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Punto de inflexión en la cooperativa vasca

La empresa que ha comprado Fagor pide primar los beneficios sobre el empleo El modelo solidario de la Corporación Mondragón ha quedado en entredicho

Empleados de Fagor electrodomésticos protestan en noviembre de 2013 fuera de la fábrica de Basauri para defender sus puestos de trabajo.
Empleados de Fagor electrodomésticos protestan en noviembre de 2013 fuera de la fábrica de Basauri para defender sus puestos de trabajo. Álvaro Barrientos (AP)

Aunque la venta de Fagor Electrodomésticos al mejor postor —la compañía catalana Cata—, ha aliviado la inquietud general, los socios de la Corporación Mondragón (MCC) se tientan la ropa a la vista del cráter abierto con el desplome de la mayor cooperativa industrial del mundo. Desde los hogares de los miles de afectados y desde los despachos de los poderes financieros, políticos, empresariales, todas las miradas convergen sobre ese agujero negro tratando de evaluar su magnitud y profundidad. ¿Desencadenará una crisis sistémica en MCC? ¿Arruinará ese gran capital de intangibles acumulado a lo largo de cinco décadas sobre la base de la pretendida superioridad moral cooperativa, al ejercicio sistemático de la solidaridad interna y a la proclamada excelencia de la gestión?

Como las nieblas matutinas que estos días se adhieren a las laderas en el Alto Deba y se acomodan en los pliegues del terreno, la perplejidad permanece en el epicentro del terremoto, en esta comarca guipuzcoana que ostenta la menor tasa de desempleo de España. Nadie se explica lo que ha pasado con la pieza maestra del conglomerado cooperativo, la matriz de la que surgió el emporio de los 80.000 empleos, —33.000 de ellos socios—, y las 289 empresas —110 de ellas cooperativas—, repartidas por todo el mundo. Un aire de irrealidad envuelve a las fábricas, cerradas, calladas, expectantes ante los designios de los nuevos dueños, ganadores del concurso de acreedores, que hace solo un año pesaban empresarialmente la décima parte de Fagor y hoy se quedan con ella por 42,5 millones de euros dispuestos a aprovechar lo aprovechable y a reactivar la producción en lo que se pueda.

Nadie se explica por qué se dejó que Fagor acumulara pérdidas de 1.000 millones de euros

“El reto es que la gente cambie de mentalidad y priorice el beneficio en lugar del empleo”, ha proclamado sin contemplaciones ideológicas el presidente de Cata, Jorge Parladé, en su primera intervención pública. Es una declaración chocante, algo brutal, incluso, en un medio en el que, pese a la decoloración de los principios, continúa reivindicándose la creación de empleo como seña de identidad propia y la máxima primitiva de “primero, las personas, luego todo lo demás” convive con el lema oficial “humanity at work” (humanidad en el trabajo). La angustia ante el futuro económico aprieta tanto que autoridades y sindicatos locales han saludado con respeto y sin objeciones la irrupción de Cata y su promesa de mantener 700 de los 5.600 puestos de trabajo, 2.000 de ellos socios cooperativistas. Un suspiro de alivio, de alivio luto, ha recorrido el Alto.

“Si el cura nos viera ahora, en vísperas de su centenario, nos tiraría de las orejas por haber descuidado el espíritu cooperativo. No debemos actuar como una empresa capitalista más, ni actuar en el exterior como colonialistas”, sostiene Javier Retegi, exdirector de la División Empresarial de Caja Laboral (hoy, Laboral Kutxa) y exconsejero de Industria del Gobierno Vasco. El cura es José María de Arizmendiarrieta, el hombre pragmático y visionario a partes iguales que en 1943 creó la Escuela Politécnica de Mondragón y con ella el embrión del moderno cooperativismo vasco. “La gente cree que Arizmendiarrieta era nuestro padre espiritual pero no, fue el gran estratega que diseñó las grandes piezas de la formación, la industria, la herramienta financiera (Caja Laboral), la entidad de previsión social (Lagunaro). ¡Cómo nos falta su capacidad de prever el futuro y adaptarse a los cambios!”, exclama Antxon Pérez Calleja, antiguo director de Caja Laboral. Alarmada por la situación, la vieja guardia cooperativista reclama un doble liderazgo empresarial y moral.

La comarca donde se sitúa el grupo industrial tiene la menor tasa de paro de España

Las razones del deterioro de Fagor están a la vista: hundimiento de los mercados español y francés e imposibilidad de competir en costes con los rivales asiáticos —la hora de producción de un obrero chino o indio cuesta menos de un euro, frente a los 23-25 euros del Alto Deba. Nadie se explica por qué se consintió que se llegara a acumular 1.000 millones de pérdidas y por qué, por primera vez en su historia, presa del pánico, el grupo ha dejado caer una de sus grandes piezas.

