencia tiene órdenes a todas sus dependencias para que no otorguen publicidad a la revista Proceso, que se ha caracterizado desde su nacimiento en 1976 por ser una especie de fe de erratas del gobierno en turno. No le gusta su tono inflamatorio ni su oposición intransigente sobre todo lo que haga la administración. El boicot contra el semanario se realiza de manera casi siempre total, pese a que es la publicación más importante de su tipo en el país, y de lejos la de mayor circulación. Los criterios de publicidad en el gobierno, para entender mejor esa acción punitiva, se fincan en la circulación o rating de un medio.
La intolerancia de Calderón que riega al resto de sus colaboradores ha provocado escaramuzas con gobernantes de otros partidos, con políticos, y una creciente tensión con algunos medios. No hay nada para sorprenderse. El pensamiento sobre el cual operan Calderón y varios de sus colaboradores más importantes es que todo lo que represente al régimen en los tiempos del PRI está "corrupto", definición que incluye por cierto a buen número de periodistas. Y los empresarios, consideran, fueron grandes beneficiarios del sistema. El purismo en todo su esplendor. Pero si la forma de imaginarse la realidad por parte de Calderón ha sido maniquea durante su carrera política y por tanto no es algo nuevo, no deja de ser preocupante, sin embargo, que esa línea ideológica sea cada vez más preponderante y más activa, más belicosa y más violenta. Después de todo, Calderón es el Presidente, y encabeza una institución cuyos recursos políticos, por diseño institucional desde hace varias décadas, pueden ser fácilmente usados en forma autoritaria.
Raymundo Riva Palacio es periodista y analista político. Fue director de los periódicos El Independiente y El Universal
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.