Francia: una recesión anestesiada
Macron aplaza su ambiciosa agenda reformista liberal y lanza un gigantesco plan de ayudas públicas para reactivar la economía
La estatua de Jean-Baptiste Colbert frente a la Asamblea Nacional amaneció un día de junio bañada en pintura y con un graffiti. “Stop a negrofobia de Estado”, se leía. No era una protesta contra Colbert (1619-1683) por su papel como ministro de Luis XIV e inventor de la economía francesa moderna, un tótem de la Francia contemporánea que da nombre a escuelas e institutos y todavía vela como un dios pagano sobre Bercy, el complejo que alberga el ministerio de Economía y Finanzas en París. El objetivo era denunciar otro aspecto del grand homme: su papel como artífice del Código negro —el texto que reguló la esclavitud en las colonias francesas— y como fundador de la Compañía de las Indias, que traficaba con esclavos.
Es una de las paradojas de este verano en Francia. El virus se retira, pero sigue circulando. La mayor recesión en décadas — una caída del 12,5%, según el cálculo del FMI— enseña sus colmillos, pero las terrazas están llenas, los viajeros se apretujan en los trenes de alta velocidad y se habla más de las vacaciones que de la enfermedad o de la crisis económica. Las empresas anuncian en cascada reducciones de plantilla —Airbus, Renault, Air France, Sanofi…: cerca de 27.000 empleos amenazados según un recuento de Le Monde—, pero la mayoría de los trabajadores siguen en sus puestos, o mantienen una gran parte de su salario sin trabajar. El espectro de una nueva ola de desindustrialización planea sobre regiones enteras, pero, mientras la amenaza no se materializa, nada indica que el fin de la prosperidad esté cerca.
La figura de Colbert es más cuestionada que nunca por su racismo, y, al mismo tiempo, pocas veces en tiempos recientes el colbertismo —un capitalismo en el que el Estado dirige la economía de forma centralizada y protege la industria nacional para reforzarla en la competición internacional— había estado tan presente en las políticas del Gobierno francés.
La herencia de Colbert
“A Colbert se le veía como una especie de encarnación del Estado. Se le presentaba bajo dos formas. Una positiva, en términos de organización. Otra negativa, porque era sinónimo de burocracia”, resume François D’Aubert, autor de varios libros sobre Colbert y exsecretario de Estado con varios Gobiernos conservadores franceses. “Hoy, con la crisis, asistimos a un refuerzo de la idea de política industrial: se dice que el Estado debe ser estratega y aportar financiación. No me plantea ningún problema. Aunque soy más bien liberal, en periodo de crisis es difícil escapar al ejercicio de la autoridad el Estado sobre la industria. Todo depende de cómo se haga”.
Al irrumpir la pandemia el pasado invierno, el Estado francés titubeó, reaccionó tarde, carecía de mascarillas que unos años antes se habían dejado de fabricar en Francia, porque era más barato hacerlo en China. La última factoría, que se encontraba en Bretaña, cerró en 2018. Desde hacía años, además, estaba al frente del país un presidente, Emmanuel Macron, que llegó al poder con un programa económico que muchos llaman liberal, pero que proponía la aplicación en Francia, con 15 o 20 años de retraso, de la tercera vía del laborista Tony Blair en Reino Unido, o de la Agenda 2010 del socialdemócrata Gerhard Schröder en Alemania.
Macron, joven exbanquero con poca experiencia política, hablaba de liberar energías en la anquilosada economía francesa, prometía reducir la deuda para recobrar la credibilidad ante Alemania, promovía una reforma laboral que facilitaba el despido, aspiraba a quitar privilegios de algunos empleados públicos, pretendía hacer más simple y eficiente el sistema de pensiones, e impulsaba rebajas de impuestos para las empresas o la supresión parcial del impuesto sobre las grandes fortunas para atraer inversiones en un país con una imagen de burocracia, fiscalidad gravosa y recelo ante el libre mercado.
¿Un presidente liberal en la antiliberal Francia? Quizá. Pero nunca dejó ser francés: colbertista. Porque, como dice el economista Nicolas Baverez, “aunque las reformas en el sector privado fueron más bien liberales, en la ausencia de reformas el sector público no es en absoluto liberal, y en todo caso, no lo es en materia política, puesto que es lo opuesto de Alexis de Tocqueville [el autor de La democracia en América]: un poder centralizado, autoritario y tecnocrático”.
El resultado: la revuelta de los chalecos amarillos a finales de 2018 y durante parte de 2019, y las huelgas —anticipándose cuatro meses al confinamiento decretado el 16 de marzo y en una dimensión mucho más modesta— que casi fueron un ensayo general de la parálisis nacional que vendría después. “Ha hecho cosas que sabía que no saldrían bien, pero las ha hecho por método, no por error. Y el resultado está ahí: Francia está enloquecida”, diagnosticaba en enero, unas semanas antes de morir, el legendario periodista Jean Daniel, discípulo de Albert Camus e histórico director de Le Nouvel Observateur. “Él la hace enloquecer”.
