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entidades financieras
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Integración bancaria: ser español, europeo e iberoamericano

El movimiento de concentración en la UE debe garantizar la diversidad de las culturas de las distintas naciones

Integracion economica
Tomás Ondarra

A estas alturas está fuera de discusión que, para que una integración política culmine con éxito, tiene que existir integración económica. El libre comercio entre entes políticamente vinculados es uno de los canales más importantes para la circulación de bienes y de mercancías, pero también para la circulación de personas e ideas. El libre comercio se erige, por tanto, como un factor imprescindible para construir una comunidad. A nadie se le escapa tampoco que la financiación de la actividad comercial es clave para el desarrollo de esa comunidad; y para impulsar el comercio se necesitan entidades bancarias con un alcance similar al de las empresas que financian. Esta vieja idea, ligada desde el siglo XIX a la creación de una comunidad europea, tiene actualmente una enorme vigencia en el contexto de la creación de la Unión Europea, con su vertiente financiera, el euro y la unión bancaria. Se trata de una idea muy poderosa y ambiciosa, pero también con enormes obstáculos. La creación de entidades bancarias típicamente europeas que ofrezcan sus servicios a cualquier ciudadano de la Unión —sin importar su nacionalidad— se configura como un indicador del éxito de la integración europea. Esta idea tiene un correlato obvio en el momento actual: se anhela que los bancos europeos aborden procesos de integración masiva, pues de esos procesos saldrán entidades bancarias más grandes y con una escala eminentemente europea.

Sin embargo, es importante recordar que existen “otros mundos” además del europeo o, por ser más exactos, que existen otros mundos además de la eurozona. La Unión Europea es una economía abierta, formada por Estados-nación con ricos y vastos bagajes culturales y políticos, y con unos ámbitos de influencia muy diferenciados. Estos ámbitos de influencia se reflejan inevitablemente en el comercio exterior y en la expansión internacional de sus empresas nacionales: París ha mirado tradicionalmente hacia el sur, hacia el Sahel, y Viena, hacia el Este; mientras que a España le gusta mirar hacia el suroeste, hacia el otro lado del Atlántico. Por su parte, la mirada de Londres, a veces errante, suele vigilar con un ojo el este y con el otro el oeste, si bien en los últimos tiempos lo hace más hacia Asia que hacia América.

En España siempre hemos tenido muy claro cuál es nuestro ámbito natural de influencia, que no es precisamente el más cercano físicamente, sino Iberoamérica. Nuestras empresas se han expandido por el sur del continente americano abriendo nuevos negocios y mercados, y contribuyendo decisivamente al desarrollo del continente al que más lazos nos unen. Y, por supuesto, acompañando a nuestras empresas han estado los bancos españoles. Para estos, lo racional de esa expansión era y es similar a lo que nos ocupa ahora en Europa: para nuestras empresas multinacionales (y para las americanas que operan en España) es vital que existan entidades bancarias capaces de satisfacer sus demandas de servicios financieros simultáneamente en todas las jurisdicciones en las que operan, sin perjuicio de que, merced a esta expansión, millones de ciudadanos iberoamericanos hayan podido disfrutar de servicios financieros de primer nivel. Todo ello, además, sin olvidarnos de cómo los beneficios de la presencia internacional de los grandes bancos españoles coadyuvaron a la estabilidad del sistema bancario nacional en los años duros de la crisis soberana.

Historias similares existen también en otros países europeos, como mencionábamos más arriba. Los bancos austriacos se extendieron hacia el este durante los años noventa, tras la caída del telón de acero, adquiriendo bancos en procesos de privatización directamente de los Estados. Lo cierto es que la presencia de empresas austriacas en Zagreb, Bucarest o Leópolis justificaba la expansión transfronteriza de sus bancos, al mismo tiempo que la influencia del antiguo Imperio austrohúngaro se dejaba aún notar en estos países, que veían (al igual que los países iberoamericanos respecto de los españoles) a los bancos austriacos con mayor simpatía que a los de otros países. No es tampoco difícil de relacionar la existencia de bancos como el HSBC o el Standard Chartered con el pasado imperial británico: bancos ingleses, pero con sangre mestiza, puesto que la mayor parte de sus ingresos proceden de países del este asiático.

En este sentido, el movimiento de concentración europeo debe garantizar también la riqueza y diversidad de las culturas de las naciones europeas y preservar su influencia extramuros. Y, en lo que a los españoles nos toca, debemos luchar para garantizar que el ambicioso y beneficioso proyecto europeo no excluya nuestro proyecto nacional, que tan íntimamente nos vincula a la comunidad iberoamericana. Tampoco hay que olvidar que esta comunidad tiene una presencia cada vez más importante en el país más poderoso del mundo. En su vertiente financiera, esto quiere decir que debemos seguir facilitando los intercambios comerciales con Iberoamérica y que nuestros bancos deben seguir manteniendo una presencia de primer nivel en ese continente. Este es un reto que tenemos como país, como nación. Cuando los aficionados de fútbol ven el logo del Banco Santander en la Copa Libertadores, quizás no solo vean el logo de un banco español, sino también el de todo un país, el de una cultura con la que comparten idioma, costumbres y hasta nombres y apellidos. Y, quizás de la misma manera, cuando el Erste Bank patrocina un evento cultural en —digamos— Praga, es posible que no solo haga pensar a los ciudadanos checos en el banco austriaco, sino que también les evoque a Strauss, Zweig o Nietzsche.

Puede que sea un error común de las autoridades comunitarias no identificar y defender convenientemente las riquezas nacionales de los Estados que forman la Unión, aunque tal vez sea inevitable que la vis atractiva del proyecto de integración europea se imponga sobre las voces individuales exteriores de los Estados. No obstante, nos toca a todos los españoles defender nuestra idiosincrasia y nuestros ámbitos de influencia. Por ello, ahora que se pide la concentración entre los bancos para crear algunos puramente europeos, quizás sea necesario igualmente reconocer que, al menos los “nuestros”, tendrán que ser europeos, pero también seguir siendo españoles. Y si son españoles, también deben ser iberoamericanos.

Carolina Albuerne es abogada de Uría Menéndez.

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