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Una región que intenta huir de sus fantasmas

La vulnerabilidad y dependencia del exterior son el talón de la Aquiles de la transformación económica y social latinoamericana

Alejandro Bolaños
Protestas en Buenos Aires por el corralito financiero en diciembre de 2001
Protestas en Buenos Aires por el corralito financiero en diciembre de 2001WALTER ASTRADA (AP)

No sería extraño que alguien de mediana edad, que ahora vota para elegir al presidente de su Gobierno en algún país de América Latina, pasara su infancia bajo una dictadura militar, o en una zona dominada por la guerrilla. Ha sido también una época intensa para la economía latinoamericana, lo suficiente para dar cabida a una década perdida (o dos), a una década ganada (o dorada, según el nivel de entusiasmo) y a un interrogante mayúsculo. El reciente y prolongado auge alimentado por la exportación de materias primas a precios récord, por la entrada de capitales foráneos, por la irrupción de China, se agota. ¿Qué viene ahora? ¿Logrará América Latina interrumpir la sucesión de bonanzas y colapsos financieros que zarandea su economía y su sociedad desde hace medio siglo?

“Tradicionalmente, la economía latinoamericana ha estado muy influida por factores externos. Y sigue siendo así”, explicó Carmen Reinhart, de la Universidad de Harvard, al cierre de la asamblea anual del Fondo Monetario Internacional (FMI) en Lima, la capital peruana. La cita realzó el peso que a lo largo de los últimos años ha ganado la región en la economía muncial, ya que el Fondo no celebraba una asamblea allí desde 1967. Reinhart es autora, junto a Kenneth Roggoff, execonomista jefe del FMI, de Esta vez es distinto, ocho siglos de necedad financiera. Una obra que detalla cuántas veces el aumento del crédito se descontroló en los buenos tiempos, cuántas veces las deudas incobrables desataron estallidos financieros que asolan economías. Una investigación que revela que nueve de los diez países que más veces dejaron de pagar a acreedores extranjeros en los dos últimos siglos son latinoamericanos.

La década perdida

La última sucesión de colapsos financieros se produjo en los años ochenta del siglo pasado, la década perdida, aunque aún hubo réplicas tremendas después. “En la mayoría de los países fueron casi dos décadas perdidas, con la excepción de Chile y Colombia. En Brasil hubo una crisis importante en 1998, en Argentina en 1995 y 2001, en México en 1994”, matiza Roberto Frenkel, del Centro de Estudios de Estado y Sociedad de Buenos Aires, la capital de Argentina.

Pero la década perdida ganó su título a pulso. En los años setenta, el reciclaje de los petrodólares impulsó la entrada de capital foráneo a la región. La deuda externa se multiplico por 15 y el empeño por defender tipos de cambio apreciados tras la crisis del petróleo de1979 agotó las reservas. El impago de la deuda interrumpió definitivamente el crédito exterior, las devaluaciones encarecieron las importaciones y alimentaron increíbles episodios de hiperinflación: los precios llegaron a multiplicarse en un solo año por 15 en Nicaragua, por 30 en Brasil, por 70 en Perú.

Políticas sociales y materias primas

El presidente del Banco Mundial, Jim Yong Kim, resumía a principios de este mes de octubre de 2015 los avances sociales de América Latina en el último medio siglo: “La esperanza de vida aumentó de 59 años a 75 años, la mortalidad infantil se redujo de 96 por 1.000 a 16 por 1.000, la pobreza extrema bajó a la mitad y por primera vez en la historia, hay más latinoamericanos en la clase media que en la pobreza”.

La síntesis de Kim no detallaba que esos avances se interrumpieron casi por completo en la década perdida de los ochenta. Y que deben mucho a lo que Eduardo Gudynas, del Centro Latinoamericano de Ecología Social, tilda de la “conjugación inesperada” en la década ganada (2004-2013): “Los altos precios de materias primas generaron mayores excedente y se reforzó el papel del Estado en el ataque a la pobreza”.

Gudynas subraya que “se privilegiaron las compensaciones en dinero”. Y que eso llevó a un resultado paradójico: “Frente a la promesa inicial de la izquierda, se reforzó la mercantilización de la vida social con gran impacto en sectores populares, en comunidades campesinas y en pueblos indígenas”.

Hubo también avances en la redistribución de los ingresos, aunque América Latina sigue siendo, de largo, el área más desigual del mundo. Y Guillermo Calvo, de la Universidad de Columbia, teme que los logros sociales no logren mantenerse: “El déficit fiscal lleva a un ajuste. Puede que las transferencias a los pobres se mantengan, pero se quitará de la inversión, se crecerá menos y se creará menos empleo”, pronostica, “muchos de los que han ingresado en las clases medias se van a caer de nariz”.

La región, que venía de crecer al 6% anual, empezó los ochenta con tres años en recesión, con más paro y más pobreza. Los noventa fueron años de ajustes draconianos, de polémicas privatizaciones y de reformas liberalizadoras que marginaron la redistribución de las rentas. Menos desequilibrios, pero a costa de más desigualdad, de más descontento social. Y la crisis económica global con la que comenzó el siglo XXI, originada en Estados Unidos, volvió a amplificarse en América Latina, con el corralito financiero de Argentina, a finales de 2001, como máximo exponente.

“Luego, la región encontró un rumbo común en el que la adopción de regímenes cambiarios más flexibles jugó un papel determinante, para bien”, apunta Frenkel. Además, a la cautela en la política macroeconómica se sumó una nueva agenda política en la que la intervención del Estado (escolarización, lucha contra la pobreza, atención sanitaria) ganó peso. Brasil, que combinó el legado económico ortodoxo de Fernando Henrique Cardoso con la política social de Lula da Silva (elegido presidente en 2003) fue la mejor enseña de la nueva etapa, con acentos nacionales muy diversos. Además, el viento del exterior soplaba otra vez a favor.