Los interrogantes se amontonan sin que la gestora de circunstancias —formada por Agustín Markaide (Eroski), Xabier Mutuberria (Orona), Txomin García (Laboral Kutxa) y Javier Sotil (LKS), que dirige la corporación desde hace 7 meses—, haya aclarado algo. Todo se fía al congreso, aplazado a finales de septiembre, principios de octubre, en el que debe decidirse el futuro del cooperativismo vasco. “Las cooperativas están obligadas a rendir cuentas y a no practicar este oscurantismo que roza lo pecaminoso”, subraya Antonio Cancelo, expresidente de MCC. “Se nos ha ido a pique el gran tótem del cooperativismo vasco y el equipo gestor sigue sin dar la cara. Un país que se esconde, evita la transparencia y no cambia, que practica la endogamia, el mondragonismo de familias enteras metidas en el mismo negocio y que no permite la entrada de talentos de fuera…. ese país tiene los pies de barro, no puede ir muy lejos”, apunta un antiguo líder cooperativista.

¿Más Mondragón o menos Mondragón, más cooperativismo o menos cooperativismo? Este es el dilema que recorre el universo MCC y sus grandes aledaños, la incógnita que el mundo económico y el conjunto de la sociedad vasca necesitaría despejar. No en vano, Mondragón es el primer grupo industrial vasco y la décima compañía española. Ella sola aporta el 3,2% del PIB de Euskadi, el 7,4% de su empleo industrial y el 12,2% de sus exportaciones. “Menos Mondragón será el sálvese quien pueda”, augura Javier Retegi. “Me temo que van a ir diluyéndose los lazos y que cada uno va a ir por su cuenta. Las cooperativas que van bien y han alcanzado un gran tamaño no quieren que la Corporación les diga lo que tienen que hacer, quieren tener las manos libres”, afirma Antonio Cancelo. Lo que sí habrá es un antes y un después de la quiebra de Fagor del que surgirá un proyecto nuevo que deberá redefinir el papel de la dirección del grupo y la función de Laboral Kutxa. La histórica herramienta financiera parece forzada a convertirse en una entidad bancaria convencional. ¿No acabaría así de deshacerse la estructura ideada por Arizmendiarrieta?

Una larga caída

- En 1956 cinco amigos crearon la fábrica de electrodomésticos Fagor, germen de la Corporación Mondragón que se desarrolló en cientos de cooperativas vinculadas entre sí.

-La crisis y los competidores de bajo coste provocaron una caída del 37% en las ventas en 2007.

-A pesar de las ayudas del resto de cooperativas, la empresa entró en concurso de acreedores en 2013. La empresa catalana Cata se hizo con ella en julio pasado por 42,5 millones de euros.

-De los 1850 socios, 1.050 están en otras cooperativas del grupo; 450 han sido indemnizados, prejubilados o jubilados. No hay solución para los restantes 400.

Antes de ser abandonado a su suerte, Fagor Electrodomésticos devoró más de 300 millones del grupo. El entonces presidente de MCC, luego dimitido, Txema Guisasola, propuso transformar la participación de las cooperativas en Laboral Kutxa en un fondo de inversiones para salvar a Fagor y dar músculo financiero al grupo. La idea de salir a Bolsa barajada con anterioridad fue desechada por considerarla un sacrilegio, la puntilla final del cooperativismo. Muchos lazos, muchos esquemas se han roto, pero la quiebra mayor es la pérdida de la confianza, la de los socios en su propia corporación y la de la sociedad vasca y sus instituciones en el grupo que pareció encarnar un bien común blindado por la solidaridad interna y la excelencia de la gestión. El velo de la pureza cooperativa se ha roto y sus vergüenzas han quedado a la vista.

La consigna “Fagor Electrodomésticos no se vende ni se diluye” es recitada con sarcasmo en un momento en el que las contradicciones internas afloran en sus expresiones más lacerantes. “Nos ponen en la calle para reubicar a socios de Fagor, a los trabajadores VIP propietarios que siempre tienen preferencia. Antes se aprovecharon de la reforma laboral para echarnos y volver a contratarnos, más baratos, a través de la ETT”, denuncia un trabajador eventual, de una de las empresas de MC que ha cargado con su cuota del personal excedentario de Fagor. La quiebra se ha llevado por delante la convicción de que el puesto de trabajo cooperativo estaba asegurado de por vida y las contradicciones están pasando una dolorosa factura.

