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El viejo sector del plástico se resiste a morir

A pesar de los esfuerzos en reciclaje y los materiales menos contaminantes, industrias como las del envasado generan demasiado producto como para frenar el daño ambiental

Miguel Ángel García Vega

Vivimos en tierra de nadie. La vieja economía del plástico no termina de morir y la nueva no termina de nacer. En este cruce de caminos a veces se siente perdido y otras encontrado un material que se ha convertido en el principal problema —junto al cambio climático— medioambiental del mundo. Sus efectos dañinos en la naturaleza sobreviven cientos de años, un tic-tac incesante que ceba una bomba de tiempo que la humanidad aún no sabe desactivar. Porque esta sustancia es el caballo de batalla de la economía moderna.

Luis Tinoco

Sus registros son los de un purasangre. En 2020 se espera que mueva en el planeta 654.380 millones de dólares (560.000 millones de euros). Este número —defendido por la consultora Grand View Research— llega del tirón de los mercados emergentes, la construcción, el sector del automóvil y, sobre todo, del universo del envasado. Solo esta rama alcanzará unos 269.000 millones (230.200 millones de euros) en 2025. Todo a su alrededor es un negocio brillante. El mercado de los bioplásticos ya camina hacia los 21.126 millones de dólares y sumará 68.500 millones durante 2024. Y dos años antes, el universo del reciclado manejará 50.360 millones (43.100 millones de euros).

Esas son las estimaciones de una industria que lleva más de 50 años de crecimiento. Décadas de luces y pobladas sombras; girones en el mar. Standard & Poor’s calculó en 2014 que los estragos que provoca el plástico en el litoral marino alcanzan los 13.000 millones de dólares (11.000 millones de euros) anuales. El impacto es directo sobre el turismo, la biodiversidad y las pesquerías. Pero si alzamos la mirada y contemplamos a toda la mar, los expertos estiman en 139.000 millones (118.600 millones de euros) el peaje de esta contaminación en el planeta. Una cifra que semeja una pena en observación.

Al año se filtran en el océano ocho millones de toneladas de plástico, el equivalente a verter un camión de basura cada minuto. Si no hacemos nada, este ritmo aumentará a dos por minuto en 2030 y a cuatro durante 2050. Los mares ya acumulan unos 150 millones de toneladas de este desecho y en 2025 albergarán una tonelada por cada tres de pescado. Habitamos un planeta adherido a este material; caminamos por la Tierra del plástico. Desde los años cincuenta se han producido más de 8.000 millones de toneladas. El paleontólogo Jan Zalasiewicz calcula que es “suficiente para envolver la Tierra en un film transparente”. Otros expertos estiman que se podrían levantar cuatro Everest artificiales. Pocas industrias tienen la triste habilidad de proponer imágenes tan desoladoras.

Durante años, el sector y las Administraciones han convencido al ciudadano de que el problema de los envases de plástico se podría mejorar a través del reciclaje. Si llevaba, por ejemplo, bolsas reutilizables al supermercado estaba cumpliendo con su parte, si bebía de botellas retornables o si separaba en casa la basura entre los diferentes contenedores ayudaba al mundo, marcaba las diferencias. Pero solo reciclar no liberará al hombre del desastre. No liberará al mar de esos millones de toneladas de brillante basura. Según un trabajo de la consultora Zero Waste Europe, aplicando la tecnología de reciclaje más avanzada disponible, solo se podría tratar el 53% del mix actual de plástico. A día de hoy se recupera únicamente un 9%. La basura tampoco lo pone fácil. “Reciclar es un desafío porque muchos productos combinan plástico con metales, metales con plásticos o plástico revestido con papel, y son muy difíciles de separar”, apunta Edward Tenner, historiador en la Universidad de Princeton. “Y luego hay desconocimiento. “¿Quién sabe, por ejemplo, que las tapas de los yogures solo se pueden reciclar de una manera muy limitada?”. Más de 40 años después del lanzamiento del primer símbolo universal de reciclaje únicamente el 14% de los envases de plástico vuelve a la vida. Una tasa que viaja a años luz del papel (58%), el hierro (70%) o el acero (90%). ¿Entonces?

