Cambios para los microcréditos
Prestar a los pobres es como prestar a los ricos, pero con más garantías de devolución
Prestar a los pobres es como prestar a los ricos, pero con más garantías de devolución. La frase parece de Confucio o de algún monje shaolin, pero en realidad refleja una realidad: en muchos países la tasa de morosidad detectada en las rentas más bajas está por debajo de la media. Esta circunstancia quizá sugiera que los microcréditos son un buen negocio, una oportunidad que merece la pena explorar, sobre todo si el tipo de interés que se aplica es elevado. Pero, en realidad, el éxito es discutible.
En favor del mercado de microcréditos hay que decir que en Latinoamérica casi se ha sextuplicado el número de organizaciones dedicadas a conceder este tipo de préstamos y que la cartera de clientes crece sin cesar. Si se entiende el microcrédito como ayuda prestada a persona o personas en dificultades que devuelven el dinero cuando los problemas cesan, poco hay que decir, salvo que los tipos de interés suelen ser elevados, cuando no prohibitivos. Las entidades financieras ocupan un hueco del mercado, el que atañe a la financiación de las rentas bajas, y eso es casi todo.
Ahora bien, también puede enfocarse el microcrédito como un instrumento de promoción, prosperidad o mejora profesional de rentas bajas en zonas de economía deprimida. Desde este punto de vista, el éxito de los pequeños préstamos es más discutible. Hay quien asegura enfáticamente que los microcréditos cambian pobreza por deuda y ya está. La percepción es radical, pero no debe rechazarse de plano. En muy contadas ocasiones un microcrédito ha conseguido impulsar un proyecto finalizado después con éxito. El problema es que, por diversas razones, el microcrédito invita al escepticismo; en un examen convencional, tiene más sentido como salvavidas que como instrumento para mejorar la estructura económica de un área determinada. Será por su escasa proyección dentro del crédito total o por la escasa repercusión de sus logros —que existirán sin duda—, pero lo cierto es que, desde el panorama de la financiación global, el microcrédito aparece como una rueda menor en un engranaje parcial.
Para empezar, no existe una conciencia social del microcrédito como arma financiera. Para crear esa conciencia, es necesario que exista un seguimiento intenso de las actividades en las que se utiliza y su rentabilidad social y empresarial. La característica principal de los pequeños préstamos es que son desconocidos, salvo en círculos financieros y geográficos muy restringidos. No vale decir que la mayor parte de los créditos que se conceden en el ámbito de las economías desarrolladas son pequeños, porque el microcrédito responde a otras características (finalidad, aval estrictamente personal y otras). Ahí no se acaba la cuestión. El instrumento financiero microcrédito tiene que ser repensado y remodelado para hacerlo compatible con la utilización en decisiones empresariales más complejas. En términos estadísticos, se trata de aumentar el número de proyectos empresariales con éxito sobre el volumen total financiado con microcréditos. Serán necesarios años de mejora continuada para que se conviertan en un instrumento integrado en el mercado financiero general.
Hoy por hoy, el dictum “transformar la pobreza en deuda” es el que más se asemeja a una descripción del microcrédito y es la percepción que hay que romper. Las entidades financieras tienen que decidir si el modelo de microcrédito se mantiene en su formato actual o si, por el contrario, tiene oportunidades de jugar una papel más amplio en el mercado del crédito en el futuro. Porque su crecimiento continuo indica que está llegando a una fase de maduración tal que rendirá pocos servicios a la población por encima de los que ya ha prestado. Este es el momento de pensar en el cambio o aceptar este modelo para siempre.
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