La tormenta perfecta azota a los empleados de banca
La crisis económica, las fusiones y los cambios de hábitos de consumo dinamitan el modelo laboral del sector financiero, que arrastra la salida de unos 100.000 trabajadores en 12 años
En 2005, cuando tenía 30 años, M. B. empezó a trabajar en Banesto. Entró en el banco al poco de acabar la Universidad, convencida de que era un puesto para toda la vida y de que se jubilaría allí. 14 años después acabó en la calle, acogida a un expediente de regulación de empleo “supuestamente voluntario”. “Ese ERE me abrió los ojos para siempre”, recuerda. Como ella, unos 100.000 empleados, casi el 35% del total, han salido del sector desde 2008.
Las sucesivas crisis, los cambios tecnológicos, los tipos de interés negativos y los nuevos hábitos de los clientes amenazan un modelo laboral antes caracterizado por la estabilidad. Ahora se mantienen las buenas condiciones económicas, pero la presión sobre las plantillas se ha disparado por la consecución de objetivos. Los que quedan en la banca ven con temor un futuro cargado de incertidumbres.
M. B. pide poner solo las siglas por temor al banco, algo común entre los consultados para este reportaje. “Me gustaba mi trabajo, estaba contenta y bien pagada”, afirma. “En 2019 me ofrecieron un dinero para marcharme pero les dije que quería seguir. Un mes después me insistieron, y vi que el tema era grave. Los sindicatos me ayudaron explicándome qué pasaría si no cogía esa oferta, y entendí que la siguiente sería peor. Ahí me di cuenta de que los empleados de banca solo somos un número. Eso es algo que tengo grabado”.
La presentación esta semana de dos expedientes de regulación de empleo de CaixaBank y BBVA, que supondrán en conjunto la salida de más de 12.000 empleados, cristaliza la transformación que el sector financiero ha experimentado a lo largo de la última década. Además, en la banca están abiertos otros procesos de despidos: en el Santander, 3.572 personas, con acuerdo sindical; en Ibercaja existe un ERE acordado para 750 trabajadores y el Sabadell ha presentado un plan de prejubilaciones de 1.800 empleados firmado con los sindicatos. Estas cinco operaciones suponen la salida de 18.222 personas, si bien algunas lo hicieron en 2020. Además, tanto el BBVA como CaixaBank reducirán la cifra inicial propuesta a los sindicatos, como sucede en todas las negociaciones.
Estos ajustes de plantilla y cierres de oficinas, que arrancan con la desaparición del 50% de las cajas de ahorros, han volatilizado la estabilidad que definía a un ecosistema que sigue en transformación. A esta tormenta perfecta se le une un cambio de hábitos, con clientes cada vez más habituados a la banca electrónica, que en pocas ocasiones acuden a las oficinas, y una rentabilidad a la baja que mete enorme presión a los directivos porque supone una losa en las cotizaciones bursátiles. No hay que olvidar que el sector ha cerrado 23.637 oficinas desde 2008, más de las que tiene ahora abiertas: 22.392.
M. B. está convencida de que el hecho de que no tuviera hijos y que fuera menor de 50 años le había hecho caer en un grupo marcado por una fría estadística: “Era más barata de echar que otros”. Recibió una indemnización y una prima adicional, un buen dinero, admite, pero salió “completamente perdida”. “Cuando estás tantos años trabajando en un sitio no sabes por dónde empezar a buscar”, asegura. El Santander puso a su disposición, como marca la ley, una agencia de recolocación. “Me ayudaron mucho, empezamos a ir a cursos, talleres, te enseñan cómo hacer currículos, Linkedin... pero llegó la pandemia y las ofertas volaron. Espero que llegue la recuperación, pero la cosa está difícil”, explica. Hoy, dos años después, sigue en el paro.
Expansión salvaje
La restructuracción del sector se ha llevado por delante a personas como Carlos V., que se incorporó en 1989 al Banco Santander, con apenas 21 años, sin saber que viviría en sus carnes una secuencia de cambios que terminarían con su carrera. “Entré cuando el banco lanzó las supercuentas. Era la época del cambio de logotipo y de color corporativo: del verde se pasó al rojo vivo. Luego llegaron las fusiones, primero la del Central Hispano, con la guerra de ‘azules contra rojos”, y más tarde, en 2012, la absorción de Banesto, “otro esfuerzo por aprender un sistema nuevo”.
Carlos V. se emociona al recordar sus 30 años en el banco, en donde acabó de una manera diferente a la imaginada. “Había gente muy buena, que peleaba por hacer bien el trabajo, pero la locura que arrancó en los años 2000 hizo mucho daño. Tras esa expansión salvaje aterrizamos en 2008 de golpe y todo cambió. Llegaron los desahucios, las protestas en las oficinas, los problemas con los Valores Santander… En aquella década se hicieron cosas muy feas, colocando productos a gente que no los necesitaba ni los entendía”, recuerda.
