La división norte-sur en la zona euro
La crisis ha dividido la zona euro entre deudores y acreedores, entre países de primera y de segunda categoría, entre los que dictan lo que otros deben hacer y los que deben acatar el mandato. En cierta medida es una situación parecida a 1997, cuando se debatía qué países iban a poder entrar en el euro, y había que cumplir unos requisitos para poder ser miembro del club. Con la diferencia de que ahora todos los países están dentro del euro, y, por tanto, es equivalente a estar en un sistema de tipos de cambio fijo, pero sin todos los beneficios de pertenecer a una unión monetaria. Una unión monetaria efectiva requiere un mecanismo de seguro para poder gestionar el impacto de los shocks asimétricos, pero la oposición alemana es feroz. La actitud alemana de minimizar el coste potencial de la unión monetaria es similar al debate sobre la desigualdad. La obsesión con la austeridad fiscal y con los riesgos de inflación se explica desde el interés de los más acomodados de proteger sus intereses como ahorradores e inversores, aunque así se aumente la brecha entre ricos y pobres.
La división norte-sur se aprecia en tres aspectos fundamentales. En primer lugar, la falta de atención a las políticas de demanda. En segundo lugar, la asimetría en el diseño y aplicación de las reglas. Y en tercer lugar, en la insistencia en narrativas de la crisis que no reflejan la realidad.
La falta de atención a las políticas de demanda se manifiesta, de manera clara, en unos tipos de interés reales excesivamente altos (en la zona euro, no en Alemania), mucho más altos que EE UU o Reino Unido a pesar de tener una situación de crecimiento, desempleo e inflación mucho más precaria. Las reformas no funcionan sin crecimiento. Y es hora de admitir, como finalmente parece que está reconociendo el Banco Central Europeo (BCE), que la falta de crecimiento deteriora el crecimiento potencial, sobre todo por la vía del desempleo de larga duración. No solo la oferta no crea su propia demanda, sino que la falta de demanda genera falta de oferta.
La asimetría en la aplicación de las reglas se observa en varios aspectos. Por un lado, la asimetría en la regla de los desequilibrios excesivos: se penalizan los déficits por cuenta corriente de más del 3%, pero solo los superávits de más del 6%. ¿Por qué? Porque Alemania, cuando se creó la regla, tenía ya un superávit de más del 3%. Es cierto que un déficit excesivo puede crear más problemas que un superávit excesivo. Pero también es cierto que el superávit de Alemania, ya por encima del 6%, es el reflejo de su falta de compromiso con el euro. Al fin y al cabo, Alemania es uno de los países que menos reformas estructurales ha emprendido en los últimos años, y que se resiste a reformar su economía para estimular la demanda interna y así contribuir al crecimiento de la zona euro —por ejemplo, liberalizando el sector servicios y reformando su anticuado sistema bancario, para reducir su nivel excesivo de ahorro—. Por otro lado, la asimetría en la aplicación de las reglas de política fiscal y monetaria es palpable. Se insiste constantemente en que hay que cumplir las múltiples reglas de ajuste fiscal, pero se permite al BCE adoptar una política monetaria que incumple su mandato de generar una inflación estable del 2%, dificultando así el ajuste fiscal. ¿Por qué? Porque una de las consecuencias de que el BCE trate de reconducir la inflación de la zona euro al 2% será, muy probablemente, que la inflación en Alemania se tenga que situar en el 3% (ya que la inflación de los países de la periferia es muy probable que se estanque a niveles muy bajos), y eso será de difícil digestión política en Alemania.
Las narrativas que se generan tras una crisis son decisivas porque determinan las políticas que se adoptan para resolver la crisis y, por tanto, su impacto es muy persistente. La narrativa aceptada es esta: la crisis se debió a la falta de competitividad de la periferia europea, y la solución pasa por recuperar esa competitividad. El ejemplo a seguir es Alemania, que acometió reformas laborales y moderación salarial durante la década anterior a la crisis, y ahora es la economía más en forma de la zona euro, con bajo desempleo, una situación fiscal equilibrada y un amplio superávit exterior. Así, leída de un tirón, la narrativa tiene sentido. El problema es que no es cierta. Sí, Alemania acometió reformas, y recuperó competitividad vía moderación salarial. Pero la clave de su éxito exterior no se debió a su competitividad de costes, sino a tener una cartera de productos (sobre todo bienes de capital) cuya demanda aumentó de manera exponencial gracias al rápido desarrollo de la economía china y del aumento de la riqueza de los países productores de petróleo (demandantes de bienes de capital). La clave del éxito exportador es siempre la demanda, a no ser que se quiera competir en precio, algo imposible para los países desarrollados frente a los niveles salariales en China y el resto de mercados emergentes. La clave de su recuperación económica tras la crisis no se debe a sus reformas precrisis. Sí, Alemania flexibilizó su mercado laboral con las reformas introducidas por el Gobierno de Gerhard Schröder. Pero la clave de la rápida recuperación económica alemana ha sido el gran estímulo monetario del que ha gozado. Los tipos de interés reales en Alemania han caído durante la crisis tanto como en EE UU —a efectos prácticos, Alemania se ha beneficiado de una expansión cuantitativa—. Si a ello le añadimos que su ajuste fiscal ha sido menor que el de los países de la periferia del euro —sobre todo porque, al caer los tipos de interés, el coste de la deuda ha disminuido, necesitando así menos recortes de gasto para generar el mismo ajuste fiscal—, la conclusión está clara: la economía alemana debe su bonanza económica sobre todo a factores cíclicos (y a no haber tenido un calentón inmobiliario precrisis, pero eso es una casualidad histórica, ya que ellos lo tuvieron dos décadas antes). El ajuste salarial, por sí solo, no genera crecimiento.
Las narrativas tras una crisis son decisivas porque determinan las políticas que se adoptan
Esta división norte-sur no es sostenible políticamente. Por desgracia, no tiene visos de mejorar. El candidato del Partido Popular Europeo a la presidencia de la Comisión Europea, Jean Claude Juncker, ha comenzado su campaña en Alemania anunciando que si es elegido no habrá eurobonos. El presidente de la Comisión debe velar por el interés de toda la zona euro, no solo de Alemania, y es en el interés de la zona euro que haya eurobonos, como ha defendido la Comisión hasta ahora. ¿Quién se propondrá para cerrar la brecha norte-sur y avanzar hacia una zona euro más próspera?
Ángel Ubide es senior fellow del Peterson Institute for International Economics en Washington.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.