Elizabeth Line: una nueva línea de metro para rescatar a Londres del Brexit y de la pandemia
La nueva estructura ferroviaria, un híbrido de cercanías y metro, comenzará a operar en su tramo central a partir del 24 de mayo
Uno de los mejores aciertos de Boris Johnson es una carambola del pasado. Con motivo de la visita de Isabel II a las obras de Crossrail en 2016, que ya entonces era el mayor proyecto de ingeniera civil de Europa, el político conservador y popular alcalde de Londres decidió un nombre con mayor vocación histórica para la nueva línea de metro y ferrocarril destinada a recorrer la metrópoli de oeste a este: Elizabeth Line (Línea Isabelina). El próximo 24 de mayo se inaugura el tramo central del mayor impulso en una generación al transporte público de la ciudad, y coincide con el año del Jubileo de Platino de la reina (70 años en el trono). Blindarse con el nombre de la monarca, la institución -la persona, sobre todo- más respetada en un Reino Unido que intenta adivinar su futuro pos-Brexit y pospandemia, no es garantía de éxito, pero ha logrado reavivar las expectativas del proyecto. “El mayor cambio que va a suponer para Londres será un incremento en la actividad económica. Esta línea va a permitir a un millón y medio de personas acceder, en un espacio temporal no superior a los veinte minutos, a la zona central económica y laboral de la ciudad”, explica a EL PAÍS Mark Wild, director ejecutivo de Crossrail. “Va a producir unos 42.000 millones de libras [49.000 millones de euros] en beneficios netos agregados. Será el catalizador del regreso de Londres, en la era post-pandemia, a ser una ciudad vibrante”.
El coste total de una obra colosal, tanto en su envergadura como en la tecnología desplegada, ha sido de más de 22.000 millones de euros. Desde los primeros esbozos del proyecto, en 2008, han sido muchas las empresas de todo el mundo que han volcado su experiencia y capacidad para impulsarlo. La española Ferrovial, por ejemplo, ha sacado adelante la nueva estación de Farringdon. Excavación, trabajos de tunelación, acabados e instalaciones mecánicas y electrónicas. Y un guiño artístico para preservar el legado histórico de Londres en todo el recorrido de la nueva línea. Los techos de la estación, con veinte grados de inclinación, acumulan 425 toneladas de segmentos prefabricados de hormigón. Y todos ellos se unen para formar el patrón del diamante, inspirado en los trabajos de la comunidad de joyeros de la zona, Hatton Gardens.
“Construir los túneles fue complicado. Y construir las estaciones también supuso un enorme desafío. Pero juntar todo esto, con las nuevas maquinarias de tren, con tres sistemas diferentes de señalización, con la tarea de asegurarnos de que cada componente digital funcionaba de modo autónomo y en conjunción con el resto, ha sido algo increíblemente complejo”, describe el comisionado de TransportForLondon [la empresa municipal del transporte] para las obras, Andy Byford.
Elizabeth Line no es exactamente una línea más del metro londinense, el más antiguo del mundo y uno de los más legendarios. Es un módulo de transporte de la metrópoli completamente nuevo. De hecho, su símbolo tiene la misma forma que el del Underground de la ciudad (el círculo atravesado en su diámetro), pero el color, de un tono morado, es propio, para diferenciarlo. Es un híbrido de metro y cercanías. 100 kilómetros de recorrido, 41 estaciones (diez de ellas completamente nuevas), para unir desde el oeste Reading y Heathrow (donde está el principal aeropuerto de la ciudad) con Shenfield y Abbey Wood al este. Y atravesando por el medio los dos corazones financieros que insuflan dinero y vida a la ciudad, la City de Londres y Canary Wharf.
El proyecto ha pasado por muchos altibajos, con problemas de financiación y la necesidad de que la ciudad insuflara dinero extra, lo mismo que el Gobierno central, durante los largos meses de parálisis de la pandemia. Y se vio inmerso en todas las dudas y miedos para el transporte público de una nueva era postpandemia en la que proliferaría el teletrabajo y los ciudadanos se mostrarían reacios a sumergirse en espacios congestionados y poco ventilados. Desde un principio, sin embargo, el diseño de los nuevos andenes, las estaciones y los túneles peatonales de conexión, apostaron por amplios espacios, que triplican el volumen convencional de las estaciones clásicas del metro londinense. Luces cálidas y un diseño limpio, minimalista y claro que recuerda más a 2001: Una Odisea en el Espacio, que a la visión distópica de Blade Runner. “Confiemos en que, este caso, no haya una computadora central maligna que haga de la suyas”, ironiza Byford.
Los trenes, con una rapidez y suavidad notablemente superior al del resto de máquinas que recorren el laberinto del metro londinense, llevan casi un año ensayando religiosamente, como si ya estuvieran en funcionamiento habitual, los recorridos y paradas. Y los responsables del proyecto han decidido que el momento ha llegado, al menos para poner en marcha el tramo central de la estructura de aspa de la nueva línea. Diez minutos para recorrer el trayecto que va desde Paddington a Liverpool Street, frente a los casi treinta de una línea como Hammersmith&City. El resto de la línea se irá ampliando en su puesta en marcha de modo gradual, para concluir el despliegue a mediados del 2024.
Londres, y especialmente su corazón financiero, lleva ya varios años intentando convencer al mundo de que el Brexit no ha restado magnetismo a la ciudad. Sus colegios, sus museos, sus restaurantes, sus infraestructuras, su idioma, eran bazas fundamentales, hasta ahora, para retener a instituciones financieras de peso, y a sus directivos y empleados. Elizabeth Line, bautizada con el nombre del mayor reclamo turístico del Reino Unido, intentará a partir de ahora contribuir al rescate de la ciudad.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.