Guerras de poder entre viñedos
Las desavenencias familiares en muchas bodegas han terminado con los fundadores expulsados de sus empresas
El vino ha sido un territorio abonado para las batallas familiares, que en ocasiones han acabado con la división o la venta a terceros de las empresas productoras. Con más de 4.000 bodegas en España, buena parte de pequeña o mediana dimensión, la mayoría están en manos de sagas que carecen de protocolos sucesorios.
El conflicto más polémico de los últimos años ha sido el librado en torno a la famosa bodega Vega Sicilia, que formaba parte de la guerra desatada por el control del grupo de sociedades del empresario leonés David Álvarez. Las desavenencias familiares se iniciaron hace una década cuando el padre, en vida, decidió que su hija María José se quedaría como accionista mayoritaria del Grupo Eulen, con el 59% del capital. Mientras que cada uno de sus siete hijos heredarían a partes iguales la propiedad de Vega Sicilia a través de la sociedad El Enebro, donde el padre mantenía derechos políticos por el 51%. Basándose en ellos, el padre y fundador relevó de su puesto de responsable de la bodega a su hijo Pablo. Y cinco de sus siete hijos (Marta, Emilio, Elvira, Juan Carlos y el propio afectado) respondieron restituyendo a este en el puesto frente a la posición minoritaria de María José y Juan Carlos, fieles al fundador.
La muerte del padre en 2015 no apaciguó la batalla familiar y hoy se encuentra estancada en esa división de fuerzas. La bodega logró en el último año unos buenos resultados y ha advertido a sus clientes de la imposibilidad de cubrir toda la demanda, noticias que en medios del sector se asocian a una posible venta.
En los tribunales
Otro gran bodeguero, Alejandro Fernández, había puesto la primera piedra del grupo Pesquera en Ribera del Duero en 1972 con la bodega Tinto Pesquera. A la que siguieron otras como Condado de Haza; Dehesa de la Granja, en Zamora; El Vínculo, en Ciudad Real, además de sociedades en hostelería y sector energético. Los negocios marchaban bien, con una distribución del accionariado del 49,7% en manos de Fernández, un porcentaje igual en manos de su mujer, Emilia Rivera, y un 0,60% en poder de sus cuatro hijas, a razón de un 0,15% cada una.
Pero el proceso de separación del matrimonio dio un vuelco a la situación ante la decisión de tres de sus hijas (Lucía, Olga y Mari Cruz) de unir sus fuerzas a las de su madre, mientras el padre solo contó con el apoyo de Eva, la enóloga de la bodega. La madre y las tres hijas decidieron hace un año apartar de la gestión y de todos sus cargos administrativos al fundador, con la prohibición de que entre en las instalaciones. Y lo justificaron aduciendo que querían dar una nueva imagen más moderna del grupo bajo la denominación de Familia Fernández Rivera, pero sin hablar de una ruptura.
Madre e hijas han reconocido el trabajo del patriarca en la formación del grupo, pero han destacado también el papel de su madre en el campo. Las desavenencias se están dirimiendo en los tribunales. Y Alejandro Fernández, el emprendedor que en los años setenta iba con su carro cargado de vino de puerta en puerta y que, a sus 86 años, ofrecía en el restaurante El Bohío su vino El Vínculo de mesa en mesa, hoy no puede entrar en su bodega.
Lo mismo que le sucede a Benjamín, el hermano mayor de la familia Pérez Pascuas, de bodega Viña Pedrosa, otra de las pioneras en Ribera del Duero. Los hermanos Pérez Pascuas eran lo que se dice una unidad familiar. Con los trabajos bien repartidos: Manuel, relaciones institucionales; Adolfo, relaciones públicas; Benjamín, a lo suyo, buzo, tijeras de podar y a la viña; su hijo José Manuel, la imagen externa y el enólogo que dio en las últimas décadas el prestigio a sus vinos.
Todo funcionaba con normalidad hasta hace unos meses. No se sabe muy bien si por celos, recelos o diferencias sobre cómo llevar la viticultura, Manuel y Adolfo, con el 60% de las acciones, se pusieron frente al 30% de Benjamín y el 10% de su hijo para dar un golpe de mano por sorpresa despidiendo a su sobrino enólogo y prohibiendo la entrada en la bodega de su hermano mayor, de 90 años, que deberá buscar esta campaña destino para las uvas de unas 40 hectáreas de su propiedad.
Pero estos problemas de transición no solo afectan a las bodegas de Ribera del Duero. La navarra Chivite, con marcas como Señorío de Arienzo o Viña Salceda, en su día estaba dirigida por cuatro hermanos: Julián, Fernando, Mercedes y Carlos. Con la desaparición de Mercedes en 2005 y un año más tarde de Carlos, se incorporó al grupo la viuda de este, Cristina Iturrioz. Las batallas internas de los Chivite se sumaron a los malos resultados y la bodega pasó manos del fondo Phoenix, de rescate de empresas en dificultades. Después, en 2017, fue a parar al grupo catalán Perelada, poniendo fin a 11 generaciones de la saga desde mediados del siglo XVII.
En Rioja también ha habido sonados casos de batallas familiares, como la del grupo Martínez Bujanda (Finca Antigua, Finca Valpiedra), donde la transición de una a otra generación supuso la división de las bodegas entre los hermanos.
Sin guerras ni enfrentamientos virulentos, por diferencias en la gestión de la empresa, pero sobre todo por la ausencia de dividendos para repartir y con la dispersión del accionariado en docenas de herederos de tercera o cuarta generación, en el sector del vino destacan los procesos recientes de dos bodegas de referencia en el sector del cava, que pusieron fin al relevo familiar. En el caso de Freixenet, con la familia Hevia y una parte de los Bonet vendiendo el 50,7% al grupo alemán Henkell, frente a la posición de continuar de los Ferrer y José Luis Bonet. Y en Codorníu se produjo la venta del 55% al fondo Carlyle, cuando Mar Raventós y Javier Pagés no querían desprenderse de ella.
En el pasado, en los años setenta, este fue el proceso que siguieron diferentes grupos en Jerez, tales como Terry, Garvey Palomino, Domecq y Díez Mérito, donde una dispersión de herederos de tercera o cuarta generación optaron por vender, con Rumasa, Allied, Pernord, Sogrape o Beam Global como compradores.
Pero no todo son batallas. Hay casos de bodegas, como Yllera, Muga, Osborne, Terras Gauda o Pago de Carraovejas, donde los relevos han sido de libro.
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