El algodón ya fue global
Un recorrido siguiendo los pasos de este material muestra que el capitalismo fue un fenómeno mundial desde sus inicios
Durante los últimos años, pocos asuntos han animado tanto el debate público como el capitalismo. Tras la crisis económica de 2008, se empezó a cuestionar la naturaleza, el pasado y la viabilidad de este modelo económico. El capitalismo se ha convertido en el centro de atención, tanto a causa de la preocupación por la desigualdad y la degradación medioambiental como por culpa de las políticas de austeridad.
Los historiadores señalan, bastante acertadamente, que el mundo en el que vivimos no puede entenderse sin asumir los cinco siglos de historia del capitalismo. Estos estudiosos adoptan distintos puntos de vista: nos muestran, por ejemplo, que la globalización, considerada un fenómeno nuevo, tiene en realidad una larga historia. Demuestran que el capitalismo no puede entenderse solo desde la perspectiva de los comerciantes de Londres, los industriales de Barcelona o los ingeniosos artesanos franceses, e insisten en que los tejedores de Dacca, los esclavos africanos y los dueños de las plantaciones de América son igual de cruciales. Nos enseñan que los Estados tienen una importancia enorme en el desarrollo del capitalismo.
Hay muchas formas de entender esta historia, pero una especialmente interesante consiste en seguir los pasos de una materia prima por todo el mundo. El algodón es una de ellas, que ha tenido una importancia extraordinaria en la historia mundial durante los últimos siglos. De hecho, durante unos 900 años, el hilado y el tejido del algodón fue la actividad manufacturera más importante. Fue a la industria algodonera adonde antes llegó la revolución industrial, que transformaría el mundo, primero en Reino Unido y luego en otros lugares de Europa y Norteamérica. Y casi todos los países conocieron la llegada de la industria moderna —y, por tanto, de la propia modernidad— gracias a la producción de algodón. La industrialización española es un ejemplo perfecto, ya que la industria algodonera catalana del siglo XIX llevó a España a la era industrial moderna y convirtió Cataluña en “una pequeña Inglaterra en el corazón de España”.
El actual modelo industrial surgió del caldero de la esclavitud, el colonialismo y la expropiación
Gracias a esa planta cultivada por los esclavos, EE UU empezó a influir en la economía mundial. Debido al cambio de papel del algodón procedente del sureste de Asia en la economía mundial, la economía de India se reestructuró por completo. Gracias a su producción, se crearon algunos de los vínculos mundiales más importantes del capitalismo en ciernes, y cuando analizamos la economía mundial del siglo XIX, vemos que el algodón, entonces en su apogeo, tenía una importancia enorme para el comercio, el empleo y la inversión.
Siguiendo sus pasos desde los campesinos, los aparceros y los esclavos que lo cultivaban hasta los mercaderes que comerciaban con él para que llegase a los hilanderos y tejedores que lo manufacturaban y luego a los consumidores que compraban artículos de algodón, se puede ver que el capitalismo fue un fenómeno mundial desde el principio. Este recorrido también nos permite ver que acontecimientos muy diversos y aparentemente contradictorios de distintas partes del mundo guardaban relación entre sí, como, por ejemplo, el aumento del trabajo asalariado en Europa y el crecimiento de la esclavitud en el continente americano, el establecimiento de relaciones comerciales y la propagación del colonialismo, la desindustrialización y la industrialización. Al relacionar estos sucesos tan dispares en una misma historia, se unen las historias de lugares muy distintos, desde Inglaterra y España hasta Brasil y México, desde India y Asia Central hasta EE UU y África Occidental.
El rastro del sufrimiento de los africanos esclavizados conduce tanto a Europa como al resto del mundo
Hasta el día de hoy, el algodón es tan ubicuo que resulta casi invisible, pero conocer su historia es fundamental para entender los orígenes del capitalismo moderno. En un periodo de tiempo extraordinariamente breve, los poderosos emprendedores y estadistas europeos reestructuraron la industria manufacturera más importante del mundo. Mucho antes de la llegada de la producción mecánica en la década de 1780, estos hombres tomaron las antiguas aptitudes comerciales y artesanales de Asia y las combinaron con la expropiación de tierras en América y la esclavización de los trabajadores africanos, para transformar de un modo trascendental formas de producción de algodón que existían desde hacía milenios. Al tiempo que iniciaban una revolución industrial, facilitaron un crecimiento de la productividad humana, crearon la industria moderna, con sus enormes fábricas y sus millones de asalariados, y sentaron las bases del mundo en el que ahora vivimos.
La historia del algodón demuestra que la capacidad de Europa para la industrialización tuvo inicialmente su base en el control de las tierras expropiadas y en el trabajo de los esclavos en el continente americano. Europa escapó a su propia escasez de recursos —en Europa, al fin y al cabo, se cultivaba poco algodón— mediante el control de enormes territorios y su dominio, cada vez mayor y a menudo violento, de las redes comerciales mundiales. Durante los 80 primeros años de la industria moderna, entre 1780 y 1860, el único algodón natural que llegaba al mercado europeo en cantidades importantes era el cultivado por los esclavos. La industria algodonera de España, al igual que la de Reino Unido y la de Francia, se desarrolló gracias a una relación casi simbiótica con las colonias americanas: traían materia prima del continente americano y enviaban los artículos acabados a los dinámicos mercados coloniales. Cuando España perdió la mayoría de estas colonias, su industria algodonera se resintió.
No podemos saber si la industria algodonera era la única vía posible hacia el mundo industrial moderno, pero sí sabemos que fue el camino hacia el capitalismo mundial. No sabemos si Europa y Norteamérica podrían haberse enriquecido sin la esclavitud, y nunca lo sabremos, pero sí sabemos que el capitalismo industrial surgió del violento caldero de la esclavitud, el colonialismo y la expropiación de los bienes de los pueblos nativos. Aún hoy, una ciudad como Barcelona alberga rastros ocultos de la importancia de la esclavitud para el desarrollo económico catalán; su exuberante arquitectura y su gran riqueza pública y privada se alimentaron, en parte, del trabajo de millones de africanos esclavizados. La locomotora económica de la ciudad, la manufactura de algodón, estaba impulsada por el algodón cultivado por los esclavos, y las fortunas de algunos ciudadanos, como el empresario Antonio López, crecieron gracias al comercio de esclavos.
A menudo se cree que Europa estuvo alejada de la esclavitud, que suele enmarcarse como un problema del nuevo mundo, pero la visión general de la historia del capitalismo pone de manifiesto que el rastro del sufrimiento de los africanos esclavizados conduce tanto a Europa como al resto del mundo (para recorrer a pie los rastros de la esclavitud en Barcelona, vean http://memoriabcn.cat/rutes-guiades.php).
También tenemos que recordar que el mundo que forjaron los occidentales se caracterizaba por grandes expropiaciones de tierras y mano de obra y una intervención estatal de gran envergadura en forma de colonialismo, esclavización y dominio mediante la violencia y la coacción. Al hacer que desaparezcan estos elementos, limitamos nuestra capacidad para entender cómo surgió el mundo moderno, y hacemos que sea casi imposible hacer frente a las grandes desigualdades que siguen caracterizándolo.
Sven Beckert, profesor de Historia de la Universidad de Harvard, acaba de publicar en español El imperio del algodón. Una historia global (Crítica).
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