El acoso silencioso a los estudiantes sordos: “Me sentí apartado del grupo, invisible”
La Confederación Estatal de Personas Sordas critica la falta de acceso a información y pide recursos específicos para que los menores afectados puedan alertar de casos de ‘bullying’ en la escuela
Javier Peña se ha sentido “invisible” casi toda su vida escolar. Todos sus compañeros lo veían, pero no como un igual. A lo largo de su vida han pesado más las “diferencias”, que han convertido el hecho de acabar los estudios en un verdadero desafío. Este joven de 21 años es una persona sorda y desde que era un niño ha tenido que lidiar con el acoso, las burlas y todas las veces en las que contó a sus maestros lo que sucedía y pasaron por alto esas situaciones. Hasta el punto de que Javier llegó a normalizar “los empujones en el comedor”, que “pasaran” de él en los trabajos colectivos y que le dijeran todo el tiempo “sordomudo”.
Los datos sobre el acoso escolar en la infancia sorda en España no son claros ni recientes. Un estudio sobre la situación socioeducativa de las personas con sordera en España de 2020 apunta a que un 19% del total de la muestra analizada —de 793 casos— manifestó haber sufrido alguna situación de acoso o rechazo por razón de su discapacidad. Una cifra que se incrementa hasta el 26% en los jóvenes de 12 a 17 años. Organizaciones como la Confederación Estatal de Personas Sordas (CNSE) critican la falta de acceso a información sobre el tema y exigen recursos para que los menores puedan alertar de casos de bullying.
“Las charlas sobre el acoso escolar ponen ejemplos muy generalistas y las personas sordas no se sienten identificadas. Eso hace que no se den cuenta de lo que está ocurriendo”, asegura la técnica de acoso escolar y juventud de la CNSE, Lucía Espejo. De ahí que la juventud sorda y sus familias no tengan una percepción clara de qué es el acoso ni dónde están las ayudas. “Investigamos si los recursos para alertar eran accesibles y si los jóvenes sordos consideraban que, alguna vez, habían sido víctimas de acoso escolar. Lo que se hizo fue preguntarles cómo afrontaban esas situaciones”, cuenta Espejo. “El 80% dijo que sí estaba sufriendo bullying. Pero, después, cuando les preguntamos de qué manera lo afrontaban, el 90% dijo que no hacía nada porque no sabían dónde acudir”, añade.
Víctor Ionut es sordo y tiene un hijo de siete años, que también lo es. Ionut cuenta que aún no son visibles las diferencias entre su hijo y sus compañeros oyentes. Aunque admite que cuando le pregunta al pequeño si todo está bien, siente su “frustración”. “Cuando le pregunto si ha tenido algún problema con sus compañeros, él me dice: ‘déjalo, no pasa nada’. Pero sé que hay algo detrás”, cuenta el padre, quien cree que quizá tenga que lidiar con esos problemas en un futuro.
Excluir a un niño o niña de un juego, en el que todos están participando, es acoso, dice la psicóloga y directora de la Asociación de Familias de Personas Sordas de Burgos (Aransbur), Marisol Yllana. Cuenta que en una ocasión, una madre de la asociación se percató de que su hija estaba siendo excluida. “Habían mandado una foto al grupo de padres de una fiesta en pijamas y su hija estaba aislada, sentada en una esquina”. Yllana añade que en muchos casos los niños se sienten culpables y se lo van tragando. “No quieren dar preocupaciones o cuando son pequeños no saben expresar lo que les pasa”, señala.
Lo más grave ocurre cuando el acoso escala, como sucedió con Javier Peña. A la exclusión había que sumar agresiones de todo tipo. “Había compañeros que se burlaban, que intentaban chinchar a la gente sorda. Ese era mi día a día”, cuenta. Uno de los momentos que más le quedó “grabado” fue cuando estaba en sexto de primaria: “Los compañeros hicieron un collage con las fotos de toda la clase y, al final, rompieron las cuatro imágenes en las que estábamos las personas sordas”, relata el joven mientras mira al intérprete de lengua de signos de la Federación de Personas Sordas de Comunidad de Madrid.
