Lío en el Eurogrupo por la presidencia del holandés Jeroen Dijsselbloem
La debacle de los socialdemócratas deja en el aire la continuidad al frente del actual líder de los ministros de Economía del euro
Dicen que Jeroen Dijsselbloem es socialdemócrata, aunque lo cierto es que en los últimos cuatro años ha sido el gran aliado del alemán Wolfgang Schäuble, titán europeo de la austeridad, látigo de Grecia y guardián de las esencias de las reglas fiscales. Dicen también que tiene un máster por la Universidad de Cork, aunque su equipo tuvo que corregir las biografías oficiales al arrancar su mandato: nunca obtuvo tal título. Y dicen que el ministro holandés de Finanzas seguirá al frente del Eurogrupo a pesar de la debacle de su partido en las elecciones del pasado miércoles: el propio Dijsselbloem asegura, a través de un portavoz, que su mandato expira en enero de 2018; ni un día antes.
Pero eso está por ver.
Las fuentes consultadas en el propio Eurogrupo y en varias cancillerías aseguran que Dijsselbloem seguirá mientras sea ministro en funciones. Eso es lo único seguro. Y ese periodo de gracia puede durar unos meses; puede que hasta después del verano, a la vista de la fragmentación en el Parlamento holandés. Pero si los socialdemócratas no entraran en el nuevo Gobierno, sus opciones de seguir se reducen de forma ostensible. ¿Las razones? Una: las procelosas aguas de la alta política europea andan revueltas. Dos: el peso político de Dijsselbloem queda muy tocado tras el castañazo del laborismo tulipán. Y tres: las reglas no escritas del Eurogrupo dicen que el presidente tiene que ser ministro; pero es que incluso las escritas, en contra de lo que se dice en los pasillos de Bruselas, apuntan por ese camino.
El órgano que reúne a los ministros de Economía del euro es quizá la institución más oscura de la UE. Y a pesar de eso —o precisamente por eso— ha jugado un papel crucial en toda la crisis, como encargado de fijar las condiciones para los rescates de Grecia, Irlanda, Portugal, Chipre y España. La jefatura de ese órgano es uno de los cargos más importantes de Europa, siempre con permiso de lo que diga Berlín. Ungido por el inevitable Schäuble, Dijsselbloem tuvo un inicio titubeante en 2012, pero cuatro años después se ha convertido en un líder sólido, fiable ante la prensa, capaz de deshacer nudos políticos endemoniados. E incluso ha plantado cara a su mentor alemán en algunas agendas, como esa unión bancaria que no termina de llegar. Con fama de honesto, es bien valorado entre los ministros y exministros que han desfilado por Bruselas, salvo en el caso del mordaz Yanis Varoufakis (“un peso pluma intelectual, un tipo que es poco de fiar”, dijo de Dijsselbloem en una entrevista con este diario). Su hoja de servicios, en fin, jugará a su favor. Pero su futuro depende de otras variables.
Al holandés le perjudica su condición de pato cojo político después del batacazo de su partido: alguien que no pinta nada en su país difícilmente puede tratar de imponer su punto de vista en los asuntos más polémicos, que últimamente son todos. El liberal Mark Rutte podría mantenerle en el Gobierno con un cargo menor y salvar ese obstáculo. Pero aun así, en realidad, su porvenir se juega lejos de Holanda: empezará a dirimirse este fin de semana en la cumbre de ministros del G-20, en Baden Baden. Allí se verá las caras con Schäuble, Michel Sapin (Francia), Pier Carlo Padoan (Italia), Luis de Guindos y el comisario Pierre Moscovici. Al menos los dos últimos quieren o han querido moverle la silla en el pasado.
La decisión, en definitiva, es puramente política y se tomará con la parafernalia democrática de las grandes ocasiones: entre bambalinas, en una habitación cerrada, en función de los deseos de los grandes países. Pero las reglas son las reglas, suele decir Dijsselbloem, y tampoco las reglas juegan a su favor. El Tratado de Lisboa dice simplemente que los ministros de la eurozona “elegirán un presidente para un periodo de dos años y medio por mayoría”; Dijsselbloem ha llegado a decir que el jefe del Eurogrupo no tiene por qué ser ministro, “podría ser incluso el lechero de la esquina”.
Bromas aparte, el documento interno que rige el funcionamiento de la institución, al que ha tenido acceso EL PAÍS, es algo más concreto: “Los candidatos para el puesto de presidente deben ocupar la posición de ministro de Finanzas”. Fuentes europeas subrayan que ese párrafo vale solo para los candidatos: sugieren así que Dijsselbloem podría seguir en el cargo aunque dejara de ser ministro porque ya es presidente, y aquí paz y después gloria. Pero el citado documento impone otras condiciones: “El presidente deberá, en caso de impedimento para el ejercicio de sus funciones, ser reemplazado por el actual presidente del Ecofin”, el socialista maltés Edward Scicluna.
La redacción es oscura y fuentes europeas afirman que eso solo sucedería si el holandés decidiera dar un paso atrás. El portavoz de Dijsselbloem destaca que esa frase se circunscribe a casos de enfermedad o en el que el presidente asuma otros cargos, y subraya que lo normal es que siga en su puesto. “Si hay alguna necesidad hasta 2018, el Eurogrupo tendrá que decidir”, añade. Los ministros consultados creen que esa necesidad está ahí. El puesto está en el alero. “Dijsselbloem lo tiene difícil para seguir pero lo intentará; su sucesor debería ser socialista por equilibrio institucional”, apunta una fuente del Eurogrupo. Eso dejaría sin opciones a Guindos, aunque España no ha dicho su última palabra. Berlín sí: “Guindos está descartado: los populares tienen ya las presidencias de Comisión, Consejo y Parlamento”, añaden fuentes alemanas.
“Me gustas cuando votas porque estás como ausente”, decía un grafiti del artista Carlos Motta. El voto holandés es claro y distinto; el ausente parece Dijsselbloem. Pero la política europea es a menudo un juego de espejos: el Eurogrupo no ha dicho su última palabra en ese formidable lío.
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