Mitomanía y TTIP
como mentira patológica o pseudología fantástica, es uno de los términos con los que la psiquiatría se refiere al comportamiento de los mentirosos compulsivos o habituales. Descrita por primera vez en la literatura médica en 1891, se ha definido como una invención inconsciente y demostrable de acontecimientos muy poco probables y fácilmente refutables. Ahora, dos siglos después, puede encontrarse en el debate público sobre el Tratado Transatlántico de Comercio e Inversiones (TTIP) abundante material para seguir documentando la mitomanía.
Todo empezó con los documentos filtrados por Greenpeace de la XIII ronda negociadora que desataron una oleada de críticas contra el nuevo acuerdo comercial entre la UE y EE UU, avivadas con la reciente intervención (por videoconferencia) de Julian Assange en unas jornadas en Madrid. Sin embargo, una revisión serena de los documentos permite constatar la persistencia de una potente mitomanía en una parte de la opinión pública a la hora de juzgar cualquier relación con Estados Unidos.
Si partimos de que el libre comercio internacional es una poderosa herramienta que se debe manejar con prudencia, y que sólo se puede traducir en equilibradas oportunidades de desarrollo para los países que participan en él, tenemos una primera conclusión: las negociaciones comerciales internacionales son necesarias.
Ahora bien, la ronda de Doha de la Organización Mundial del Comercio (OMC) sigue sin cerrarse 15 años después. Mientras, se han suscrito numerosos acuerdos comerciales entre países que conforman regiones económicas, como Pacífico, América del Norte o América del Sur, dejando al margen los intereses europeos (por cierto, en coherencia con el reciente informe del Círculo de Empresarios que documenta el cambio del núcleo central de la economía de Occidente hacia Asia-Pacífico). La política comercial de la UE no puede seguir impasible ante una nueva situación que puede dejarla fuera del corazón de los grandes flujos económicos internacionales. Hay que tener muy en cuenta que seguir igual, sin acuerdo, no es una decisión neutra. No hacer nada es lo que puede permitir que se comercialice en Estados Unidos, por ejemplo, como jerez un vino de California.
La política comercial de la UE no puede seguir impasible y quedarse fuera de los flujos internacionales
Claro que se puede vivir sin TTIP. Hasta ahora lo hemos hecho. La cuestión es si se pueden mejorar en el futuro las condiciones para que las empresas europeas, especialmente pequeñas y medianas, exporten a Estados Unidos con más facilidad y menos costes generando nuevas oportunidades y empleo. Conviene recordar que las grandes corporaciones ya están presentes a los dos lados del Atlántico a través de mecanismos que están fuera del alcance de las de menor tamaño.
Otra cuestión que ha quedado clara tiene que ver con la transparencia, que ya es norma también para las relaciones internacionales. La existencia de una mayor demanda de información y una innegable desconfianza hacia las instituciones hacen necesario un esfuerzo informativo y pedagógico acerca del objetivo y del contenido de todas las negociaciones internacionales. El secretismo induce a la sospecha y a una presunción de culpabilidad que puede dar al traste con proyectos por muy convenientes y bienintencionados que puedan ser.
El error político de la Comisión Barroso al despreciar las demandas de claridad sobre las conversaciones se ha transformado en una pesada losa. De poco ha servido la acertada decisión adoptada hace año y medio por el actual Parlamento Europeo y la Comisión Juncker de hacer pública toda la información relativa a las posiciones europeas en las negociaciones. El tardío ejercicio de transparencia no ha calado en una parte de la opinión pública que sigue denunciando interesadamente un secretismo que desde hace tiempo ya no es cierto. A nuestro juicio, la ciudadanía europea tiene motivos para sentirse orgullosa del trabajo realizado hasta ahora por el equipo negociador europeo.
En lo que se ha podido leer, la posición europea parece correcta tanto en las cuestiones formales como en lo relativo a las denominaciones de origen, cuestiones culturales o agricultura, y defienden claramente los intereses de la ciudadanía y de las empresas europeas.
En definitiva, aun cuando no se puede aventurar cómo van a acabar unas conversaciones en las que las diferencias aún son importantes, consideramos que sería un grave error colectivo subirse al carro de la negación preventiva, el prejuicio o si prefieren la mitomanía de cualquier acuerdo con un socio tan relevante como Estados Unidos.
Santiago Martínez e Iñaki Ortega son profesores de Economía de la Universidad de Oviedo y de la Universidad de Deusto, respectivamente.
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