Confesiones de una ‘zaradicta’
Hola, me llamo Luz María del Mar, tengo cuarenta y equis años —tampoco es cosa de entrar en detalles accesorios—, y soy adicta a Zara. El caso es que, después de la última sobredosis navideña, que me dejó el armario como un agujero negro y la tarjeta en números rojos, dije hasta aquí hemos llegado. Me estaba quitando yo sola, sin ayuda profesional ni nada. Llevaba casi un mes sin consumir, desde que desapareció de las tiendas el último pingo pisoteado de las rebajas de invierno, exactamente, y me las prometía muy felices.
Creía que tenía el mono controlado, hastiada de tanto paño oscuro, tanta parca con capucha de peluche, y tanto jersey de punto gordo. Ilusa. Fue irse la penúltima ola de frío, salir el sol por Antequera, ponerse el mercurio a 25 grados, y recaer en el vicio hasta las cejas. Porque, a ver, una puede ser fuerte y poner todo de su parte. Pero si te tientan con las nuevas rayas marineras, el nuevo rollo africano y los nuevos vestidos blancos o sea, lo de siempre pero versión 2015, a ver quién es la heroína que no reincide. Ese, y no otro, es el secreto del éxito del imperio Inditex, Zara y sus Hermanas para las iniciadas. Saben lo que quieres, o lo que deseas fervientemente aun sin saberlo. Lo producen antes que nadie. Te lo meten por los ojos expuesto como alhajas en sus salones dos veces por semana. Y pasas por caja quieras o no quieras.
Dicen que Amancio Ortega ingresará este año su mayor dividendo histórico con cargo a los beneficios del grupo: 961 millones de euros, concretamente. No me extraña nada. Solo con lo que me he dejado yo en esa cadena desde que, siendo adolescente, abrió el primer Zara de la calle Carretas de Madrid, y todo cambió para todas, podría haber liquidado mi hipoteca hace ya unos lustros.
Lo de Zara con sus esclavas fue amor a primera vista. Ofrecían lo nunca visto anteriormente en un país dividido entre las boutiques pretenciosas, los locales de firma prohibitivos y las tiendas de barrio llamadas Modas Mari Puri. Ropa bonita, buena y barata. Bueno, seamos realistas. La segunda y la tercera be fluctúan bastante, dependiendo de la oferta y la demanda, supongo, como fluctúa la belleza de las prendas según lo que hayan decidido que tenemos que ponernos los gurús de la moda cada temporada.
Lo que permanece indeleble es la discutible amabilidad y eficiencia de las dependientas, que dependen, como su propio nombre indica, de múltiples variables. De la cantidad de adeptas que abarroten ese templo del consumo. Del volumen de la montaña de trapos que tengan que doblar a destajo en ese preciso momento. Y, sobre todo, de si, en el instante crítico en que las abordas tan impertinentemente, están comentando con una compañera alguna incidencia del cuadrante de turnos de la semana. Entonces, date por contenta si te dignan a contestarte con un definitivo: “solo queda lo que hay colgado” a cualquiera de tus preguntas.
El caso es que nos da lo mismo. Un mal día lo tiene cualquiera. Por eso mismo, para consolarse de los malos días, semanas o décadas, caemos muchas en la Zaradependencia. Tú te levantas con mal pie, te dejas caer por el imperio, te pruebas media tienda, te compras un top de 9,95 ideal aunque sea para devolverlo mañana, y sales de allí tan ancha. Lo malo es cuando te llega el saldo de la tarjeta Affinity, de afinidad con la marca, obviamente, hay nombres bien puestos. Entonces vienen los madres mía. Y eso que Internet ni me lo trabajo, porque me tengo bloqueada a mí misma.
Para mí Zara.es es como la metadona virtual para una yonqui analógica. Te consuela de momento, pero luego te dan unas ganas locas de consumir el producto original ya mismo, en vivo y en directo. Así llevo el maletero del coche: lleno de bolsas con fulares que alguna vez creí que no podía vivir sin ellos y que ahora tengo pendientes de cambio. Otra cosa igual: son tan ladinos, que te obligan a ir al lugar del crimen a que te devuelvan el dinero, y así no hay quien pueda desengancharse.
Una cosa te digo, Amancio, cuidado conmigo que con mi fondo de armario zarista podría vestirme hasta el último día de mi existencia, calculando mi esperanza media de vida en los 90 años según las últimas proyecciones del INE. Además, pasada la novedad de la primavera-verano, me quito de tu droga cuando quiera. Yo controlo.
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