El acoso que sufrió Peña se repitió y “empeoró” en secundaria. “En la ESO empezaron a hacerme más bullying, ya no podía con tanto sufrimiento”. Ocurría con más frecuencia, dice, en el recreo. “A los cuatro chicos sordos y a mí nos encantaba el fútbol. Los compañeros oyentes nos quitaban el balón y se lo iban pasando entre ellos. Nosotros se lo pedíamos, pero no nos lo devolvían”. En el comedor tampoco mejoraba: “Hablaban mal de nosotros y lanzaban cosas a nuestra mesa”. Peña recuerda que se burlaban diciéndoles “sordomudos”. “Es ofensivo, no somos mudos, nosotros sí tenemos voz”.
Aislamiento y burlas
Que un niño, niña o adolescente reconozca que es víctima de bullying no es sencillo y para la población sorda, o que tiene algún tipo de discapacidad, menos. Los insultos, el aislamiento o burlas por el uso de lengua de signos se han convertido en parte de su cotidianidad. Espejo señala que muchas veces no son conscientes de que les están insultando cuando les llaman sordo mudo: “Quizá es algo que les hacen reiteradamente y cuando se lo cuentan a sus padres o tutores les dicen: bueno es que no conocen a la comunidad sorda. Y esa es una manera de que la infancia o juventud considere que eso no es acoso. Lo dejan pasar porque piensan en el acoso solo como peleas o abuso físico”.
Los protocolos deberían ser sencillos y con canales accesibles para el alumnado, señala el presidente de FIAPAS, José Luis Aedo. “Estos alumnos son personas que por su discapacidad pueden tener dificultades de comunicación y necesitan que los canales de denuncia para buscar apoyos sean accesibles. Eso se agrava por su discapacidad auditiva. Sobre todo en etapas de adolescencia, que son más vulnerables”, explica Aedo. El problema de accesibilidad fue lo que impulsó a la CNSE a crear, junto con ANAR, un servicio de videointerpretación para personas sordas. Un intérprete, que actúa como intermediario entre el psicólogo de ANAR y la persona que se comunica en lengua de signos. A su vez, transmite al usuario, en lengua de signos, lo que el psicólogo está diciendo. “Hemos entendido que para la población infantojuvenil con esta discapacidad, el hecho de que haya un intérprete al otro lado facilita la comunicación, la hace más cercana y más amable”, apunta la directora de las líneas de ayuda de ANAR, Diana Díaz.
Además de ser acosado por sus compañeros, Javier Peña tuvo problemas de rendimiento escolar: repitió primero y cuarto de primaria. Estudiar se convirtió en un reto triple: ver todos los días a sus acosadores, pedir ayuda sin que los apoyos llegaran y lidiar con un trastorno de déficit de atención (que le fue diagnosticado cuando tenía 19 años). En tercero de la ESO volvió a repetir. “En bachillerato mis padres me dijeron que continuara en el mismo colegio. Siempre les decía que no quería hacerlo en el mismo lugar, pero al final tuve paciencia y me armé de valor”, cuenta. Pero llegó la pandemia, la cosa fue a peor y abandonó el curso. “No tenía nada de motivación. No quería sufrir un año más en el mismo colegio, quería una vida nueva”. “Al final, a los 16 estaba en ese limbo de no saber qué hacer, si continuar con los estudios o si quitarme de en medio”.
Javier decidió volver a estudiar, pero no fue fácil. Esperó seis meses antes de animarse. “Estaba muy confundido, tenía muchísimo miedo y me agobiaba el futuro. No tenía ninguna esperanza de que fuese a tener una oportunidad”. Le motivó el apoyo de sus padres, hermana y la ayuda psicológica que recibió. “Ahora tengo un objetivo”. Estudia un FP de grado medio de Artes Gráficas. Está terminando las prácticas y el año que viene cursará un grado superior de Diseño Gráfico. Espera, muy pronto, poder tener su propia empresa de diseño.
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