Como dos gotas de agua
El remedio aplicado en Portugal y España es sencillo y frustrante: restricción presupuestaria
La respuesta a la crisis financiera y posterior recesión (a veces se olvida que hubo dos cataclismos sucesivos, aunque encadenados por la misma causa) ha demostrado, por si alguien albergaba alguna duda, que Portugal y España son países-espejo. Han aplicado tratamientos similares para emerger de la recesión, si bien es cierto que Portugal sufrió las consecuencias de un rescate europeo de 78.000 millones equivalente a un tratamiento de shock (ajustes presupuestarios drásticos, recortes sociales, caída de rentas) bastante más duros en intensidad que España. Hoy, Portugal (como España) exhibe una tasa de crecimiento tranquilizadora —en torno al 2,5%—, el desempleo se ha desplomado —del 17,3% en 2013 al 8,6% el año pasado— y el déficit está más o menos bajo control. Las evoluciones son similares, aunque no es una diferencia baladí el que la tasa de paro española ronde el 17%. Pero todo aquello de lo que presume Rajoy en Madrid es lo mismo de lo que se felicita Antonio Costa en Lisboa.
La rehabilitación de la fachada económica es tan evidente que muchos se han apresurado a proclamar el milagro económico portugués. No han llegado al nivel de autocomplacencia de Aznar en el año 2000, pero casi. Pero, ¡ay!, en economía no existen los milagros, ni los tratamientos excelsos ni los aciertos espectaculares en materia de política económica. El remedio aplicado en Portugal (como en España) es sencillo y frustrante: restricción presupuestaria, caída de la inversión pública, disminución galopante de la protección pública y obsesión enfermiza por el déficit (en cuya persecución a sangre y fuego han colaborado las aurotidades comunitarias. En el ámbito privado de la economía, más de lo mismo: recortes salariales, caídas programadas y masivas de rentas y precariedad laboral. Es el menú concinado en Grecia, en España, en Irlanda, en Lisboa y en Italia. Es el menú Bruselas. Las diferencias entre países son, en todo caso, de intensidad de los ajustes y de atención de los funcionarios. En el caso de Portugal, han sido máximas en ambos aspectos.
¿Tiene sentido hablar de milagro o de recuperación excepcional cuando la economía portuguesa se ha visto obligada a cargar el peso del crecimiento en el sector turístico y en construcción, donde se pagan salarios de 630 euros a través de contratos a tiempo parcial? La economía crece, por supuesto, pero sobre las espaldas de las rentas salariales. Sí, algunas condiciones macroeconómicas han mejorado —las más vistosas—, pero la estructura económica portuguesa no ha mejorado y nadie podría decir hoy que existen expectativas de recuperación de los salarios a medio plazo. Por otra parte ¿puede hablarse de milagro cuando la deuda pública está en el 130% del PIB? Porque un rebrote de una crisis financiera, por débil que fuera, sorprendería a la economía portuguesa en malas condiciones económicas y los efectos destructivos de esa convulsión eventual serían peores que los de 2007.
¿Se aprecian las similtudes entre Portugal y España, también para el futuro? Porque si Lehman Brothers volviera a quebrar, el acontecimiento catastrófico tambien pillaría a España en peores condiciones que cuando inició el ajuste. Casi con el doble de deuda, por ejemplo.
Portugal afronta la tarea más difícil: acomodar el crecimiento de las variables sociales al progreso indudables del PIB. A mayor crecimiento, mayores rentas salariales. A mayor estabiilidad económica, más derechos laborales (o, al menos, recuperar los anteriores). Una sociedad no se sostiene de forma perenne sin una redistribución mínima de la riqueza generada. La presión acaba por romper las costuras. Por esa razón lo que suceda en España es importante para Portugal y viceversa; son países unidos por el mismo tratamiento radical, procíclico y erróneo de la recesión.
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