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BUNDESBANK
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El halcón sin garras

Siempre, hasta en su carta de despedida, receló o se opuso a las bajadas de tipos de interés. Se estrelló contra sus colegas y contra la realidad

Jens Weidmann Bundesbank
El presidente del Bundesbank, Jens Weidmann, durante una rueda de prensa en la sede de la entidad, en febrero de 2019.Europa Press
Xavier Vidal-Folch

Jens Weidmann, el gran halcón del BCE y gobernador del Bundesbank desde hace diez largos años, se irá a casa a final de año. No solo por despecho, al perder (en 2019) la presidencia del banco europeo —la tenía en las yemas de los dedos— por un juego de carambolas.

Recuerden que Christine Lagarde se alzó al puesto que él ansiaba, al frustrarse la candidatura del sociata holandés Frans Timmermans para la Comisión, y se coló Ursula von der Leyen: dos alemanes, en Bruselas y Fráncfort, habrían sido demasiados.

No solo por eso, y bien se ha cuidado de quedar elegante, aplazando dos años su renuncia. La torcida apuesta del joven, tímido y altivo Weidmann carece de futuro. No está Angela para apoyarle. Y sería amargo el plan de cubrir los 8 años restantes de mandato contemplando su natural poltrona ocupada por otra. Más glamurosa.

La pena humana del poderoso por no llegar a todopoderoso da para una sugestiva trama. Pero la falta de expectativa y el cansancio que le jubilan reflejan el pertinaz fracaso de sus propuestas. Tejen, así, una lección de política monetaria en carne viva.

Perdió todos sus grandes envites restrictivos contra la política monetaria expansiva de Mario Draghi, llegado al timón del BCE también en 2011. Perdió al inicio, en 2012, cuando el italiano aplicó su “haré todo lo que sea para salvar al euro” al crear el programa OMT de compra de deuda pública de los países vulnerables. Weidmann se opuso. Ayudó ante el Tribunal Constitucional alemán a los ultras que lo recurrieron. Y pese al resquemor de Karlsruhe, el Tribunal de Justicia de la UE lo validó. Fue la catapulta de los distintos planes de quantitative easing, de compra de activos.

En 2014 declaraba al Frankfurter que convertirían al BCE en “rehén político de los Estados”. En 2019, dijo al Die Zeit que eran “legales” y una herramienta más del banco. El salto de una a otra frase secuencia el viaje al abismo de su política.

Al restallar la pandemia, pretendió sin éxito (18/3/2020), que el programa PEPP de compras apoyase los bonos privados y apenas los públicos. Al fin se sumó a la aplastante mayoría. Siempre, hasta en su carta de despedida, receló o se opuso a las bajadas de tipos de interés. Se estrelló contra sus colegas y contra la realidad.

Y sólo se apuntó a la revisión de la estrategia de política monetaria (8/7/2021) para recortar su flexibilidad y solemnizar su renuencia a tolerar largos períodos de inflación superior al 2% sin alzas de tipos.

En diciembre acudirá a su última reunión con la cúpula del BCE. Dirimirá la pugna entre los nerviosos halcones reaccionarios, partidarios de subir tipos aunque la inflación sea transitoria; y las palomas pacientes, imperturbables si no crece la inflación dañina, la subyacente (sin energía ni alimentos). A ella llegará el halcón jefe ya sin garra. Sus sucesores —les detallaré, y reiremos— no podrán empeorarlo. Las garras de esa política quedaron romas.

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