Canarias invoca al visitante extranjero
Los empresarios de las islas auguran una mala temporada veraniega por el miedo a viajar en avión que ha dejado el virus
Mientras un grupo de unas 15 personas recorre la calle Mequinez, una de las calzadas más bonitas del Puerto de la Cruz (Tenerife), tres amigos, bebida en mano, sentados en la terraza de un quiosco de zumos, encuentran la escena asombrosa. “Creo que es el primer grupo de turistas que veo”, asegura uno de ellos, con un fuerte acento canario, mostrándose sorprendido por ver turistas en una zona turística.
Unos metros más adelante, en la playa del Muelle, pequeña y cubierta de piedras negras que se golpean entre sí por el empuje del mar, el color de piel imperante en la orilla es el tostado. Sobre este encuadre no sobresalen cabelleras amarillas, ni pieles enrojecidas cubiertas por un manto de crema solar que no da abasto. Unos metros hacia dentro, los niños se lanzan por las escalerillas hasta el agua, y todos parecen conocerse. No temen la profundidad del mar y saben por dónde subirse para volver a tirarse. Es mediodía de un mes de julio y el turista es una especie difícil de localizar en Santa Cruz de Tenerife, un destino por el que todavía no abundan los ansiados visitantes, ni en el agua, ni por las calles, ni en las terrazas. Y los pocos que se han lanzado a coger un avión (alemanes y belgas) y aterrizar en la isla parecen sentirse más observados que nunca, como bichos raros en el que debía ser su hábitat natural.
Canarias se enfrenta en esta segunda parte de 2020 a su mayor desafío turístico en décadas. La incidencia del coronavirus no ha castigado con tanta dureza como a otras zonas de España a una comunidad en la que entre sus 2,22 millones de habitantes tan solo se han contabilizado 2.460 infectados y 162 fallecidos, según los últimos datos del Gobierno insular; pero sí ha comprometido la llegada de turistas nacionales e internacionales (más de 13 millones en 2019), que todavía no han aterrizado en sus caladeros habituales. Las consecuencias de esta desaceleración viajera toman forma en islas como Lanzarote y Tenerife, que presentan en el inicio de la campaña de verano una imagen semidesértica, y en la que predomina el turista canario por encima del extranjero.
“Estamos teniendo una temporada de verano bastante extraña”, asegura Jorge Marichal, presidente de la Asociación Hotelera y Extrahotelera de Tenerife, La Palma, La Gomera y El Hierro (Ashotel) y de la Confederación Española de Hoteles y Alojamientos Turísticos (CEHAT). “Estamos inmersos en una crisis coyuntural derivada de una enfermedad, y lo que tenemos que poner sobre la mesa es confianza”, señala Marichal, que retrata con cifras la debilidad del sector: “En estos momentos no tenemos abierto ni el 20% de los hoteles de la isla de Tenerife”.
Repartidos por las islas de Gran Canaria, Tenerife, Fuerteventura, Lanzarote, La Palma, El Hierro y La Gomera se contabilizan 646 hoteles y 1.132 establecimientos extrahoteleros (viviendas para turistas), entre los que se ofertan 415.752 plazas (254.959 y 160.703, respectivamente). Como consecuencia de la covid-19, para julio, Gran Canaria, Tenerife y Lanzarote solo han sacado al mercado alrededor de un 10% de sus plazas, mientras que Fuerteventura ha elevado su propuesta hasta un tercio de sus camas. En El Hierro, la más salvaje por orografía entre las siete islas, la ocupación de las casas rurales ronda el 50%, y la perspectiva para agosto es del 90%.
Pendientes del cielo
“Para recuperarnos necesitamos aviones con turistas”, incide Yaiza Castilla, consejera de Turismo, Industria y Comercio del Gobierno de Canarias. “En la época precovid contábamos con 1.458.044 plazas aéreas de capacidad, y ahora apenas tenemos 450.000”, apunta. “Estamos trabajando en encontrar fórmulas que estimulen la demanda, como el abono a las aerolíneas por asiento”, señala. En las perspectivas del Gobierno canario para este verano quedan muy lejos los 3.689.102 turistas —entre nacionales e internacionales— que visitaron las islas entre julio, agosto y septiembre de 2019.
Esta sustancial merma tendrá un impacto contundente en las cuentas de la comunidad. Según datos de la propia Consejería de Turismo, la facturación de este sector en 2019 se elevó a 15.071 millones de euros, de los que 1.485 millones los generó el turismo nacional (sin incluir el turismo interno canario). Entonces, el gasto medio por visitante y viaje fue de 1.136 euros (842 euros el turista nacional), mientras que por viajero y día alcanzó los 138,9 euros (135,6 para el nacional). Estimar los baremos que podrían darse este verano es una tarea que ninguna organización se siente capacitada para realizar en estos momentos.
La visita a las islas la semana pasada del secretario General de la Organización Mundial de Turismo, Zurab Pololikashvili, acompañado durante el vuelo entre Madrid y Gran Canaria por la ministra de Industria, Comercio y Turismo, Reyes Maroto, evidenció la voluntad del organismo internacional por demostrar la seguridad de los desplazamientos por aire, imprescindibles para alcanzar destinos como Canarias, y que según reconoce el sector hotelero erosionan más las llegadas. “Tenemos más cancelaciones que reservas en estos momentos porque aún hay gente a la que le da miedo volar, pero esperamos que en el invierno la cosa mejore sustancialmente”, apunta Marichal. “Afortunadamente en esta segunda parte de julio esperamos que empiecen a llegar de manera más numerosa turistas desde el Reino Unido”, celebra Castilla.
Añorando a los ingleses
En 2019, los principales mercados emisores de turistas para Canarias fueron el Reino Unido (18 millones), Alemania (11,1) y Francia (11). “Se nota que faltan los ingleses”, comenta Roxana, empleada de una cadena de hamburgueserías situada en el paseo marítimo de la playa de Los Cristianos (Arona), al sur de Tenerife.
“Aunque este es un lugar donde muchos isleños tienen su segunda residencia, y esos sí que han venido, se nota que faltan extranjeros”, completa mientras atiende a una pequeña fila de clientes. “Hay mucho turista de Santa Cruz, pero entre semana se ve muy poquita gente”, describe Antonio, camarero en la cafetería Bahía del mismo paseo. “Algo estoy vendiendo ahora, pero muy poco. Y eso es gracias a que los supermercados de esta zona están todavía cerrados. Lo que más miedo me da es que haya un rebrote y todo vuelva a pararse en seco”, añade Yaiza, trabajadora del quiosco Kiko&Hijas, el único abierto en todo el paseo. “Somos nueve y estamos trabajando tres, porque los demás están en ERTE”, explica Joseph, camarero en el bar El Arrozal, el único abierto en la avenida de Las Américas, un bulevar tradicionalmente abarrotado de turistas, y que presenta en julio una imagen fantasmal.
“Esperamos que para los meses de invierno, entre octubre y diciembre, que es nuestra temporada alta, la situación mejore y lleguemos hasta el 60% de ocupación”, pronostica Castilla. “Las expectativas para otoño e invierno son mejores respecto a la situación que estamos viviendo actualmente, pero nada tienen que ver respecto a años anteriores. Estamos hablando de una caída de la actividad de más del 50%”, apostilla Marichal. “Aunque confío en que todos aguantemos esta crisis, la realidad es que cualquiera puede caer”, concluye.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.