La digitalización del empleo
Qué tienen que ver el tablero de ajedrez, el silicio y la distribución de la renta? El ajedrez se inventó en India, durante el periodo del Imperio Gupta. Según una de las versiones de la historia, su inventor viajó a Pataliputra, la capital, donde le enseñó su creación al emperador. El soberano se quedó muy impresionado con la elegancia y dificultad del juego, y le dijo al inventor que le pidiera lo que quisiera como recompensa. Muy inteligente y sagaz, el inventor respondió que solo quería alimentar a su familia, y que con un poco de arroz le bastaría. Le propuso que le pusiera un grano de arroz en la primera casilla del tablero, dos en la segunda, cuatro en la tercera… y así hasta completar el tablero. El emperador se sorprendió con la modestia de la petición y aceptó de inmediato. Hasta que se dio cuenta del enorme poder del crecimiento exponencial: la cantidad de arroz que le había otorgado, unas mil veces mayor que la producción mundial en 2010, hubiera creado la montaña mayor del mundo.
El silicio es la base de un fenómeno similar. Gordon Moore, uno de los fundadores de Intel, la empresa fabricante de microprocesadores, aventuró en 1965 que la capacidad de proceso por unidad de coste se doblaría cada año. Es decir, como los granos de arroz del inventor indio. Su predicción, la famosa Ley de Moore, fue que este proceso de duplicación anual se mantendría hasta 1975. Pero se equivocó. El proceso de crecimiento exponencial de la capacidad de proceso de los microprocesadores se ha mantenido hasta la actualidad (con un pequeño ajuste, la duplicación sucede cada 18 meses, no 12), con procesadores cada vez más potentes incrustados en su base de silicio. Para que se hagan una idea. En 1997, el supercomputador más potente del mundo costó 55 millones de dólares y ocupaba una superficie del tamaño de una pista de tenis. Menos de una década mas tarde, otro aparato había alcanzado la misma capacidad de proceso. La PlayStation 3, a un precio de 500 dólares.
La Ley de Moore tiene implicaciones muy importantes para la evolución del crecimiento, del empleo y de la distribución de la renta. Todas las actividades que puedan ser digitalizadas pasarán a estar sujetas a la Ley de Moore —y, por tanto, el coste de producción de esas actividades se reducirá a la misma velocidad—. En muchos casos, el coste marginal de estas actividades será cercano a cero. En un libro recientemente publicado (The Second Machine Age, Norton & Company), Erik Brynjolfsson y Andrew McAfee, dos profesores del MIT, sugieren que estamos a punto de experimentar una aceleración de impacto de la tecnología en nuestras vidas. ¿Por qué ahora, si hace ya varias décadas que existen los ordenadores? Porque la capacidad de proceso está alcanzando un nivel que permite a los ordenadores empezar a hacer cosas que hasta ahora se consideraban solo al alcance de los humanos. El concepto es sencillo. Los ordenadores saben dar buenas respuestas, pero no saben hacer preguntas inteligentes. Son muy buenos a la hora de ejecutar instrucciones precisas y repetitivas, pero muy torpes a la hora de realizar tareas que requieran la comprensión de conceptos y sensaciones complejos. Pero la definición de “complejo” depende de la capacidad de proceso del ordenador. Un ejemplo lo tenemos, de nuevo, en el ajedrez. En 1996, Gary Kaspárov se enfrentó a Deep Blue, el superordenador creado por IBM para jugar al ajedrez. Kaspárov ganó 4-2; el hombre, con su intuición, superaba a la máquina. IBM trabajó duro para mejorar. Deep Blue II no solo era cuatro veces más potente, sino que el aumento de potencial permitió que se le “enseñase” el concepto de juego posicional. Al año siguiente, Deep Blue II batió a Kaspárov 3,5-2,5. Se había acabado la supremacía del hombre. La fuerza bruta de la máquina se imponía.
Con mayor potencial, la máquina se hizo más “inteligente”. Según Brynjolfsson y McAfee, estamos llegando a una situación donde los ordenadores son ya capaces de generar inteligencia artificial con aplicaciones prácticas. Por ejemplo, los vehículos que se autoconducen. La conducción es un proceso complicado, que requiere el control no solo del vehículo, sino también del entorno. Pues bien, Google hace ya dos años que prueba, con éxito, sus coches con piloto automático. El secreto: una serie de cámaras situadas en el techo del vehículo que transmiten cientos de imágenes de todo el entorno de manera continuada, imágenes que procesadas múltiples veces por segundo generan un mapa en tres dimensiones que, combinado con la biblioteca de mapas del territorio de Google, proporciona las instrucciones necesarias para una conducción segura. La Ley de Moore en la práctica. Lo que hace unos años era imposible, ya que no había capacidad de cálculo suficiente, se ha hecho realidad.
Los trabajadores que sepan trabajar con las máquinas y gestionar procesos complejos tendrán una gran demanda
Mientras siga viva la Ley de Moore, el alcance de la digitalización seguirá aumentando. Allá donde llegue la digitalización, el coste de producción de esa actividad caerá de manera exponencial. Y en esas actividades digitalizadas, las máquinas se impondrán a los humanos. Piensen en la investigación legal que antes realizaban los becarios. O en la preparación de notas de prensa, que los ordenadores ya hacen tan bien como los humanos. O quizá en el diagnóstico médico de enfermedades comunes. Hasta ahora, el capital se usaba, sobre todo, para aumentar la productividad de los trabajadores. A más capital, más productividad, mayor salario. Sin embargo, estamos entrando en un momento en el que el capital se está empezando a usar cada vez más para reemplazar a los trabajadores. La ecuación cambia.
Como en todos los momentos de cambio, hay ganadores y perdedores. En este escenario, el output total debería aumentar, ya que aumenta la productividad de la economía. Al haber más partes del proceso productivo sujetos a la digitalización, los precios, ajustados por la calidad, se reducen (piensen en el precio, y las prestaciones, de una televisión, ordenador o teléfono comparado con hace 10 años), beneficiando a los consumidores. A su vez, los empleos en sectores digitalizados sufrirán y los salarios caerán. La caída de precios en estos sectores liberará renta disponible para los sectores inmunes a la digitalización —por ejemplo, los servicios poco cualificados (como la jardinería o las labores domésticas) o los más sofisticados (como la fisioterapia o la gestión de empresas)— generando inflación en esas áreas. Los trabajadores que sepan trabajar con las máquinas y gestionar procesos complejos tendrán una gran demanda. Los propietarios del capital se beneficiarán de manera especial. La naturaleza del proceso de digitalización —que se beneficia de manera especial del efecto red— hace que se tienda hacia la concentración de la propiedad. Piensen en Amazon, Google o Facebook. El ganador se hace con casi todo el mercado.
La economía mejora, el consumidor se beneficia, la distribución de la renta se deteriora. El progreso tecnológico es positivo, pero hay que adaptar la educación (fomentando la comunicación, la gestión de procesos complejos y la generación de ideas), las instituciones laborales (fomentando la formación continua) y el papel del sector público (introduciendo impuestos negativos que reduzcan la desventaja de los trabajadores afectados por la digitalización) para que todos puedan aprovecharse del progreso.
Ángel Ubide es senior fellow del Peterson Institute for International Economics en Washington DC.
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