Macron no solo agitó el malestar social. También redujo el desempleo: del 9,5% cuando llegó al poder en mayo de 2017 al 7,8% del primer trimestre de 2020. En 2019, fue el país europeo con más proyectos de inversiones extranjeras, 1.197, un 17% más que el año anterior y por delante de Gran Bretaña y Alemania, según un informe de la consultora EY. En el mismo año, el poder adquisitivo registró su aumento más alto en diez años y el crecimiento del producto interior bruto, aunque fue un débil 1,2%, superó al alemán.
Entonces llegó el coronavirus. Y el coloso colbertista despertó. El Estado activó el sistema de desempleo parcial —equivalente a los ERTE en España— con una remuneración del 84% del salario neto, lo que ha permitido absorber el choque para las empresas y los trabajadores, y que costará unos 24.000 millones a las arcas públicas. El Estado comprometió —con ayudas directas y mediante la garantía de préstamos— casi 500.000 millones de euros, la misma cifra del plan de ayuda para toda la Unión Europea en discusión en Bruselas. El rescate del sector turístico se eleva a 18.000 millones; el de la industria aeronáutica, a 15.000; el del automóvil, a 8.000. “Hay una especie de diluvio de dinero: es el helicopter money”, dice Baverez, en alusión al reparto de dinero público sin contrapartidas y sin ocuparse del déficit para relanzar la economía.
“Lo que revela esta pandemia es que hay bienes y servicios que deben situarse fuera de las leyes del mercado”, proclamó Macron desde su primer discurso durante la pandemia, el 12 de marzo. “En el fondo es una locura delegar en los demás nuestra alimentación, nuestra protección, nuestra capacidad de cuidar nuestro modo de vida. Debemos retomar el control, construir aún más de lo que ya lo hacemos una Francia, una Europa soberanas, una Francia y una Europa que mantengan con firmeza las riendas de su destino”.
El discurso podía sonar de izquierdas, por su defensa de lo público frente al libre mercado. O populista, por su reivindicación de la soberanía y por la idea de “retomar el control”, que evoca el eslogan del Brexit. ¿Adiós al liberalismo? En realidad, era un discurso que difícilmente podría haberse escuchado en boca de otro dirigente europeo, aunque las medidas de los países de la UE para mantener viva la economía durante los meses del confinamiento —entre marzo y mayo— eran parecidas en los principales países del club. Era esa mezcla tan francesa de patriotismo económico, intervencionismo estatal y patriotismo a secas: la retórica del colbertismo.
Impuestos
“La rentrée [el inicio de curso en septiembre] será difícil, y debemos prepararnos”, avisó Macron a principios de julio, antes de nombrar a un nuevo primer ministro, el eficaz alto funcionario que organizó la desescalada Jean Castex, y a un nuevo Gobierno en el que el factóctum de Bercy, Bruno Le Maire, vio ampliadas sus competencias para asumir la de la recuperación. En el nuevo Gobierno no había rastro del giro político que se había intuido en los primeros discursos del presidente durante el confinamiento. Ni siquiera la polémica reforma de las pensiones, que Macron dejó en suspenso al inicio de la pandemia; ha quedado completamente archivada. El presidente también descartó subidas de impuestos. Su mensaje fue que, en todo caso, en el país de las 35 horas semanales deberá trabajarse más. Los planes para una economía ecológica —inspirados en la Convención Ciudadana para el Clima, un foro compuesto por franceses de a pie— deberían traducirse en leyes y reglamentos en los próximos meses, y podrían desembocar en un referéndum para reformar la Constitución.
El Observatorio francés de las coyunturas económicas (OFCE) evaluó, en un informe a finales de junio, en 165.000 millones de euros las pérdidas para el PIB francés durante las 16 semanas de confinamiento y desescalada. El Estado ha absorbido un 58% de esta pérdida de actividad; los hogares y los autónomos, un 10%; y la empresas, el 32% restante. El informe explica qué medidas de apoyo a la tesorería de las empresas —como los aplazamientos de las cargas fiscales o los préstamos garantizados, medidas de las que se han beneficiado empresarios como Serge Dumas, de Gillis Aérospace— “suspenden durante un tiempo la cuestión de la absorción de este choque inédito”. Pero añade: “Las consecuencias de esta pérdida masiva de ingresos determinarán la trayectoria macroeconómica por medio de la reducción masiva de inversiones, la destrucción de empleo, la quiebra de empresas o los efectos en la riqueza ligados a la depreciación de los activos”.
Incierto futuro
El economista Éric Heyer, coautor del informe, precisa por teléfono que “a medida que los dispositivos de desempleo parcial desaparezcan y se abran los comercios y se pida a los comerciantes que paguen lo que deben, entonces llegarán las quiebras”. “Dependerá”, añade, “del ritmo de la actividad: cuanto más lenta sea, mayor será el riesgo de quiebras. Y de los planes de relanzamiento que aprobará el Gobierno. En ambos casos, hay bastante incertidumbre”. Al anunciar que “la rentrée será difícil”, Macron se refería “a las quiebras de empresas y a los jóvenes que llegarán a un mercado laboral que no contrata en septiembre”, aclara el economista. “Son situaciones delicadas para el capital, a la vez el humano y el productivo”.
