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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Y ahora, no hagáis más el ridículo

España queda mermada para sustituir a Reino Unido como contrapunto del tándem París-Berlín

Xavier Vidal-Folch

Ahora, no hagáis más el ridículo. No violéis otra vez la senda de ajuste que se os da (será dura), a cambio de no imponernos multa.

Dos extremismos, hacia Europa y hacia dentro, serían patéticos. Uno, la burla reiterada contra la flexibilidad otorgada, mediante nuevas rebajas fiscales cuando la recaudación capota. Otro, ajustar las cuentas mediante inaceptables recortes sociales adicionales.

Todos deberían ser conscientes de que ha ido del canto de un duro. Decantaron el partido anti-sanción el estado de excepción espiritual de la UE, marcado por el Brexit y las frondas populistas. Y el miedo francés e italiano al ver las barbas del vecino remojándose. O la convicción de que la inminente flexibilidad para la banca italiana chocaría con la aplicación rígida de las reglas a las finanzas ibéricas.

Y también ha ocurrido que no siempre los rivales son rencorosos. No lo ha sido el comisario socialista Moscovici, jefe de los apaciguadores, pese a lo mucho que le humillaron —al acusarlo de sectario— los de Rajoy.

Despejado el estigma de la sanción, los españoles han evitado, albricias, quedar hundidos. Pero siguen y seguirán tocados.

Porque el déficit acarreado es de mamut: la Administración central ya ha consumido (y con exceso de una décima: el 1,9%) en los primeros cinco meses del año, su techo de déficit para todo el año (1,8%). Y si el desajuste es de mamut, el ajuste será al menos de caballo. Esta vez, de cumplimiento automático y con severa vigilancia extrema.

Porque en este episodio España ha dilapidado (para bien) sus alforjas de credibilidad, de socio comprometido, entusiasta, esforzado, sacrificado: a los españoles se les conocía en la era de su ingreso a la hoy UE como los “alemanes del Sur”. De aquello queda solo mucho Sur y poco de alemanes. Y ahora, al cancelarles la sanción (menos mal), se les perdona la vida.

Porque en este envite el Gobierno central ha perdido todo resto de razón numérica y de ejemplaridad ante las comunidades autónomas. Él es el frívolo, el irresponsable.

Pero hay algo más preocupante que todo eso y que no alivia el hecho de evitar la multa del sheriff: el coste de oportunidad. Con la dimisión de Reino Unido, es evidente que queda trastocado el equilibrio de poder. Y que su vacío deberá llenarse. Con una u otra fórmula. Varios países podrían aspirar, por tamaño y otros factores, a ejercer de complemento y contrapunto a la renqueante locomotora francoalemana: la veterana Italia, la pujante (pero hoy disparatada) Polonia. Y España.

Pero España tiene que dedicar sus energías a cumplir, con retraso, lo que ya debería haber conseguido. Juega a la defensiva cuando quien más quien menos plantea horizontes ofensivos: aunque sean un dislate, como el referéndum húngaro, entre otros. Flojea de gente propia en la cúpula de las instituciones, más allá de un comisario denostado por conflictos de interés. Está ayuna de apoyos siquiera entre los amigos del partido del Gobierno: el jefe del PPE, Manfred Weber, defendió con ardor la multa. Todo le cotiza a la baja.

No comparece, no se la oye, no propone. Ni está ni se la espera. Ni siquiera —oh, desprecio compasivo— se la multa.

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