El gran activo económico del español en el planeta
La población mundial que habla la lengua (un 7%) tiene una capacidad de compra de en torno al 10% del PIB mundial, pero no vale la autocomplacencia: existen retos que deben encararse para asegurarse un lugar relevante.
“El español es el producto más internacional de España y de todos los países que lo tienen como lengua propia”. Tiene razón José Luis García Delgado en esta aseveración con la que comienza la introducción del libro El español, lengua internacional: proyección y economía (Civitas, Universidad Nebrija y Thomson Reuters), que dirige y se presenta esta semana, una fecha muy apropiada tras la reciente concesión del Premio Cervantes. Lo es por el número de hablantes (592 millones de usuarios potenciales) y, sobre todo, por ser un activo de gran valor económico que rebasa las fronteras nacionales mediante la internacionalización de la cultura y la expansión de las empresas.
Como sostiene el profesor, que compendia el trabajo de los 15 autores que participan, con muchos de los cuales viene colaborando en este tema desde hace dos decenios, el español ha superado el paso del tiempo, las barreras de la geografía y el desafío de la unidad. Bajo esa realidad (si el inglés es la lengua sajona universalizada, el español es la lengua románica universalizable), conviene detenerse en el alto valor económico que arrastra. ¿Cuál es ese valor? Una respuesta exige subrayar la triple función que cumple como materia prima, como medio de comunicación compartido y como seña de identidad colectiva.
Con esas premisas, cinco rúbricas sintetizan las características esenciales de la lengua como bien económico: no se agota nunca con su uso ni tampoco puede depreciarse como ocurre con otros bienes; vale más cuanto más se consume, es decir, el valor de pertenecer a un grupo lingüístico aumenta con el tamaño del grupo y sin problemas de congestión; no es apropiable en exclusividad y no puede ser objeto de adquisición; no tiene coste de producción, y es un bien con coste de acceso único (una vez conocido un idioma puede usarse cuantas veces se quiera sin incurrir en nuevos costes).
Pero, ¿qué peso tiene en términos de renta y empleo?, ¿qué compensación salarial extra tiene su dominio?, ¿cuáles son sus efectos en los intercambios comerciales y financieros? Para valorar estas preguntas existen lo que el autor define en tres dimensiones: peso, premio y palanca. Por un lado, la población mundial que habla el español (un 7%) tiene una capacidad de compra en torno al 10% del PIB mundial. En España, aporta el 16% del valor del PIB y del empleo, porcentaje que presumiblemente es similar en las mayores economías de Latinoamérica, donde en particular las industrias culturales (edición, audiovisual y música...) suponen alrededor del 3% del PIB.
En cuanto al concepto premio, España ofrece datos significativos al haber sido receptor de un intenso caudal de inmigrantes entre 1995 y 2008, para los que no existían la barrera de entrada por el idioma. Además, incorpora un plus en materia salarial en comparación con el que reciben los inmigrantes no hispanohablantes.
El concepto palanca se refleja en la multiplicación de intercambios comerciales y flujos de inversión. Según los datos esgrimidos, el español multiplica por cuatro los intercambios comerciales entre países hispanohablantes y por siete los flujos bilaterales de inversión directa exterior (IDE). Además, existen efectos cualitativos: la decisión de internacionalizar las empresas y la elección de los mercados por la reducción de los costes de transacción; la acción competitiva, por el conocimiento más rápido del entorno normativo y los hábitos de consumo, y ayuda a la labor directiva. La lengua común equivale a una moneda única.
Pero no vale la autocomplacencia. Aparecen muchos retos que deben encararse para asegurarse un lugar relevante. Cinco ineludibles: el estatus de reconocimiento de su condición de lengua de comunicación internacional en foros y organismos multilaterales; la debilidad como lengua efectiva de comunicación científica; elevar la presencia y calidad en la era digital y el ámbito de la inteligencia artificial, lo que exige investigación, músculo industrial, formación y habilidades; evitar la pérdida de competencias lingüísticas en español de los emigrantes hispanos en Estados Unidos y, por último, actuar en los países que tienen el español como lengua materna.
“Existe”, destaca, “un apretado lazo entre una lengua y el desarrollo económico y social”. Con ese desarrollo y la mejora de los tejidos institucionales “se puede abrir un porvenir confortable a una lengua común y compartida que es la creación más internacional de todos ellos, no solo de España”, añade. “El buen producto que es el español solo ganará posiciones en el mercado global si las economías que lo sustentan se hacen más competitivas y ganan calidad las democracias que lo hablan”. La fórmula magistral es la que combina crecimiento competitivo, cohesión social y calidad institucional.
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