El consumo de gas natural en Europa cae cuatro veces más con la guerra que con la pandemia
La AIE teme que los altos precios y las dificultades de suministro dañen la “reputación” de este combustible como fuente de energía “fiable y asequible”
La invasión rusa de Ucrania ha asestado un golpe de grandes dimensiones sobre el mercado europeo de gas natural, que se prolongará durante años. En plena batalla por desengancharse de su primer proveedor global, Rusia, la demanda de este combustible en el Viejo Continente bajará este año en 55 millardos de metros cúbicos (bcm, la principal unidad de medida de esta fuente de energía), un 9% de caída respecto a los 604 bcm consumidos en 2021, que deja esta cifra en niveles claramente precovid. En la pandemia, con la economía hecha añicos y la industria —junto con los hogares, el principal vector de consumo— a medio fuelle, el descenso fue de solo 13 bcm, cuatro veces menor. A escala global —aunque en mucha menor medida que en Europa—, la demanda de gas también caerá en 2022, según las últimas previsiones de la Agencia Internacional de la Energía (AIE).
El temor del organismo dependiente de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) es que esa reducción generalizada en el consumo de gas acabe dañando la “reputación del gas como una fuente de energía fiable y asequible”, arrojando dudas sobre su papel como combustible de transición hacia una matriz dominada por las renovables. “Los actuales precios récord no solo están deprimiendo la demanda, sino que están llevando a algunos [grandes] usuarios de gas a pasarse al carbón y al petróleo”, alerta el estudio presentado este martes. En Europa, añaden, el ascenso continuado de precios ya está poniendo en desventaja de costes a muchas centrales de ciclo combinado (gas) respecto a las alimentadas por carbón.
Esa regresión hacia energías fósiles más contaminantes es, según los técnicos de la AIE, el segundo factor más importante que presiona a la baja las previsiones de consumo de gas en los próximos años a escala mundial, únicamente por detrás del empeoramiento del horizonte económico —en gran medida, por la inflación—, pero muy por delante del acelerón previsto para la eólica y la solar, y de las ganancias de eficiencia. “Un despliegue más rápido de las renovables relajaría la presión sobre los precios y ayudaría a los países emergentes, más sensibles al precio, a conseguir acceso al gas natural”, subrayan.
Altos precios al menos hasta 2025
Las piezas del puzle europeo del gas empezarán a recomponerse a partir de 2023, aunque siempre en un entorno marcado por los altos precios —que se mantendrán hasta, como pronto, el ecuador de la presente década— y lejos de las cifras de demanda previas a la guerra. En la UE, de largo el bloque más dependiente de Rusia y, por tanto, también más afectado por el aislamiento aplicado sobre Moscú, el precio del gas natural se ha multiplicado por ocho en menos de un año. En el último mes, la cotización de este combustible se ha duplicado ante las crecientes dudas sobre el suministro de cara al próximo invierno. Las cifras, no obstante, aún siguen lejos del máximo de principios de marzo, poco después de que Vladímir Putin diese la orden de atacar Ucrania.
La ruptura occidental con Rusia está provocando una agitación sin precedentes en los principales zocos internacionales del gas. La UE ha pasado de una situación de relativa comodidad de suministro —aunque muy peligrosa, como han demostrado los acontecimientos de los últimos meses—, cubriendo la mayor parte de sus necesidades con importaciones por tubo desde el gigante euroasiático, a tener que bregarse con el resto del mundo en los mucho más disputados mercados internacionales de gas natural licuado (GNL, el que se transporta por barco). Las previsiones de la AIE pasan por una caída del 55% en la compra europea de gas ruso por tubo entre 2021 y 2025, una cifra que en el escenario más agresivo podría incluso alcanzar el 75%.
“La guerra en Ucrania está afectando gravemente a unos mercados que ya daban señales de estrechez: las subidas de precios son inevitables, dada la alta competencia global por los cargamentos de GNL”, apunta Keisuke Sadamori, jefe de Mercados Energéticos y Seguridad del ente con sede en París. El aviso cobra especial importancia en una coyuntura como la actual, en la que la capacidad exportadora de gas licuado a escala mundial crecerá a un ritmo lento en los tres próximos ejercicios, como resultado de la escasa inversión destinada a este segmento en la segunda mitad de la década pasada: las empresas del sector echaron el freno en sus planes de crecimiento en respuesta a los bajos precios del gas.
Pese al renovado interés en la fabricación de nuevos barcos metaneros, dado el giro radical en el panorama en los últimos meses, esa nueva capacidad de transporte no estará plenamente operativa hasta después de 2025. En este entorno, enfatiza Sadamori, la respuesta más lógica desde el punto de vista económico y de garantía de suministro es meter una marcha más a la transición hacia las energías verdes —que, además de no contaminar, son mucho más baratas y ofrecen autonomía frente a los zares del gas y el petróleo— y aumentar la eficiencia energética para reducir el consumo a largo plazo.
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