Desfile de la Victoria a todo gas
Además de vidas, la guerra cuesta mucho dinero y Europa y Rusia no pueden romper de manera automática su dependencia mutua
Mañana, como todos los años desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, se celebra el Desfile de la Victoria en la Plaza Roja de Moscú. Los rusos conmemoran la rendición de Alemania un día más tarde que el resto de sus entonces aliados debido a que Stalin se enfureció cuando, en 1945, el Tercer Reich firmó su capitulación incondicional en Reims —Francia— y exigió que se hiciera una segunda rendición en Berlín ante su oficial de mayor rango, el mariscal Georgy Zhukov. Tratando de sacar el máximo partido político a la victoria, la prensa soviética ni siquiera informó de la rendición de Reims hasta un día después.
Este año, aunque Putin también tratará de sacar el mayor rédito propagandístico a la cita, la situación es muy diferente. Tras dos meses y medio de contienda, la “operación especial de desnazificación de Ucrania” dista mucho de ser un éxito. Los objetivos militares cada vez parecen menores y se centran en el flanco del este, tratando de apuntalar un corredor ruso hasta el sur que llegue poco más lejos que Crimea.
Aunque es imposible anticipar las voluntades de Putin, mañana no es un día cualquiera y el simbolismo de la situación parece la ocasión perfecta para desvelarlas. Como la guerra es costosa e insostenible en el largo plazo ¿aprovechará el Presidente ruso la solemnidad del evento para “vender una cierta victoria” a su pueblo o, por el contrario, se envalentonará todavía más y declarará formalmente la guerra a Ucrania?
La segunda opción supondría un alargamiento de la contienda y le permitiría reunir más tropas y poner al país en pie de guerra, pero tendría una dura aceptación por parte de los rusos. Por el contrario, si no da un paso más, se debería interpretar como un punto de inflexión de sus ansias expansionistas y posiblemente caminar hacia una resolución negociada del conflicto.
En cualquier caso, además de vidas, la guerra cuesta mucho dinero y Europa y Rusia no pueden romper de manera automática su dependencia mutua. Por más que se hayan adoptado embargos para limitar la compra de energía rusa o Putin haya cerrado el grifo del gas a Polonia y Bulgaria, las medidas adoptadas hasta ahora por ambos bandos han sido dolorosas pero asumibles. Alemania necesita años para renunciar al gas ruso y el 40% de los ingresos de Rusia provienen de la venta de energía.
Recurrir a China para sustituir a Europa llevará años. Actualmente el país asiático cubre solo un 10% de sus necesidades de gas con producto ruso. Tendría que hacerse por mar con gas licuado ya que solo existe un gasoducto que conecte a ambos países —Power Siberia 1— y no estará a plena capacidad hasta 2025, momento en el que podrá exportarse hasta un cuarto de lo que ahora se envía a Europa. El otro gran proyecto, que atravesará Mongolia, no estará operativo hasta 2027 como pronto.
Mañana retumbarán las palabras de Putin en la Plaza Roja. ¿Volverá la cordura?
Joan Bonet Majó es director de estrategia de mercados en Banca March
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