En el mejor de los casos, sostiene Heyer, “no habrá crisis financiera, es decir, no habrá un default de los bancos, no habrá una segunda ola epidémica, el tejido productivo se mantendrá, y los hogares gastarán lo que han ahorrado” en los meses de confinamiento y desescalada. En el mejor de los escenarios, la caída del PIB sería de un 7,5% u 8%, y en 2021 habría “un repunte consecuente” de la actividad. En el escenario pesimista, los hogares no gastarían lo ahorrado, las empresas quebrarían, los bancos dejarían de prestar y habría una nueva ola de covid-19. La caída del PIB, en este caso, podría ser del 12% o 13%. En Francia, donde el malestar social ya era considerable antes del virus, la rentrée también puede ser el inicio de un otoño caliente en la calle.
Cada país ha creído ser único en su mala gestión y su desgracia ante el virus. Francia, también: más de 30.000 muertos, retraso en el confinamiento, celebración de elecciones el 15 de marzo cuando la pandemia ya circulaba sin freno... Los más apocalípticos no se han cansado de citar La extraña derrota, el libro sobre el fracaso colectivo de las élites francesas que el historiador Marc Bloch dejó escrito tras la debacle de junio de 1940, cuando en unas semanas la Alemania de Hitler desarboló las defensas francesas —las fortificaciones de la llamada línea Maginot, que debían impedir una invasión, se revelaron inútiles— y ocupó el país. La comparación es exagerada y las situaciones poco tienen que ver, pero el paralelismo traduce un estado de ánimo.
“Francia vive con un cierto número de ilusiones. Aunque era un país intermediario entre el sur y el norte de Europa, pensaba ser del norte. Pensaba ser un país desarrollado tecnológicamente, y se ha visto la dificultad para integrar las nuevas tecnologías: la aplicación Stop-Covid [para detectar los casos de personas infectadas y poder aisladas] es un fiasco absoluto. Y se ha visto que la educación nacional y la justicia no saben trabajar a distancia con ordenadores”, lamenta Nicolas Baverez, que en 2003 publicó La France qui tombe (La Francia que cae), un ensayo que diagnosticaba un declive inexorable si no había un cambio de rumbo en las políticas económicas.
Decepción
“Hay que tener en cuenta que, para los franceses, el trauma mayor del siglo XX es junio de 1940: el derrumbe militar y, detrás, el derrumbe de la República. Y ahora hay algo de junio de 1940. Sucede como con la línea Maginot: los franceses creían que el Estado les costaba caro pero los protegía, y descubren que por el 56% del PIB [el porcentaje aproximado del gasto público en Francia], el Estado era incapaz de tener camas de urgencias, máscaras, test y una aplicación telefónica que funcione”. Baverez vaticina que, en 2022, año de las próximas elecciones presidenciales, Macron “no habrá recuperado el nivel de PIB de 2019, tendrá una tasa de desempleo del 12% y por lo menos un 145% de deuda pública, cuando había logrado dejarla al 98%, lo que ya no era brillante”.
El primer termómetro para evaluar el impacto de la crisis será el turismo. El 25 de junio a las diez a la mañana, después de 104 días cerrada, la Torre Eiffel volvió a abrir. Jamás, en tiempo de paz, el monumento había cerrado tanto tiempo. Las pérdidas se elevaban a 27 millones de euros. Ese día, una fanfarria daba la bienvenida a un centenar de turistas. “La Torre Eiffel es un símbolo. De París y de Francia”, comentó Bernard Guadillère, presidente de la Sociedad de Explotación de la Torre Eiffel. Y ese día —con las máscaras obligatorias, el ascensor cerrado, un número limitado de visitantes— era un reflejo de la situación expectante del país: un paso hacia la normalidad, pero todavía lejos de la normalidad. Desde el segundo piso, 674 escalones más arriba, el cielo limpio, la vista de la ciudad era majestuosa, como si nada hubiera ocurrido estos meses, como si el golpe nunca fuese a llegar.
Cambio de Gobierno
La tan esperada reorganización del gabinete del presidente Macron, que comenzó el viernes 3 de julio con la dimisión del primer ministro Édouard Philippe en favor de Jean Castex, llega en un momento crítico para el Gobierno. El presidente se enfrenta a los múltiples retos de reactivar la economía, abordar el problema del cambio climático y reajustar su presidencia en medio de un descenso de los índices de aprobación. “La remodelación es una oportunidad para que el presidente Macron aumente el apoyo público durante los próximos dos años”, dice Bernhard Bartels, analista principal para Francia de Scope. “Los índices de aprobación se verán determinados por la capacidad del Gobierno para asegurar una rápida recuperación económica y organizar el cambio estructural, equilibrando al mismo tiempo los intereses de los distintos grupos de votantes franceses”. Con su experiencia previa en el trato con los sindicatos y en la dirección de una pequeña ciudad, Castex podría suponer un apoyo en el manejo de las prioridades políticas clave que se avecinan, opina Bartels.
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