En 2016 el Santander compró el Banco Popular y Carlos V. no aguantó más. “Fue mi tercera fusión. Era otra época en la que todo estaba volcado en la productividad del empleado, y los jefes te trataban con malos modos. Perdí el orgullo de pertenencia”, asegura este excomercial, que admite que en el ERE de 2019 pidió voluntariamente la baja. “Si hubiera aguantado dos años más, la indemnización habría sido mejor, pero no tenía fuerzas”. Se marchó con el 30% del salario, una indemnización y el derecho a paro. “No me moriré de hambre, pero necesito trabajar y no me he recolocado”, admite con pesar.
Los relatos de aquellos que vivieron desde dentro los últimos episodios completan el gran puzle de la banca. La historia de Víctor Pardo es la de un empleado que se convenció de que la vida era más rica fuera que dentro de CaixaBank. Entró con 23 años, en 1998, convencido de que se jubilaría allí con un cargo alto, pero luego entendió que luchaba contra un techo de cristal que le impedía tener una carrera profesional y se apuntó al ERE voluntario de CaixaBank en 2015.
Junto con otro compañero del banco, idearon una empresa de servicios bancarios en la que ahora trabajan convencidos de tener un gran futuro. “En 17 años, el trabajo en banca ha cambiado mucho. Se ha perdido esa alegría que había con la clientela, ahora todo son cumplir objetivos, muchos inalcanzables, que te meten gran presión”. Coincide con otros compañeros en que desde 2008 “se perdió la confianza de los clientes, llegó el momento de los impagados, y los bancos se endurecieron con los que lo pasaron mal”. Pero pocos lo dejan. “La trampa es el buen sueldo que se puede lograr. Muchos aceptan trabajar más, vender de todo… creo que en algún momento hay que cortar, pero es una cuestión muy personal”. Y resume: “Mi experiencia no ha sido mala: creo que hay buenos bancos en España, pero sus dirigentes están demasiados obsesionados por vender productos”.
Criminalizados por la sociedad
Raquel Iglesias tenía 22 años cuando llegó de prácticas a la Caja de Ahorros de la Inmaculada (CAI), hoy absorbida por Ibercaja. Un año después, en 1978, era empleada fija. “Me hizo mucha ilusión, la entidad era una institución en Zaragoza. Por supuesto creí que siempre estaría allí, no era como ser funcionario, pero era el sitio donde la mayoría quería trabajar”.
Su burbuja explotó en 2015, después de que la entidad la trasladase a una oficina a 75 kilómetros de la ciudad. “Por el convenio, con el paso de los años te pueden alejar 25 kilómetros más y no estaba dispuesta a conducir a diario tanto tiempo”. Llegó la oportunidad de un ERE y la cogió. “Ofrecieron una indemnización suficiente para pensar en cambiar de trabajo y lo aproveché”. Sin embargo, la salida fue más difícil de lo planeado. Estuvo en el paro hasta noviembre de 2016, cuando logró trabajo en una asesoría jurídica que buscaba exempleados de banca con la carrera de Derecho.
Raquel mira atrás y recuerda los difíciles años de 2008 a 2012. “Nosotros no vendimos preferentes, pero se nos criminalizó de la misma forma. Pasé de estar orgullosa de lo que hacía a no decir en ciertos ambientes que trabajaba en un banco. De ser reconocidos en la sociedad pasamos a avergonzarnos. Perdimos la confianza de los clientes, que siempre pensaban que les mentías”, explica.
El punto de inflexión para ella fue el momento en el que la caja de ahorros se convirtió en un banco. “No teníamos la presión de nuestros compañeros del BBVA y Santander, que era brutal, pero cada vez subía más. Había que vender de todo”. Admite que es un sector que trata especialmente bien a sus empleados desde el punto de vista económico. “Cuando sales fuera te das cuenta de que en ningún sitio hay pensiones y otras condiciones como en la banca. Es un isla, pero no sé si compensa las presiones que hay que aguantar”.
Mejores despidos que en otros sectores
“Es una realidad que las condiciones de salida que se dan en la banca son mejores que las de cualquier otro sector. Pero hay que recordar que todos esas personas que se quedan sin trabajo dejan de cotizar y se genera una pérdida de poder adquisitivo para la Seguridad Social”, apunta Marcos Ruiz, de la Federación de Servicios, Movilidad y Consumo de UGT. “No es algo que se haya visto con envidia desde otros sectores sino con cabreo. Lo que nos gustaría es que la gente se pudiera jubilar voluntariamente y no de manera forzosa”, se suma Joaquín Ferreira, responsable de Automoción de CC OO.
El secretario general de CC OO Servicios, José María Martínez, apunta: “Las condiciones económicas de las salidas están directamente relacionadas con la fortaleza de las empresas y, sobre todo, de las organizaciones sindicales, que se suelen traducir en mejores condiciones en las empresas más grandes (banca, industria, energía, telecomunicaciones)”. Cree preocupante lo que está pasando en banca porque “puede servir de tractor y efecto llamada para seguir haciendo las cosas como siempre, socializando y mutualizando el coste del ajuste (paro y anticipación de pensiones), externalizando el riesgo particular de cada empresa”.
