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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Una de tres tareas

Existe el riesgo de que se crea que el BCE está ahí para solucionar lo que Europa no arregla a través de la política

Santiago Carbó Valverde

La decisión del Banco Central Europeo (BCE) de lanzar un programa de liquidez orientado a que los bancos presten y a que lo hagan de forma continuada ha sido la última solución para relanzar las esperanzas de una recuperación más consolidada en la eurozona. No es que sea una solución puramente original (el Banco de Inglaterra ya ha puesto en marcha acciones similares), pero fue una relativa sorpresa en un contexto en el que las expectativas no iban más allá de medidas convencionales, ya que, como se confirmó, cualquier atisbo de expansión cuantitativa tendrá que esperar todavía.

El cañón tiene un calibre interesante y 400.000 millones de euros de munición. Se adivina, además, que en función de su uso, estas acciones u otras similares, se podrían ampliar. Algunas consultoras, como Morgan Stanley, han estimado incluso que España podría aglutinar hasta 54.000 millones de euros de ese crédito incentivado por el banco central. Lo que seguramente resulta algo preocupante para el BCE —como además viene reiterando Draghi— es que se entienda que el banco central está ahí para dar la solución que Europa no puede dar políticamente.

Tras las últimas elecciones europeas, el involuntario liderazgo del BCE parecía aún más necesario, pero no deja de ser incómodo. Existe el riesgo de acostumbrarse y ya llegarán otros tiempos en los que el BCE tenga que desprenderse de esa sobrevenida necesidad de trastocar su mandato. Como ilustración, resulta curioso que la misma institución que en noviembre comenzará su periplo como supervisor único europeo, controlando y previniendo los riesgos bancarios, sea también quien haya tenido que poner algo de azúcar al pastel para que las entidades financieras adopten esos riesgos.

Reconstruir la conexión entre economía financiera y economía real es un pilar fundamental para la recuperación económica.

Sea como fuere, desde España puede esperarse una contribución significativa del nuevo mecanismo del tipo “prestad y se os prestará” que ha lanzado el BCE, pero ese será sólo un estímulo para ayudar a completar una de las tres grandes tareas que España tiene pendientes. Sin embargo, reducir el desempleo es una tarea aún más importante. Cierto es que el crédito y el crecimiento deben conducir la reducción del paro, pero hay cuestiones estructurales en el mercado laboral que precisan de esfuerzos específicos para el mismo. La reforma laboral, con sus defectos y virtudes, ha permitido realizar algunos avances. Sin embargo, el reto de fondo de la recuperación del empleo es reducir su impacto social, por un lado, y recuperar en la medida de lo posible a parte de una generación que no puede darse por perdida y que precisa de una formación adecuada y de un nuevo sistema de incentivos.

Junto al crédito y al empleo, las reformas siguen siendo una obligación. Europa está enferma porque quiere vivir en un cuerpo que no soporta sus propias costumbres vitales. España estaba avanzando por ese camino, pero debemos darnos cuenta que las reformas no son una forma de responder a las crisis, sino de prevenirlas. Estamos aún en el camino y queda mucho por hacer. Por todo ello, mirar al BCE está muy bien, pero no podemos fiar nuestro futuro a los designios de Fráncfort. Europa ha iniciado una carrera por ver quién se da más cuenta de sus propios problemas, deja de mirar a los de los demás y acomete las tareas necesarias.

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