La dicotomía de Bangkok
Justo enfrente del Hilton, al otro lado del río, se levanta Thonburi, el barrio histórico de Bangkok. Aquí no hay calles, solo canales de aguas estancadas; las casas son palafitos de madera y chapa, la gente vive en cuclillas sobre esteras vegetales y todo se compra y se vende desde piraguas atestadas de productos naturales que manejan mujeres protegidas por un gorro de paja de arroz. Un siglo de distancia entre una orilla y otra del mismo río. Dos mundos coetáneos separados por unos metros en la distancia y un abismo en el tiempo. Así es Bangkok, la capital tailandesa, a la que acabo de llegar después de muchísimas horas de vuelo, vía Estambul.
El jet lag me pesa, pero me puede más el ansia de redescubrir una ciudad que vi por primera vez hace ya más de 25 años y que recuerdo caótica pero amable. No me importa dejar las maletas en el hotel y tirarme sin pausa a la calle.
Bangkok es futurista, rabiosamente moderna, saturada de todo (ya sean olores, gentes o coches), una ciudad donde las autovías crecen unas sobre otras, el metro circula bajo tierra y también sobre raíles por encima de ella; los rascacielos del siglo XXI se reflejan en las aguas achocolatadas de río Chao Praya junto con la silueta piramidal del Wat Arum, la pagoda de estilo camboyano más antigua de la ciudad. Donde los grandes reclamos publicitarios llenan la noche de destellos de neón y el ir y venir de sus 14 millones de habitantes genera unos atascos bíblicos famosos en toda Asia.
Sin embargo, Bangkok, “la deliciosa capital de las nueve gemas, la morada real más elevada”, vive la misma dicotomía entre la tradición y la vanguardia que el resto del país: junto a esos rascacielos de acero y cristal se pueden ver palafitos de madera, frente esas ejecutivas ceñidas en finos trajes de marca enganchadas permanentemente a su teléfono móvil caminan aldeanas tocadas con el gorro cónico en dirección a un mercado flotante, o monjes buditas envueltos en raídas túnicas naranjas espera el pindapata, la limosna matutina. Es la dulce locura de una ciudad única, alocada, calurosa en extremo, que simboliza el desarrollo de este tigre asiático.
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