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Columna
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Los precarios y la sombra de su futuro

El precariado está formado por una agregación de colectivos, unidos en la inseguridad

Joaquín Estefanía
Un trabajador limpia las calles en Málaga.
Un trabajador limpia las calles en Málaga.

Los integrantes del precariado carecen de la identidad que se basa en el trabajo; cuando tienen empleo, éste no es del tipo que permite una carrera profesional, de forma que no disponen de memoria social y de la sensación de pertenencia a una comunidad ocupacional basada en prácticas estables, códigos éticos y normas de comportamiento de reciprocidad. No flota sobre ellos “la sombra del futuro”. Alrededor de esta definición del profesor de la Universidad de Londres Guy Standing (El precariado. Una nueva clase social, editorial Pasado y Presente) se manifestaron el pasado sábado miles de personas en 33 ciudades españolas, coincidiendo con el sexto aniversario de la reforma laboral del PP.

El balance de esta reforma se resume en más empleo, pero más inseguro, mal repartido, peor pagado y con un desequilibrio en el seno de la empresa en contra de los intereses de los trabajadores. El precariado estructural. Con razón en el momento de la aprobación de dicha reforma el PP fue calificado como “el partido de los empresarios”. Esas manifestaciones fueron convocadas por un espacio unitario denominado No + precariedad, en cuyo manifiesto fundacional se defiende que “el saqueo de unos pocos es la precariedad de la mayoría”.

Conviene no ignorar lo que está pasando, no sea que se repita lo del movimiento 15-M: que se informe tarde y mal. El precariado todavía es un grupo formado por agregación de colectivos (trabajadores temporales, a tiempo parcial, falsos autónomos becarios,…), que busca su identidad dentro de la inseguridad económica, que aun no ha conseguido su grado de “indignación eficaz” y que no es consciente todavía de su fuerza ni de su capacidad de influencia.

Entre sus características se podrían destacar las siguientes: su relación de confianza con la empresa en la que trabajan es mínima; sus miembros carecen de las relaciones del contrato social implícito de los otros trabajadores: seguridad en el puesto de trabajo y un sueldo digno a cambio de lealtad. También, que es muy difícil que puedan acceder a algunas de las prestaciones teóricamente universales del Estado de Bienestar, como por ejemplo, las pensiones públicas, dado que sus periodos de cotización suelen ser más cortos de los necesarios para acceder a los mismos.

Cuando el precariado oye hablar de “flexibilidad” se echa las manos a la cabeza. Para él, la flexibilidad salarial significa ajustar a la baja lo que gana; la flexibilidad de empleo significa aumentar la capacidad del empresario de despedirlo, de cambiar su nivel profesional o de desplazarlo a distintos centros de la empresa. Son precarios no sólo porque disponen de un empleo inseguro y mal pagado, y con una protección social insuficiente, aunque todo esto se haya generalizado; también lo son por quedar anclados en un estatus que no ofrece la posibilidad de una carrera profesional en la que funcione la escalera de la movilidad social. Lo que varias generaciones habían llegado a considerar como derechos adquiridos y con imposibilidad de marcha atrás.

Para los precarios se han retraído las seguridades construidas después de la Segunda Guerra Mundial. ¿Cómo se puede cohesionar una sociedad con estas características?

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