Cualquier solución pasa por el compromiso de quienes han contribuido a crear el problema. Multinacionales como Unilever, Starbucks, Nestlé o Coca Cola, que aún siguen produciendo botellas de plástico, cápsulas de café o tapas desechables, deben sentir su responsabilidad. Cada minuto —según la consultora Euromonitor Internacional— se compran un millón de botellas de plástico en el mundo, unas 20.000 por segundo. No existe un sistema de reciclaje que soporte semejante tensión. “El 95% de todos los envases de plástico se utiliza solo una vez, lo que significa que se pierden entre 80.000 y 120.000 millones de dólares”, valora Charlie Thomas, director de estrategia de Medio Ambiente y Sostenibilidad de la gestora británica Jupiter AM. “Esto supone también una clara oportunidad [económica], pero solo si se adoptan las políticas correctas por parte de los países y las ciudades”.

Sin embargo, ese dinero está aún muy lejos de poder entrar en el circuito de la economía circular. Es solo econometría. “La mejor manera de resolver la contaminación producida por el plástico sería producir y usar menos”, reconoce Roland Geyer, profesor de Ecología Industrial de la Universidad de California en Santa Bárbara. “Porque una mejor gestión de los residuos y el reciclaje no lo conseguirá. Pero la pregunta es: ¿está la sociedad dispuesta a usar menos plástico para reducir la polución? ¿Valoramos los océanos limpios por encima del consumismo? Me encantaría pensar que sí”.

Sin embargo, entender al hombre es un misterio. Desde hace mucho es conocedor de los estragos del plástico y poco le han importado. Durante los últimos cincuenta años, la producción de este material ha pasado de 15 millones de toneladas en 1964 a 322 millones durante 2015 y se espera duplicar esa cifra en dos décadas. ¿Castigaremos aún más a la Naturaleza?

Cifras imprescindibles

1. Negocio global. En 2020 se espera que el negocio del plástico mueva en el planeta 654.380 millones de dólares (560.000 millones de euros).

2.Valores alternativos. El mercado de los bioplásticos se dirige hacia los 21.126 millones de dólares y sumará unos 68.500 millones durante 2024. Y dos años antes, el reciclado de esta sustancia manejará 50.360 millones.

3. Pérdidas. Cada minuto —según la consultora Euromonitor Internacional— se compran un millón de botellas de plástico en el mundo, unas 20.000 por segundo. El 95% de todos los envases de plástico se utiliza solo una vez, lo que significa que se pierden entre 80.000 y 120.000 millones de dólares.

Las compañías de bebidas fabrican al año más de 500.000 millones de botellas de un solo uso. Muchas terminarán siendo consumidas en escasos minutos a través de una de las 500 millones de pajitas de plástico que produce todos los días Estados Unidos. Es como recurrir a lo superfluo para solucionar lo inútil. “Las empresas tienen que pensar con atención, en primer lugar, qué llevan al mercado y eliminar envases de plástico conflictivos e innecesarios, por eso resulta prioritario que sean reutilizables”, advierte Sander Defruyt, responsable de la iniciativa Nueva Economía del Plástico de la Fundación Ellen MacArthur. “El resto de envases deben ser reutilizables, reciclables y compostables y hay que establecer las medidas adecuadas para asegurarse de que estos procesos se llevan a la práctica”.

Sometidos a estas dinámicas resulta muy difícil poner fin al desperdicio del plástico. Aunque siempre hay declaraciones de alto el fuego. La organización Wrarp, uno de los impulsores de la economía circular en el Reino Unido, y la Fundación Ellen MacArthur, han embarcado a fabricantes como Unilever, Procter & Gamble o Coca Cola para tratar de paliar el desastre a través del llamado “acuerdo del plástico”. “Ya hay 70 organizaciones comprometidas dentro de todo el ecosistema de esta sustancia”, avanza Sander Defruyt. “Trabajarán con el fin de crear una economía circular para este material que aporte beneficios a largo plazo a la sociedad, el medio ambiente y los negocios”.

De repente, el mundo parece urgido por el problema y por el riesgo que corre esa voluntad de minutos en sucesión que llamamos vivir. Más de 40 países han introducido, por ejemplo, medidas para limitar o prohibir el uso de bolsas de plástico. Marruecos, Islandia, Vancouver y algunas ciudades de Estados Unidos prohíben esas bolsas, las tapas o las omnipresentes pajitas. Incluso la Reina Isabel II y la Iglesia de Inglaterra han respaldado esta cruzada, que no se entendería sin una presión regulatoria cada vez mayor en el Viejo Continente. “La Comisión Europea publicó en enero su “Estrategia del plástico” que exige que todos los envases de este material sean reciclables o reutilizables en 2030”, recuerdan en la gestora Robeco. De hecho, los Estados miembros estarán obligados a recoger el 90% de las botellas de bebidas de un solo uso desde hoy hasta 2025 mediante, por ejemplo, sistemas de consigna. Y quedará prohibido en bastoncillos de algodón, cubiertos, platos, pajitas y agitadores de bebidas. Únicamente se podrán fabricar con materiales sostenibles. El cerco se estrecha también sobre los productores, porque “tendrán que contribuir a cubrir los costes de la gestión y la limpieza de los residuos”, señala José María Mollinedo, secretario general de los Técnicos de Hacienda (Gestha). Estas —y otras— medidas deberían ahorrar a los consumidores europeos 6.500 millones de euros.