Desde este sindicato, el mayoritario en el sector, se le exigen a la banca “importantes tasas de recolocación interna y en algunos casos externa [se podría exportar talento de gestión financiera y comercial hacia el tejido empresarial, elevando los niveles de gestión de las pymes y no tan pymes]. Esto ya ocurre en Francia, donde los Planes Sociales incluyen estrategias de recolocación con garantías y participación sindical”.
Martínez pide que busquen nuevos empleos que surgen por la digitalización de los servicios, “como la atención personalizada a distancia o sobre el terreno, aunque no haya un centro de trabajo físico. Se ha hecho en AXA y fue bien”.
“Capitán general en Vallecas”
Roberto Tornamira entró de botones en 1982 en el Banco de Jerez, de Rumasa. Un año después lo expropió el Gobierno. “En la banca lo he visto todo, desde las máquinas de escribir, los patios de operaciones, los primeros sistemas informáticos y la digitalización, que es una forma de echar al cliente fuera de la oficina”, resume Roberto, que dejó CaixaBank en el ERE de 2019.
“Cuando me contrataron en el Banco de Jerez era capitán general en mi barrio, en Vallecas. Nunca pensé que dejaría la banca, era mejor que estar en Telefónica”, recuerda. La entidad fue vendida al Central Hispano, después al Banco Alcalá y en 1994 a La Caixa. Para Roberto, que fue representante sindical de UGT, el veneno fue la expansión que arrancó en 2000. “Fue una locura de apertura de oficinas, contratación de gente, promociones internas, venta de todo tipo de productos al margen del perfil del cliente, fue una guerra de cajas de ahorros sin sentido”.
En su opinión, todo se torció en 2010, “cuando los clientes de toda la vida empezaron a no pagar. Los jefes decían que no había crisis, pero nosotros la veíamos”. Es muy crítico con la digitalización: “Ahora están empujando a los clientes a que todo lo hagan por el móvil, el ordenador y el cajero. No es cierto que los clientes no vayan a las oficinas, lo que pasa es que los están echando”.
Para Roberto, la salida no es meter más presión a los empleados. “En algunas entidades ya hay hasta cuatro controles diarios y eso no se puede aguantar. El sector de banca fue el impulsor de la norma del control de jornada porque se han hecho millones de horas extra no pagadas ni al empleado ni a Hacienda ni a la Seguridad Social”, afirma.
No niega que hay mejores pensiones y sueldos que en otros sectores, “pero también hay más gente que toma ansiolíticos y tiene problemas de corazón porque los problemas te los llevas a casa. La prueba es que he visto a muchos jóvenes de 40 y tantos apuntarse al ERE porque no aguantan más”.
Nuevos perfiles
Hoy es difícil encontrar el desarrollo profesional a largo plazo que la banca ofrecía tradicionalmente. “Aunque la banca está haciendo muchos cambios, la sensación que tiene alguien de un perfil joven y con un salario medio como yo es que para el banco todavía tenemos mucho recorrido por delante y por eso no te ves afectado en estas decisiones de recortar plantilla. Aun así, también conozco casos de personas jóvenes que han optado por acogerse voluntariamente al ERE para salir con un buen dinero y emprender o tener un colchón para buscar otro trabajo”, reconoce un trabajador del centro corporativo del Banco Santander en Boadilla del Monte (Madrid) que también prefiere guardar anonimato.
Para este nicho de trabajadores de entre 25 y 40 años, el peligro de quedarse fuera del negocio es otro. “Ahora en 2020 a raíz de la covid y de la digitalización está habiendo otro ERE que afecta a todo el mundo. El trabajo que hoy hacemos cinco personas dentro de poco con dos y una máquina también se podrá hacer. Es lo que la gente de mi generación vemos como el mayor peligro para un futuro próximo. Los perfiles que hoy se demandan, de gente con estudios en económicas o empresariales, dentro de 10 años serán informáticos o programadores dedicados a ocuparse del big data”, pronostica.
Joaquín Maudos, director adjunto del Ivie y catedrático de la Universidad de Valencia, incide en la idea de la reconversión del sector que, “desgraciadamente, provocará que una parte del empleo sea prescindible. Confío en que las salidas se hagan al menor coste posible para los trabajadores. Y no hay que olvidar que surgirán nuevas tareas y puestos en actividades más cualificadas para prestar los servicios digitales que demanda la clientela”.
Pero no ve otra salida que reducir plantillas. “Si la banca ahora no hace los necesarios ajustes, las consecuencias sobre el empleo serán aún mayores, ya que si la rentabilidad no se recupera, el negocio no es viable”.
Quizá por eso, la Asociación Española de Banca cree que aún hay margen para nuevos despidos y nuevos cierres de oficinas. La transformación sigue su curso y los cimientos de la banca, que un día fueron fijos, nunca parecieron más inestables.
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