_
_
_
_
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Desigualdades

La redistribución por la vía de impuestos es un camino para reducir los desequilibrios, pero tiene poco recorrido

José Luis Leal

Una de las paradojas a las que nos tiene acostumbrados la globalización se refleja en su incidencia sobre la distribución de la renta en el mundo: se reduce la desigualdad global pero aumentan las diferencias en el interior de muchos países, entre ellos los más avanzados.

Este último resultado contradice las previsiones del gran economista Simon Kuznets, que pensaba que las desigualdades en el interior de los países avanzados aumentaban en los períodos de rápido crecimiento, mientras que con la madurez las desigualdades de las primeras etapas del desarrollo tendían a reducirse. Algo de esto ha sucedido históricamente pero la tendencia se ha roto tras la crisis de comienzos de la pasada década. Es conveniente pues interrogarse sobre las causas de lo sucedido y sus posibles remedios.

El indicador más utilizado para medir las desigualdades es el llamado Índice de Gini, que sintetiza en una sola cifra las desigualdades entre las familias. Su amplitud va de cero (igualdad perfecta) a uno (desigualdad absoluta). Los valores usuales oscilan entre el 0,25 de las sociedades más igualitarias hasta el 0,50 de las menos. En España, por ejemplo, el índice Gini calculado por la OCDE (que procede regularmente a la publicación de datos comparables en esta materia) era del 0,346 en 2013, el de Islandia (el más bajo de los países que componen esta organización) era del 0,244 y el de Chile (el más alto) del 0,465. De manera general, los países nórdicos europeos distribuyen mejor la renta que los del sur, a su vez más igualitarios que los anglosajones. La distribución de la riqueza entre las familias no se corresponde estrictamente con la distribución de la renta, aunque en este ámbito las estimaciones son bastante menos precisas. La posición de España en este terreno mejora mucho en relación con la de los países avanzados. Ello se debe, esencialmente, a la amplia difusión en nuestro país de la propiedad inmobiliaria entre las familias. En España la riqueza está mejor repartida que la renta.

La mejora de la distribución mundial de la renta se debe, esencialmente, a los progresos de los países asiáticos, especialmente de China, en los últimos años. Las elevadas tasas de crecimiento que han sido capaces de alcanzar han permitido a centenares de millones de campesinos salir de la más extrema de las pobrezas. Ello es así incluso si las desigualdades en el interior de esos países han aumentado considerablemente. En realidad, lo que se está produciendo es un crecimiento de las clases medias de esas sociedades, al revés de lo que ocurre en los países más avanzados.

El impacto de la globalización en las clases medias europeas y norteamericanas ha sido muy importante, pero no ha sido el único. El progreso técnico, las nuevas tecnologías, han desempeñado un papel destacado en su paulatina decadencia. Este fenómeno fue previsto hace muchos años por algunos sociólogos, cuando apuntaron que el desarrollo de la informática destruiría empleos estables y bien remunerados y los sustituiría por otros, inestables y de baja remuneración; que desaparecerían cuadros intermedios y que se crearían, por ejemplo, múltiples empleos en trabajos de reparto de mercancías y servicios personales.

Es muy difícil separar el impacto de las nuevas tecnologías del de la globalización, pues ambos se encuentran ligados, pero en términos generales tal vez sea posible conjeturar que la globalización, indisolublemente ligada a la reducción generalizada de barreras al libre comercio en el mundo, ha afectado más a los trabajadores industriales, mientras que las nuevas tecnologías han concentrado sus efectos de manera preponderante (aunque no única, por supuesto) en las clases medias, ligadas o no a la industria. De manera general, el diseño de los bienes más sofisticados se ha quedado en los países avanzados mientras que su fabricación se ha trasladado, total o parcialmente, a los nuevos países emergentes. Al mismo tiempo, las poblaciones de los países avanzados se han beneficiado, como consumidoras, de las mejoras en la eficiencia productiva gracias a la reducción de las tensiones inflacionistas que erosionan silenciosamente las rentas de las categorías menos favorecidas.

En el caso de España, el índice de Gini ha pasado del 0,324 en 2007 al 0,346 en 2013. Es cierto que a los fenómenos anteriormente mencionados se añadió el estallido de la burbuja inmobiliaria, con su secuela de un aumento masivo del paro. Al ser el subsidio de desempleo una fracción del salario percibido, la desigualdad en la distribución de la renta aumentó rápidamente. Al revés, el crecimiento del empleo debería tender a reducirla. Es posible pues que poco a poco se produzca una mejora en la distribución, si bien la precariedad de los nuevos empleos y la baja remuneración de los jóvenes que acceden al mercado de trabajo no contribuyen a reducir las desigualdades.

Las nuevas tecnologías, la liberalización del comercio mundial o la globalización no son los únicos factores de desigualdad. En las sociedades avanzadas ha crecido la tendencia de los jóvenes profesionales bien situados a casarse entre ellos, lo que mecánicamente produce un aumento de las rentas en la parte más alta de la distribución, mientras que en el otro extremo de la escala el aumento de los divorcios ha producido, especialmente en el caso de las mujeres, peor remuneradas que los hombres, una disminución de las rentas de esos hogares.

Reducir las desigualdades no es una tarea simple. El aumento del empleo gracias a la aceleración del crecimiento económico es uno de los principales remedios, pero para ello es preciso que la calidad de los nuevos puestos de trabajo sea razonable y, además, sostenible, es decir, con unas cuentas exteriores equilibradas. A medio plazo, el remedio más importante es la mejora del sistema educativo a todos los niveles: no es una casualidad que las sociedades nórdicas, las que disponen de mejores sistemas educativos, sean al mismo tiempo las más igualitarias y las que menos han sufrido de la globalización como bien demuestran sus tasas de crecimiento y los excedentes que registran en sus intercambios con el exterior. Aún así, las desigualdades han crecido ligeramente en alguna de ellas. La redistribución por la vía de los impuestos es, claro está, un camino para reducir las desigualdades, pero de no muy largo recorrido. La movilidad de las personas y de los capitales hace que los impuestos a los muy ricos produzcan pocos ingresos adicionales.

Las escalas de imposición en los países europeos son bastante parecidas y no parece que puedan ir mucho más allá de los tramos actuales, lo que no impide que los efectos redistributivos sean muy importantes: en España, la diferencia entre el índice de Gini antes y después de impuestos y transferencias es de 0,18 puntos, (en Francia de 0,21). La mejor manera de luchar contra las desigualdades es, además de mejorar los sistemas redistributivos, dar la prioridad a la educación a todos los niveles y promover el crecimiento equilibrado de la economía en un mundo que, por el momento, permanece abierto a los intercambios.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_