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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

No fue una fiesta de alcohol y mujeres

Como españoles tenemos motivos para la autoestima porque pese a la crisis no han aparecido fuerzas xenófobas

Antón Costas
Rafael Ricoy

Posiblemente fue un acto fallido freudiano. Cuando Jeroen Dijsselbloem, el ministro holandés de Economía presidente del Eurogrupo, dijo que un socialdemócrata del norte como él no podía ser solidario con aquellos que en el sur se “habían gastado el dinero en alcohol y mujeres”, probablemente le traicionó el inconsciente. Según aclaró después, ese arrebato fue el resultado de su educación calvinista y de su sinceridad. Si fuese así, hay que reconocer que el suyo es un calvinismo desnortado.

Este acto fallido refleja muy bien el mundo de tópicos en los que se mueve aún hoy la política europea. Unos tópicos nada banales. Al contrario, han tenido una influencia decisiva en la justificación política que se dio a la política de austeridad impuesta a los países del sur. Una política macroeconómica equivocada, como hoy es generalmente reconocido, que hizo que la eurozona recayese en una segunda y larga recesión (2011-2014), con consecuencias dramáticas sobre la actividad económica, el empleo, el ingreso de los hogares y las condiciones de vida de millones de europeos.

Cuando escribo, leo en este mismo diario una referencia al informe que acaba de publicar Transparencia Internacional sobre el papel jugado por el Banco Central Europeo en las fases más agudas de la Gran Recesión. Le acusa de haber tomado decisiones “políticas” (es decir, no técnicas) en la crisis griega y en las presiones a España, Italia e Irlanda. El BCE condicionó el dinero a cambio de control no democrático sobre la política presupuestaria y reformas sociales de fuerte impacto. De hecho, hay que recordar que España se vio forzada a introducir un cambio exprés en la misma Constitución para atender las amenazas contenidas en la carta confidencial que el presidente del BCE, Jean Paul Trichet, envió al presidente español, José Luis Rodríguez Zapatero.

Por cierto, este mismo tipo de denuncia la había formulado ya en 2014 la Oficina de Evaluación Independiente del FMI, una especie de auditor político interno, en un informe sobre la política que había seguido la institución, como parte integrante de la troika europea, en el caso de Grecia. Las acusaciones de haber tomado decisiones “políticas” y no técnicas son de la misma naturaleza que las que ahora hace Transparencia Internacional al BCE.

Como españoles tenemos motivos para la autoestima porque pese a la crisis no han aparecido fuerzas xenófobas

Tanto este tipo de decisiones “políticas” de organismos técnicos como las manifestaciones “calvinistas” del presidente del Eurogrupo son ejemplos de conductas de riesgo moral (moral hazard) de las instituciones y autoridades europeas. Sus respuestas a la crisis financiera internacional de 2008 y a la crisis de deuda de 2010 impusieron políticas y reformas en beneficio de los acreedores cuyo coste recayó, sin embargo, sobre ciudadanos que no habían participado en ninguna fiesta de alcohol y mujeres.

Si los bancos privados franceses o alemanes, por ejemplo, habían prestado voluntariamente dinero a los bancos españoles para financiar inversiones inmobiliarias arriesgadas, lo lógico es que si esas inversiones fallaran ellos corriesen con una parte, al menos, de las pérdidas. Ese es el buen capitalismo. El que invierte a riesgo y ventura, como se decía antes. El malo es el capitalismo de riesgo moral. El que se queda con los beneficios y socializa las pérdidas. Y, como vamos viendo, fue ayudado desde el poder político e institucional europeo.

La tarea de acabar con las conductas de riesgo moral, de democratizar el funcionamiento de las instituciones europeas, de dar transparencia a sus decisiones y de que cada uno asuma la responsabilidad por sus actos no será fácil. Pero es esencial para legitimar la construcción europea. De lo contrario, no nos debería sorprender el populismo y el retorno de los ciudadanos a los Estados nacionales.

Mientras tanto, conviene recordar que como españoles tenemos motivos para la autoestima. La cultura moral y política demostrada en estos casi 10 años de dura crisis, caída de salarios y de paro es admirable. La sociedad ha sabido sobrellevarlos sin que se haya producido una explosión social ni hayan aparecido fuerzas políticas xenófobas y antieuropeas con amplio apoyo social. Como sí ha ocurrido, por cierto, en el país del señor Dijsselbloem.

Pero también tenemos motivos para la autoestima económica. La rápida corrección de los desequilibrios macroeconómicos y, especialmente, el comportamiento del sector exterior de la economía española, en particular, del sector de servicios no turísticos no tienen parangón en ningún otro país europeo. Está siendo una verdadera transformación estructural de la economía española. Pero, si me lo permiten, de esto hablaré otro día.

Lo que hoy me interesaba decir es que no fue una fiesta de alcohol y mujeres. Tenemos motivos para la autoestima. Aunque eso no implique total complacencia. Los retos del desempleo, la pobreza, la falta de oportunidades o la mejora de la productividad siguen ahí. Pero se afrontan mejor con autoestima que dejándonos llevar por tópicos.

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