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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Ataraxia o suicidio

Algunos prefieren ya calibrar el impacto que supondría la salida de Grecia del euro

Santiago Carbó Valverde

Desde Hipócrates hasta Epicuro, el término ataraxia fue utilizado en la Grecia clásica para definir un estado de ausencia de preocupaciones, de paz espiritual. Hoy en día, este concepto se asocia fundamentalmente a ausencia de temor, a la imperturbabilidad. Parece que la terrible crisis griega de estos días está afectada por la ataraxia porque ninguna de las dos partes en la mesa de negociación parece ser consciente de su verdadera gravedad. En este contexto, el FMI termina de publicar un estudio sobre desigualdad que sugiere que la inversión en políticas sociales (particularmente en sanidad o educación) y un mercado de trabajo que no penalice a los más desfavorecidos, son ingredientes esenciales para mejorar la equidad en cualquier país. No creo que esos argumentos, a pesar de su importancia, estén precisamente formando parte de la discusión sobre Grecia.

Hay que frotarse los ojos para llegar a comprender que no se alcance un acuerdo. Los acreedores han rebajado sus pretensiones de forma notable y los griegos llevan realizando un esfuerzo digno de consideración algunos años, demasiado duro en aspectos como la reducción de salarios o el ritmo de contención de deuda y déficit.

Hoy por hoy, algunos prefieren ya calibrar la magnitud del suicidio político y económico, que va desde un impago total o parcial a una salida de Grecia del euro. Si cualquiera de esas situaciones se produce, por el camino habrá un reguero de más dolor y desesperación, con controles de capital, corralitos, salida total de Grecia de los mercados y desconfianza generalizada sobre la capacidad de la Eurozona para poner en orden su estructura. Fuera de Europa (en Estados Unidos sobre todo), la posición dominante es que un Grexit en cualquier grado sería un nuevo Lehman Brothers, pero el epicentro ya no estaría en Manhattan, sino en Bruselas y Fráncfort. Sinceramente, no parece que el Gobierno griego tenga voluntad para aceptar un acuerdo que implique cambios estructurales. Se le pide ahora que acepte una más que necesaria reforma de las pensiones y que se eleven los impuestos a la energía. La respuesta sigue siendo negativa. Tampoco parece tener sentido pedir a Grecia un superávit en las cuentas públicas del 3,5% para 2018. Es como pedir a un futbolista con una pierna rota que sea pichichi antes de salir del hospital.

En el lado griego, resulta desesperante su falta de propuesta de reformas suficientes y la ausencia de autocrítica. En el lado de las instituciones europeas y los acreedores es incomprensible la obsesión por revertir el desequilibrio de las finanzas públicas griegas a velocidad récord. En los últimos días, en todo caso, la cabezonería del Ejecutivo heleno es especialmente difícil de comprender. Hicieron falta 300 espartanos para crear un icono sobre la capacidad de lograr lo imposible. Hoy, desgraciadamente, millones de griegos están sufriendo —en muchos casos en situación trágica— las crueles consecuencias de la crisis y la sociedad helena vive hoy presa de la desigualdad, atrapada entre el populismo y la dureza de las imposiciones por su deuda.

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