Para José Antonio Ocampo, de la Universidad de Columbia (EE UU), “el quinquenio de crecimiento excepcional, el que va de 2004 a 2008”, debe mucho “a una especie de alineación de los astros”. “La región aprovechó un crecimiento rápido del comercio internacional, buenos precios de las materias primas, oportunidades de emigración y grandes flujos de financiación”, recita el profesor colombiano, antes de concluir: “Nada de eso existe ya”. El frenazo de China, la débil recuperación de los países avanzados de la crisis de 2009 y el desplome del precio de las materias primas acaparan ahora el escenario mundial.

La facilidad aparente con la que América Latina sorteó la crisis financiera global de 2009 se tomó como una señal de fortaleza. “Cuando hubo ese primer aviso, se consideró un ajuste transitorio y pesó el consejo del FMI de hacer políticas fiscales y monetarias expansivas. Pero desde 2011 quedó claro que no era transitorio. Y ahora los capitales salen, se agrava el déficit exterior y las monedas se deprecian”, señala Frenkel.

Malos consejos

Al aviso de 2009, insiste Ricardo Caballero, profesor de Economía en el Massachusetts Institute of Technology (MIT), “se respondió con gran soberbia”. “Recuerdo una conferencia en el FMI tres o cuatro años atrás, donde varios gestores políticos de la región declararon el fin de los sudden stops [un frenazo repentino de la financiación privada internacional], como resultado de la adopción de tipo de cambio flotante y la emisión de deuda en moneda local. Hice allí la observación de que no habíamos visto los sudden stops tradicionales debido a la política monetaria extraordinariamente acomodaticia de los países desarrollados, y al sostenido crecimiento de la demanda de China por nuestros productos”, puntualiza el profesor chileno. Con la inminente subida de los tipos de interés en Estados Unidos en el horizonte más próximo, a la región se le acumulan los problemas.

Las condiciones exteriores empeoran, y las perspectivas de América Latina —el FMI vaticina una leve recesión este año—, se llevan el peor golpe. Una relación causa-efecto familiar, que obliga a mirar lo que se hizo en el último boom, un balance de luces y sombras. “La etapa de bonanza provocada por un aumento del precio de las materias primas y de la entrada de capitales suele ser una invitación al desastre en la región. Esta vez la gestión fue algo más prudente, con mejores políticas económicas”, sostuvo Reinhart.

“Hubo alguna medida positiva al principio, algunos ahorros de los ingresos extraordinarios, pero inmediatamente se consideró que los altos precios de las materias primas respondían a una situación permanente”, opina Guillermo Calvo, también profesor de Economía en la Universidad de Columbia. “Ahora el déficit público y el déficit exterior no dejan de crecer. La región hizo la fiesta, pero se acabó, hay que ajustar otra vez”, concluye.

“Tuvimos un episodio de lo que se conoce como enfermedad holandesa. Cuando el precio y la producción de un bien de exportación sube mucho, las materias primas en nuestro caso, generalmente arruinan al resto del sector exportador, a través de una apreciación sostenida del tipo de cambio”, añade Ricardo Caballero. “La apreciación cambiaria llevó a una desindustrialización en todos lados”, corea Frenkel. “En algunos casos, los ingresos del auge de las materias primas sirvieron para financiar la construcción de infraestructura, la reducción de indigencia, o algunos ensayos productivos. Pero no se revirtieron algunos problemas históricos, como la educación o la seguridad ciudadana”, media Eduardo Gudynas, del Centro Latinoamericano de Ecología Social (CLAES), con sede en Montevideo, la capital uruguaya.

El corralito de Argentina fue la onda más expansiva de una crisis en la zona

Lo que queda por ver es si la región es capaz de salir del camino trillado en el último medio siglo. “Las depreciaciones no han alentado la inflación, eso no lo habíamos visto antes, es una esperanza de que se gestione bien el ajuste. Pero cantar victoria es muy prematuro”, dice el argentino Guillermo Calvo.

Con un retroceso que el FMI estima en el 10% del PIB este año y una inflación que casi se triplica ya, Venezuela ha demostrado ser la más vulnerable al choque externo. “Ha vuelto a lo peor de las últimas décadas, pero no tiene el impacto en la región que podría tener una economía como la brasileña”, opuso Reinhart. “Estoy muy preocupada por la situación de Brasil. A la vulnerabilidad después de una larga etapa de bonanza, se suman cuestiones internas, un bloqueo político, casos de corrupción, que interaccionan con los factores externos”, añadió

Motivos coyunturales

Ocampo ve, sin embargo, en la recesión brasileña “más razones coyunturales que estructurales”. Y, también, razones para el optimismo: “La deuda externa es más baja, la situación fiscal de partida es mejor, no hay procesos de hiperinflación, y yo creo que América Latina, tras un periodo de duda, va a mantener el acceso a la financiación exterior, aunque más cara”.

La región de América Latina vuelve al punto de partida. “Sólo con que esta vez la región evite las crisis financieras, sería un gran paso”, expuso Reinhart. El primero de muchos hacia un crecimiento más equilibrado: “la desindustrialización ha sido excesiva, la inversión en tecnología muy baja, y queda mucho por hacer para lograr una educación de calidad, un sector público eficaz, y una mejora en las infraestructuras que potencie el crecimiento”, sintetiza Ocampo.

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