Europa hacia la inestabilidad
No es el mejor entorno para el BCE, a pesar de su próxima intervención ya descontada en el mercado
Si los ciudadanos no creen en Europa, poco van a hacerlo los inversores. Y no puede darnos igual. El proceso de integración de políticas económicas en Europa debe acabar siendo la solución que nunca ha sido porque, de lo contrario, se convertirá en el desastre irreparable que muchas veces se ha temido y que, no hace mucho, casi nos deja noqueados. No hay futuro fácil para muchos países europeos sin la Unión Europea o sin el euro. Así de simple.
Las elecciones son la mejor expresión de la democracia y también pueden revelar la situación de desinterés y desencanto del votante. Con un denominador común: cada uno a la suya. Desde el punto de vista económico hay, al menos dos aspectos importantes que considerar. El primero es que muchos ciudadanos no consideran que las políticas de austeridad hayan sido acertadas. El segundo, que otros muchos piensan que, con o sin austeridad, la solidaridad europea es la causa de los males y que fenómenos como la inmigración, la cesión de soberanía o la solidaridad presupuestaria son los que dificultan la solución a los problemas nacionales. En algunos casos, esta segunda vertiente tiene, incluso, un componente xenófobo que produce miedo y estupor.
Las elecciones son la mejor expresión de la democracia y también pueden revelar la situación de desinterés y desencanto del votante.
Que en Francia la ultraderecha haya ganado con uno de cada cuatro votos debería hacer saltar las alarmas. Precisamente, Francia se había convertido en la referencia para el futuro económico europeo. Y no precisamente porque avanzara con éxito, sino porque en ella habían acabado confluyendo con especial fuerza retos que han sido impuestos en otros Estados miembros y que sólo se han completado en parte: ajuste fiscal, reformas y apuesta por la unión bancaria y fiscal. Sin embargo, lo que trasciende del resultado electoral, tan legítimo como inquietante, es que buena parte del país galo “pasa” de Europa sin quizás percatarse que, con ello, pueden arrastrar también a Francia y a la Eurozona al abismo. Hay más países cuyos resultados inquietan. El Reino Unido, sin ir más lejos, donde la UE no vive sus momentos de mayor popularidad, proceso que viene acompañado con elementos de incertidumbre territorial interna (Escocia), no ajenos estos últimos a otros países (España y la tensión en Cataluña). Todo ello no se lo pone fácil ni a inversores ni a empresas. Tampoco para el BCE es el mejor entorno, a pesar de que su próxima intervención parece cada vez más descontada, aún más tras los últimos mensajes de Mario Draghi este lunes en Sintra (Portugal), que buscaban apuntalar la confianza.
Los avances del proyecto europeo pueden ponerse en riesgo y está por ver hasta qué punto se puede notar en los mercados. De momento, parece más una amenaza seria —contra la que aún hay margen para luchar— que una realidad inminente porque las elecciones europeas no pueden entenderse como una prueba exacta —ni mucho menos efectiva— de los equilibrios políticos en cada país. Lo que será muy difícil hacer entender, en un entorno tan delicado, es que los problemas de Europa venían ya de antes de la crisis y que ni la austeridad y las reformas son la panacea pero, no había muchas alternativas en un mundo marcado por la globalización y la libertad de movimientos de capitales. Ese debate está hoy, en parte, secuestrado en algunos países vecinos por algo tan horrible como el odio.
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