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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Precariedad y fragilidad

La política económica desde 2012 ha resuelto un problema (frenar la caída del PIB y el aumento del paro) creando otro (precariedad laboral)

Pedro Sánchez es aplaudido por miembros de su grupo tras el éxito de su moción de censura el pasado viernes.
Pedro Sánchez es aplaudido por miembros de su grupo tras el éxito de su moción de censura el pasado viernes. Pablo Blazquez Dominguez (Getty Images)

Vamos a suponer que en 2012 alguien del equipo económico del nuevo presidente (Rajoy) hubiese sido capaz de explicar con claridad la política económica de los años siguientes. El discurso habría sido más o menos el siguiente: “Es urgente (o vital) recuperar la estabilidad financiera del país, porque el coste de la prima de riesgo es inasumible, amenaza la estructura empresarial española y pone a la economía en riesgo de intervención; por lo tanto, vamos a aplicar una política procíclica consistente en deprimir las rentas salariales y facilitar los despidos, tal como piden los economistas de CEOE, con el fin de frenar la destrucción de empresas; vamos a controlar el déficit público mediante un ajuste presupuestario salvaje (o radical, que es término que gusta más en Génova) con el propósito de reducir la exposición a las convulsiones de deuda”. Un castizo diría que no hay que estudiar para curar una depresión económica bajando las rentas (salariales). Lo difícil es salir de la depresión sin deprimir las rentas. O, al menos, recuperando las rentas un paso por detrás de los beneficios.

Pero esto, es decir, diseñar una política económica de excepción revisable con el retorno del crecimiento, no es lo que ha sucedido desde finales de diciembre de 2011. El discurso sobre la precariedad laboral y la depresión de los salarios ya es conocido, pero conviene recordarlo. Sería ilustrativo explicar por qué, si las ganancias de las empresas han vuelto a crecer, los salarios no han subido en la misma proporción. A partir de esa divergencia, cabe hacer dos inferencias lógicas. Quizá es que la recuperación económica sólo se sostiene sobre el fundamento de salarios bajos o inferiores a los existentes antes de la crisis. O quizá es que la depresión ha consagrado para siempre un escalón salarial más bajo (y unas relaciones laborales precarias) para siempre jamás. También cabe recordar la advertencia ominosa de Veblen: los aumentos salariales preludian el fin de una época de presperidad.

Esa es una cuestión pendiente en el discurso sobre la recuperación. Vayamos al asunto de la estabilidad financiera. Puede resumirse en una sola pregunta: ¿Está hoy la economía española mejor situada frente a una eventual crisis de deuda o de cualquier perturbación económica que acabe en crisis de deuda, que en 2007? La respuesta es no. La prima de riesgo hoy es baja, pero solo en condiciones de normalidad de los mercados. Como el endeudamiento público se ha duplicado entre ambas fechas —no así el privado, que ha caído de forma notable—, gracias a una desafortunada política de estabilidad financiera de este gobierno, una eventual, intensa y sostenida convulsión en los mercados produciría los mismos efectos o peores que la depresión de diez años atrás. Volvería a destruirse el empleo de forma masiva y volverían a correr riesgo miles de empresas, las rentas se desplomarían y el déficit público volvería a dispararse. Porque la recuperación española no ha mejorado la calidad del empleo, ni la solvencia de las pequeñas y medianas empresas ni los mecanismos de estabilidad financiera del sector público.

Así pues, bien podría concluirse que la política económica desde 2012 ha resuelto un problema (frenar la caída del PIB y el aumento del paro) creando otro (precariedad laboral) y ha conseguido resultados menos que discretos en la tarea de estabilizar la credibilidad internacional de las finanzas públicas. Los hechos recientes confirman que España está en la primera fila de damnificados en caso de crisis.

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