Berlín desoye a todos los organismos internacionales
El Gobierno alemán ignora las recomendaciones de Bruselas, FMI, OCDE, G-20 y BCE
La economía va más allá de la doctrina científica; es una filosofía política, casi una fe laica. En Alemania esa fe está basada en dos dogmas, austeridad y competitividad, grabados en cobre en su constitución o en el quehacer de sus cuerpos de élite: desde los académicos hasta los capitanes de industria pasando por los altos funcionarios. No hay muchos keynesianos (partidarios de los estímulos cuando la economía desfallece) en las instituciones internacionales, pero hace meses que todas ellas —todas— coinciden en su diagnóstico respecto a Alemania: su escasa inversión pública y privada (reflejada en un superávit comercial excesivo) es alarmante; debe invertir más, por su propio interés y por el bien de una recuperación europea que empieza a crujir. Pero Berlín desoye olímpicamente los continuos llamamientos a acometer planes de inversión que llegan desde la Comisión, el FMI, la OCDE, el G-20 e incluso el BCE.
Bruselas lleva varios tirones de orejas consecutivos, sin resultado: “Son necesarios esfuerzos adicionales en el capítulo de inversión en infraestructuras, educación e I+D” (Recomendaciones Específicas de junio de la Comisión). Y otros avisos son similares, procedan de donde procedan. “Reducir el actual superávit corriente sería beneficioso para Alemania y para la UE; hay que impulsar la inversión pública” (FMI, julio); “los países con más espacio fiscal deben invertir más” (Mario Draghi, jefe del BCE, esta semana tras una pregunta sobre Alemania); “la inversión es muy baja; debería aumentar” (OCDE, junio). La inversión pública neta es negativa desde 2003, según datos de Bruselas; en inversión pública y privada, Alemania está a la cola de la UE, junto a los países más castigados, como España.
La presión empieza a llegar incluso desde dentro. Sus principales economistas —el conservador Hans-Werner Sinn y el liberal Marcel Fratszcher— piden lo mismo: más inversión en casa. El analista Martin Wolf explica por qué a este diario: “La eurozona sufre una deficiencia crónica de demanda agregada; enormes diferencias internas de competitividad. Las políticas, actitudes y prácticas económicas de Alemania están en el corazón de esos problemas. Berlín no puede seguir así. La inflación debe subir en Alemania y su política fiscal debe ser más expansiva”. Nada de eso va a suceder, “al menos no hasta que la recesión sea mucho más evidente en Berlín”, añade Paul de Grauwe, de la London School. “Políticamente, Merkel no quiere arriesgar: sus propias reglas le impiden hacer una expansión fiscal. Con la ultraderecha subiendo, la canciller no va a hacer nada que pueda parecer irresponsable para el ahorrador medio. Pero lo irresponsable es seguir así, pensando que todo irá bien si Alemania sigue haciendo lo mismo, si toda Europa lo hace. La política económica alemana, la europea en general, puede calificarse con una sola palabra a la luz de dónde estamos en el séptimo año de la crisis: es desastrosa”.
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