El ‘blues’ del mercado alcista
Se ha producido un aumento de beneficios sin que haya tenido lugar una expansión económica similar
Como la mayoría de los economistas, no suelo tener mucho que decir sobre las acciones. Los mercados de renta variable son aún más susceptibles que otros a las falsas ilusiones populares y la locura de las masas, y los precios de las acciones suelen tener mucho menos que ver con el estado de la economía o sus perspectivas futuras de lo que mucha gente cree. Como decía el economista Paul Samuelson, “los índices de Wall Street han predicho nueve de las cinco últimas recesiones”.
Aun así, no debemos pasar completamente por alto los precios de las acciones. El hecho de que últimamente los principales índices bursátiles hayan experimentado nuevos repuntes —el Dow Jones ha subido un 177 % desde su hundimiento en marzo de 2009— es interesante y digno de mencionar. ¿Qué nos dicen esos índices de Wall Street?
La respuesta, diría yo, no es del todo positiva. De hecho, en cierto sentido, las ganancias del mercado de valores son el reflejo de una debilidad económica, no de fortaleza. Y entender cómo funciona eso nos ayudaría a comprender el preocupante estado en que se encuentra nuestra economía.
Bien, empecemos por el mito que Samuelson intentaba desacreditar, es decir, la afirmación de que los precios de las acciones son un termómetro de la economía en general. Este mito gozaba de popularidad entre los políticos de derechas, e importantes economistas conservadores publicaron artículos que llevaban títulos como El radicalismo de Obama está destruyendo el Dow.
Curiosamente, sin embargo, empezamos a escuchar frases así con mucha menos frecuencia cuando los precios de las acciones cambiaron de rumbo y empezaron a subir como la espuma, cosa que sucedió seis semanas después de que el presidente Obama asumiese el cargo. (Aunque los sondeos indican que la mayoría de quienes se identifican como republicanos todavía no se han percatado de esa subida y siguen creyendo que las acciones han bajado durante el mandato de Obama).
Lo cierto, en cualquier caso, es que hay tres grandes elementos de discrepancia entre el precio de las acciones y el éxito de la economía en general. Primero, los precios de las acciones son un reflejo de los beneficios, no de los ingresos totales. Segundo, también reflejan la disponibilidad de otras oportunidades de inversión (o la falta de estas). Finalmente, la relación entre el precio de las acciones y las inversiones reales que amplían la capacidad de la economía se ha vuelto muy tenue.
En cuanto al primer punto: evaluamos el éxito de la economía por la medida en que genera un aumento de los ingresos de la población. Pero las acciones no reflejan los ingresos generales; solo reflejan la parte de los ingresos que se traduce en beneficios. Esto no tendría importancia si el porcentaje de beneficios de los ingresos totales fuera constante; pero no lo es.
El porcentaje de beneficios de los ingresos nacionales varía, pero durante los últimos años ha sido bastante más alto que a finales de la década de 1990, cuando las acciones se pusieron por las nubes; es decir, se ha producido un gran aumento de los beneficios sin que haya tenido lugar una expansión económica de escala similar, lo que significa que la relación entre beneficios y prosperidad es escasa, en el mejor de los casos. Lo cierto es que esto no es una fiesta, como en 1999.
En cuanto al segundo punto: cuando los inversores compran acciones, compran también un porcentaje de beneficios futuros. El valor que eso represente para ellos depende de las demás opciones que tengan para convertir el dinero actual en ingresos futuros. Y, hoy en día, esas opciones son bastante malas, ya que los tipos de interés de los bonos del Estado a largo plazo no solo son muy bajos vistos en perspectiva, sino que son cero o negativos si se tiene en cuenta la inflación. Así que los inversores están dispuestos a pagar mucho por los ingresos futuros, de ahí el elevado precio de las acciones a cualquier nivel de beneficios.
¿Pero por qué están tan bajos los tipos de interés a largo plazo? Como explicaba en mi última columna, la respuesta es básicamente la debilidad del gasto en inversión, a pesar de la bajada de los tipos de interés a corto plazo, lo que indica que dichos tipos tendrán que seguir bajos durante mucho tiempo.
Sin embargo, puede parecer que esto plantee una paradoja. Si el sector privado no considera que tenga muchas oportunidades de inversión buenas, ¿cómo pueden ser tan altos los beneficios? La respuesta, diría yo, es que actualmente parece que los beneficios suelen guardar poca relación con la inversión en nuevas capacidades. En lugar de eso, los beneficios provienen de alguna clase de poder del mercado (la posición de la marca, las ventajas de una red consolidada o un buen monopolio a la antigua usanza). Y las empresas que obtienen beneficios gracias a ese poder pueden, al mismo tiempo, tener acciones con precios altos y pocos motivos para gastar dinero.
Piensen en el hecho de que las tres empresas más valiosas de Estados Unidos son Apple, Google y Microsoft. Ninguna de las tres gasta grandes cantidades en ladrillos y mortero. De hecho, las tres acumulan unas enormes reservas de efectivo. Cuando los tipos de interés bajan, no tienen muchos incentivos para gastar más en ampliar su negocio; se limitan a seguir embolsándose dinero, y la ciudadanía sigue dispuesta a pagar más por un pedazo de esas ganancias.
En otras palabras, aunque el hecho de que el precio de las acciones esté más alto que nunca eche por tierra la afirmación de que el Gobierno de Obama ha sido contraproducente para los negocios, no demuestra que la economía goce de buena salud. En todo caso, es un indicio de que en la economía hay demasiadas pocas oportunidades de inversión productiva y demasiado poder monopolístico.
Así que, cuando lean titulares sobre el precio de las acciones, recuerden: lo que es bueno para el Dow Jones no lo es necesariamente para Estados Unidos, y viceversa.
Paul Krugman es premio Nobel de Economía. © The New York Times Company, 2016. Traducción de News Clips.
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