Lejos del dinero, la sociedad pide compromiso. Sobre todo a las grandes corporaciones. McDonald’s conoce el riesgo que asume si no cambia su estrategia. La cadena de comida rápida se ha comprometido a eliminar, para finales del año próximo, las pajitas de plástico de sus 1.361 restaurantes de Gran Bretaña. No es un brindis al sol: utilizan 1,8 millones diarias. “Es estupendo que la empresa se tome este asunto en serio, pero hay otras cosas que puede hacer”, enfatiza Fiona Nicholls, experta en océanos de Greenpeace. “Están lanzando al mercado una enorme cantidad de desechos plásticos. La gente debería ser capaz de disfrutar de un McFlurry, o lo que sea, sin pensar: ‘Acabo de producir algo de contaminación”.

Hay que ponerse en la piel del planeta y de millones de personas que se sienten anegadas por estos mares de plástico. “Ikea tiene el objetivo de que toda esta sustancia —incluido el embalaje— esté basada en materiales renovables, reciclables o reciclados para 2030”, apunta un portavoz del fabricante sueco de muebles. ¿Puede el mundo aguardar tanto? Pues la vieja economía del plástico no muere. Al contrario. Late con la intensidad de las causas ganadas, y la industria química lo celebra.

La American Chemistry Council (ACC, por sus siglas en inglés) sostiene que desde 2010 se han destinado 186.000 millones de dólares a 318 nuevos proyectos en Estados Unidos. Casi la mitad de ellos está en construcción o han sido completados. El resto anda en fase de planificación. “Puedo resumir [el auge de las instalaciones de plásticos] en dos palabras”, afirmaba Kevin Swift, economista jefe de ACC, en The Guardian. “Shale gas”. La técnica del fracking y el gas de esquisto han abaratado en América la extracción de gas natural, una de las principales materias primas para fabricar plástico barato. Un negocio al que las grandes petroleras y gasistas no quieren poner fin.

Críticas ambientalistas

Una industria bajo sospecha. “Durante décadas han promovido una mayor producción y consumo de plástico desechable a pesar de la creciente evidencia de que sus productos se acumulaban en el medio ambiente y seguirían haciéndolo”, critica Carroll Muffett, presidenta de la ONG Center for International Environmental Law (CIEL). Y añade: “La industria de los combustibles fósiles ha obstaculizado medidas de sentido común destinadas a reducir los deshechos plásticos. Así que si me pregunta si el “gran petróleo” ha contribuido a la crisis del plástico, la respuesta es: sin ninguna duda”.

Esas críticas hienden el aire y señalan a compañías como ExxonMobil Chemical, Shell Chemical y ACC, la organización que las cobija. “Las inversiones anunciadas en Estados Unidos se relacionan sobre todo con la fabricación de productos químicos y de ellas, aproximadamente, el 20% con la elaboración de resinas [plásticas]”, se defiende por correo electrónico Steve Russell, vicepresidente de plásticos de la ACC, quien busca otros culpables y otras geografías. “El crecimiento previsto para la demanda de plástico está relacionado, en buena medida, con el desarrollo en las economías emergentes y el aumento de personas con acceso a alimentos frescos, productos de cuidado personal, conectividad, transporte y empleo”.

Trasladar el problema a otros meridianos no esconde que el movimiento de la industria química va a contrapelo de la lógica del mundo. Mientras Taiwán anuncia la prohibición de microperlas (habituales en los cosméticos) y China cierra sus fronteras a la importación de desechos (por la imposibilidad técnica de reciclarlos), los productores solo escuchan sus propios himnos. Más plástico para un planeta que se asfixia con él.

