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Contrato social
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La deuda generacional

Hay que asumir el coste de nuestros actos para evitar que los intereses a pagar reduzcan el bienestar de nuestros hijos

Ilustración Negocios
Maravillas Delgado

Como seres humanos que somos, nos domina la impaciencia. Algunos. Pero al final del día siempre preferimos la satisfacción inmediata a la futura. Aunque con la edad conseguimos un cierto equilibrio, nuestras decisiones descuentan el futuro, importando menos lo que ocurrirá en años que lo que nos afecta hoy. Esto no es necesariamente malo. El problema es cuando esta impaciencia genera desequilibrios intergeneracionales. Generaciones pasadas tomaron decisiones a escala individual o como sociedad que supusieron una satisfacción contemporánea, aunque con claros costes para las generaciones que las siguieron. Del mismo modo lo hacemos nosotros, y así harán los que nos sigan.

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Sin embargo, una vez que somos conscientes de que nuestros actos trasladan costes al futuro, no puede ni debe haber excusas para no actuar. En ese caso, si realmente nos importa qué futuro les dejaremos a nuestros hijos, es imperativo que empecemos por asumir tales costes. O internalizar, como decimos los economistas. Pero para lograrlo es necesaria mucha pedagogía. Muchísima, a la vista de las reacciones que suscita cualquier debate que se inicie sobre algunas de estas cuestiones. Déjenme que les hable de dos de ellas, dos cuestiones que merecen ser bien explicadas.

Desde hace más de 250 años, la revolución industrial y tecnológica permitió que rompiéramos las cadenas que nos ataban a una vida de penurias. Podemos resumir la revolución industrial como la carrera por la mejora en el uso de energía por unidad de satisfacción de necesidades. Hoy transformamos muchísima más energía en un solo día que en muchos siglos juntos antes de la revolución, todo a cambio de obtener un mayor bienestar. Sin embargo, a pesar de ello, esta carrera energética que sustenta nuestro modo de vida ha trastocado el equilibrio medioambiental. En paralelo al rendimiento en bienestar, y aunque el saldo es claramente positivo —de momento—, hemos tenido que pagar un alto precio, el que corresponde a la mayor de las externalidades negativas que puede generar la actividad productiva: la contaminación y el calentamiento global que esta supone. Pero el calentamiento es consecuencia de más de dos siglos de consumo de combustibles fósiles, por lo que los costes que implica son, en buena parte, heredados. Nuestro modo de vida supone una transferencia intergeneracional del coste que supone sostenerla.

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Que las generaciones anteriores no asumieran estos costes les permitió crecer más. De algún modo podemos decir que durante un tiempo se transfirió crecimiento desde el futuro. O, en otras palabras, hasta hace relativamente poco, parte del crecimiento se logró a costa de un endeudamiento a largo plazo. Nosotros somos la primera generación que nos encontramos en la encrucijada. Hemos asumido seriamente la necesidad de no seguir trasladando costes hacia el futuro. Pero para ello deberemos pagar por los costes que generemos al mismo tiempo que saldamos la deuda heredada. El problema es que pagar deudas e internalizar costes supone un menor crecimiento, salvo que el cambio tecnológico, en una verdadera revolución verde, nos asista, algo que en todo caso habrá que financiar y pagar. Resumiendo, la transición verde no será gratis, y debemos explicar quién y cómo la pagará.

En segundo lugar están las pensiones. Sabemos que el tipo de crecimiento demográfico del tercer cuarto del siglo pasado pondrá en tensión el sistema en breve. Como con la contaminación, no asumir hoy ajustes supone derivar un coste a las generaciones futuras. Evitar que estas paguen por la miopía de los que en la actualidad tenemos la responsabilidad de evitarlo exige mucha pedagogía.

Pero de nuevo estamos en la situación de asumir el compromiso con el futuro y, una vez más, corremos el peligro de ser tibios. Transitar a una economía baja en emisiones exige pagar hoy un coste y no trasladarlo al futuro. Por el otro lado, no asegurar la sostenibilidad del sistema de pensiones solo retrasa lo inevitable: un ajuste que será tanto mayor cuanto más tarde se haga. Y hay que explicarlo. Si no, el ajuste lo harán aquellos que nos sigan y con mayores intereses. Esto, que lo saben quienes tienen que tomar estas decisiones, no parece ser suficiente para que se haga. Para ser valientes. Para lograrlo, hay que empezar explicando a los padres y madres de hoy las consecuencias que sus actos tendrán con sus hijos e hijas. Hay que explicar, sin buenismos y sin pensar que no estamos capacitados para entender. Hay que asumir los costes de nuestros actos para evitar que los intereses a pagar sean tales que reduzcan el bienestar futuro a costa de nuestra impaciencia de hoy.

Manuel Alejandro Hidalgo es profesor de la Universidad Pablo de Olavide y economista sénior de EsadeEcPol.

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