No ha fracasado el modelo sino una organización concreta”, dice un exdirectivo

La solidaridad entre grupos y personas del cooperativismo vasco ha muerto y ya no hay vuelta atrás”, sentencia Naiara Herrero, 37 años, cooperativista e hija de cooperativista. Naiara promueve la asociación Ordaindu (Pagar) que, junto a la vizcaína Eskuratu (Obtener) creada en la filial Edesa de Basauri, reúne a más de 1.000 socios jubilados que reclaman la recuperación de los créditos, un total de 40 millones de euros aportados a sus empresas a lo largo de su vida laboral. Además de la inversión inicial de 15.000 euros, que otorga la consideración de socio, lo habitual ha sido que los cooperativistas reinvirtieran sus dividendos (“retornos” en el lenguaje MCC) y ahorros en sus propias empresas en forma de préstamos mercantiles satisfechos por lo general con un interés superior en dos puntos a los depósitos bancarios. “En septiembre, haremos una gran acampada ante la sede de la corporación en Mondragón”, anuncia Naiara Herrero. También quienes se reclaman damnificados por las Aportaciones Financieras Subordinadas emitidas a favor de Fagor y Eroski preparan movilizaciones a la vuelta del verano. “Hemos sido víctimas de la publicidad engañosa. Nos sentimos robados”, señala Rikardo González de Durana, de la asociación Apor-Eroski .

Puede que, como comenta Antonio Cancelo, no todos los que, como él mismo, suscribieron este producto a un interés del 3% más el Euribor puedan llamarse a engaño, pero esas prácticas tampoco parecen muy presentables en un movimiento mimado y primado institucionalmente que se reclama diferente y alternativo al capitalismo. El cooperativismo del que surgió MC hunde sus raíces en la doctrina social cristiana y la ideología nacionalista vasca. Se fundamentaba en los postulados del propietarismo e igualitarismo y constituía una tercera vía frente al capitalismo individualista y al colectivismo socialista. Para sus promotores, la cooperativa venía a ser la piedra angular y el cimiento de la futura nación vasca, además de un instrumento de paz social y de antídoto contra la lucha de clases. ¿Perdura algo de esa concepción en el cooperativismo vasco actual? ¿Hasta qué punto el éxito de las cooperativas ha cementado la idea del “nosotros solos podemos”? ¿Contribuye a explicar el abrumador dominio electoral nacionalista en la comarca del Alto Deba? “Cuando fundamos Eroski de lo que se trataba era de ser eroskiniano. A nadie se le pregunta por su ideología pero toda empresa es deudora del terreno en el que vive. Me he llevado bien con los responsables de la Administración del Estado”, señala Antonio Cancelo. El exconsejero Retegi comparte la idea de que la internacionalización ha desvirtuado los planteamientos cooperativos. “El proyecto social ha ido perdiendo peso a favor del empresarial. También en la expansión debemos aplicar nuestros conceptos cooperativistas”, añade. ¿Es eso posible en esta época de globalizada voracidad financiera?

La solidaridad amenazaba al grupo”, afirma el expresidente de MCC

En la propia Mondragón, el abanico de las retribuciones salariales entre los socios ha ido evolucionando. En inicio, ningún jefe cobraba más de tres veces lo que un socio de la base. La relación ahora es hasta de ocho a uno. “El 70% de los ejecutivos acaba con el negocio de sus padres o abuelos por falta de ilusión y esfuerzo. Aquí, puede estar ocurriéndonos lo mismo. No es el fracaso de un modelo, sino de una organización concreta”, comenta un antiguo directivo. Más que en cuestiones de índole moral, Antonio Cancelo pone el acento en la responsabilidad de los gestores de Fagor. “No hay un cáncer cooperativo, la gente se ha bajado el sueldo un 6%, ha renunciado a pagas extras, ha trabajado más. Lo que pasa es que la solidaridad amenazaba ya la supervivencia del grupo. Los directivos deberían haber acometido una restructuración drástica mucho antes. Eso es más duro de llevar a cabo en una cooperativa, pero la cirugía es mejor que el cementerio”, concluye.

Adrián Zelaia, presidente de Ekai Center y antiguo secretario general del Consejo General de la Corporación, cree que los retos del grupo son resolver sus “problemas de eficiencia interna y bajo nivel tecnológico”, además de crear un nuevo modelo que permita al Gobierno de la Corporación intervenir en las decisiones estratégicas de las empresas y, llegado el caso, corregir decisiones como las políticas de expansión que se han revelado erróneas. A la espera de que la Corporación Mondragón tome la iniciativa, el coro de miradas que examina el cráter se pregunta si la solidaridad podrá ser rescatada para seguir aspirando a que la economía se ponga al servicio de la sociedad y no la sociedad al servicio de la economía.

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