Sin embargo, pese a esta noche oscura que se vence sobre las tierras, los mares y la vida, todavía existe esperanza. La Fundación Ellen MacArthur cree que la mitad de los envases de plástico podrían ser reciclados si tuvieran un mejor diseño y el 20% puede salvarse a través de sistemas de reutilización más eficientes. Hay, eso sí, un 30% que urge reimaginarlo si no quiere terminar en el vertedero. Pero justo cuando la resignación se quedaba a vivir, la tecnología y la juventud han acudido al rescate. Infinidad de emprendedores están diseñando respuestas.

Por ejemplo, nuevos materiales, bioplásticos, celulosas, enzimas que comen PET e incluso gusanos que devoran esta sustancia. En el departamento de Ingeniería Biológica de la Universidad de Pensilvania han desarrollado un plástico comestible basado en polisacáridos que puede funcionar al igual que un recubrimiento de cartón. “Costará menos que el plástico y será completamente sostenible y compostable. Ya estamos trabajando en su comercialización”, anuncia Jeffrey Catchmark, profesor en el departamento. Todo sirve, sobre todo a quienes danzan con el tiempo.

Miranda Wang tiene 24 años y es la cofundadora de BioCellection, una start-up californiana que ha desarrollado un proceso químico que permite descomponer el plástico contaminado —antes era imposible de reciclar— en compuestos químicos útiles para la industria y los consumidores. “Ahora estamos escalando el proceso y diseñando unas máquinas que en 2020 podrán desplegarse en áreas polucionadas de todo el mundo”, prevé la emprendedora. En aguas abiertas, donde el mar no encuentra las orillas, el inventor holandés de 23 años, Boyan Slat, fundador de The Ocean Cleanup, diseña unas barreras flotantes marinas en forma de “V” capaces de atrapar miles de partículas de plástico. Tierra adentro, en Israel, la empresa Tipa ha creado un embalaje compostable que se descompone totalmente en 180 días. Este bioplástico “tiene las mismas características ópticas y mecánicas que un plástico convencional”, relata un portavoz de la compañía.

Todas las ideas son bienvenidas, porque todas hacen falta. España, jurídicamente, camina bajo el eco de la Unión Europea y poco ha hecho por sí misma. Sólo Andalucía ha propuesto una medida que respira la lógica de los tiempos: un impuesto para las bolsas de plástico de un solo uso. Los establecimientos andaluces cobran desde 2011 cinco céntimos de euros por cada una de estas bolsas que den a sus clientes. El año pasado se recaudó a través de esta vía 270.670 euros, que representan 5,4 millones de unidades. Ni es mucho dinero ni son muchas bolsas. “Pero un impuesto medioambiental no trata de recaudar sino de cambiar el comportamiento de las personas y las empresas”, recuerda José María Mollinedo. O sea, concienciar. Sin embargo, este infinitivo es tan raro como el almizcle. Por eso, los Técnicos de Hacienda proponen tres tasas para evitar que el plástico sea la nueva piel del hombre. Su idea es gravar el coste de la recogida, transporte y tratamiento de los residuos, también a aquellas empresas que lo utilizan en su cadena productiva y, pensando en los “ciudadanos menos comprometidos”, consignar un impuesto sobre el consumo de plástico.

Algo hay que cambiar porque la tecnología actual no es suficiente. La planta de España que más cantidad de materiales reciclables recupera a partir de la basura de los hogares sin diferenciar (lo que se llama fracción orgánico-resto) es la de Alhendin (Granada). Su índice es del 13% sobre las sustancias reciclables procedentes del contenedor gris, que representan un tercio de la bolsa de basura doméstica. Estos datos, de David Canales, profesor del Instituto Superior del Medio Ambiente (ISM), revelan que hacen falta nuevas estrategias. Porque este es el paisaje y la batalla. Reciclar no basta, la tecnología aún no llega, los ciudadanos siguen sin concienciarse y la industria aumenta la producción de esta sustancia cebada por un gas natural barato. Mientras, la Tierra, acorralada, vive al filo de convertirse en un planeta de plástico. Y en el horizonte se cierne una tormenta perfecta.

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Sobre la firma

Miguel Ángel García Vega
Lleva unos 25 años escribiendo en EL PAÍS, actualmente para Cultura, Negocios, El País Semanal, Retina, Suplementos Especiales e Ideas. Sus textos han sido republicados por La Nación (Argentina), La Tercera (Chile) o Le Monde (Francia). Ha recibido, entre otros, los premios AECOC, Accenture, Antonio Moreno Espejo (CNMV) y Ciudad de Badajoz.

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